jueves, 30 de abril de 2009

Mexico: Némesis porcina

Claudio Albertani
El Distrito Federal, la ciudad-monstruo, se convirtió en ciudad-fantasma. El ejército patrulla las calles. Las escuelas están cerradas, los bares, los cines y los museos también, mientras que los restaurantes sólo proporcionan alimentos para llevar. Usualmente atiborradas de coches, las grandes avenidas se encuentran semivacías. Los raros transeúntes lucen máscaras faciales que otorgan al ambiente un toque surreal y apocalíptico que evoca las pesadillas metálicas del cine expresionista.

Michel Foucault llamaba biopoder el conjunto de mecanismos por los cuales los rasgos biológicos esenciales de los seres humanos se vuelven blanco de estrategias de poder. Ante la transformación de la vida en objeto administrable, los mecanismos en cuestión no se limitan a los tradicionales dispositivos disciplinarios, sino que se relacionan con políticas de seguridad que atañen a poblaciones enteras.

Una panoplia de medidas legales, decretos, reglamentos, circulares que permiten implantar mecanismos securitarios cada vez más sofisticados invade nuestras existencia con el pretexto de preservar nuestra salud. Sin embargo, el proceso se va agotando. Después de transformar en mercancía todos los bienes -incluyendo el agua que tomamos y el aire que respiramos-, el capitalismo se estrella contra barreras no tanto cuantitativas (como creen algunos), sino más bien cualitativas: el movimiento de dominación sobre la naturaleza ya no se domina a sí mismo.

El problema de la destrucción del ambiente natural y de las perturbaciones que introducen los agentes químicos y los productos de la industria en nuestro quehacer cotidiano es mucho más grave de los que nos imaginamos. La catástrofe atañe incluso la posibilidad de preservar al planeta: ríos, mares y bosques agonizan; especies vegetales y animales desaparecen por docenas; montañas de hielo se derriten a causa de gases mortíferos; moléculas enfermas contaminan nuestra comida.
Es así, me parece, como hay que abordar la más reciente de esas catástrofes que, nos dicen, amenaza al mundo entero: la influenza porcina, pesadilla genética engendrada, al parecer, por algún criadero industrial.

He aquí los hechos. El 23 de abril de 2009, por la mañana, el secretario de salud del gobierno mexicano, José Ángel Córdova Villalobos, informó que se habían detectado algunos casos de infección, pero que eran " habituales". Hacia las 11 de la noche, sin embargo, anunció una medida sin precedente: la suspensión de las clases en toda la zona metropolitana del valle de México.

El lunes 27, la suspensión de clases ya se había extendido a toda la república. El martes, Córdova anunció que un total de 159 personas murieron en México y que 2498 contrajeron la enfermedad de las cuales 1311 permanecen hospitalizadas. El miércoles rectificó: sólo se confirmaban 8 de los 159 fallecimientos.
El mismo día, después de precisar que prefería omitir los datos que había proporcionado en precedencia -"para no causar confusión" (¡!)-, notificó la suspensión de las actividades en la administración pública entre el 1 el 5 de mayo, una medida de modesto alcance pues de todas formas son días vacacionales.

Mientras tanto, nos dicen que en tan sólo una semana la influenza porcina se desarrolló en diez países. El 27 de abril falleció en Texas un bebé de 18 meses (mexicano). Además de Nueva York, California y el sur de los Estados Unidos se reportan casos en Canadá, Costa Rica, España, Reino Unido, Israel, Nueva Zelanda y Australia, entre otros países. El 28, la Organización Mundial de la Salud (OMS) eleva la alerta pandémica del nivel 3 al 4 y luego al 5 en una escala de 6... El pánico cunde en el mundo entero.

¿De dónde proviene la enfermedad? Nadie lo sabe a ciencia cierta y raramente se proporcionan nombres y apellidos de las personas fallecidas o entrevistas con sus familiares. Una primera versión, persistentemente desmentida, ubica el foco de infección en La Gloria, municipio de Perote, Veracruz, que desde hace meses se encuentra en el epicentro de una misteriosa epidemia.
Nubes de moscas se desprenden de una laguna fétida en donde la empresa Granjas Carroll -propiedad de Smithfield Farms, gigante transnacionalporcino con un largo historial negro- arroja toneladas de desechos fecales.Entre diciembre y 2008 y marzo de este año, más de 500 personas han sido tratadas por enfermedades respiratorias que se convierten en infecciones neumológicas.

Según un reportaje del periódico Milenio (13 de abril), todos los que se han atrevido a denunciar la contaminación de Granjas Carroll, han sido objeto de espionaje y acoso por parte de la empresa. Y puesto que en el mundo al revés las víctimas son siempre culpables, el diputado local por Perote, Joel Arcos Roldán, responsabiliza a los pobladores de propagar la infección “por utilizar remedios caseros”.

Provoca hilaridad que los agroexportadores exijan cambiar el nombre de influenza porcina a influenza mexicana pues se dicen perjudicados por la plaga. Por su parte, GRAIN, una Ong consagrada al estudio de la biodiversidad y la agricultura sustentable, informa: “Las condiciones insalubres y de hacinamiento de los criaderos hacen posible que con mucha facilidad el virus se recombine y desarrolle nuevas formas.
Una vez que esto ocurre, el carácter centralizado de la industria garantiza que la enfermedad se
disemine a lo largo y ancho, ya sea por las heces fecales, el alimento, el agua, o incluso las botas de los trabajadores” (http://www.grain.org/nfg/?id=643). A esto es necesario añadir que las industrias porcinas suelen criar también pollos, lo cual, evidentemente, estimula las mutaciones virales.
Otras fuentes juran que el virus de la influenza porcina apareció por primera vez en Estados Unidos. Con base en el testimonio de científicos norteamericanos, el sitio infowars.com afirma que la influenza porcina fue cultivada en laboratorio. ¿Una vacuna malograda? Es posible, si consideramos las múltiples triquiñuelas que acostumbran las industrias farmacéuticas. De paso, es útil recordar que las vacunas son enormemente rentables para quienes las producen, pero ¿previenen las enfermedades?
Esta pregunta nunca ha sido contestada de manera satisfactoria. Tampoco se conocen a cabalidad sus efectos iatrogénicos.
Así las cosas, estremece enterarse de que la empresa farmacéutica Sanofi Aventis, fabricante de vacunas contra la influenza, donará 236,000 dosis a México como “apoyo” al control de la enfermedad.
Desde París, Jean-Philippe Derenne, director del hospital Pitié-Salpêtrière y autor del libro Pandemia, la gran amenaza, nos asegura que estamos ante una llamarada o bien en el comienzo de una catástrofe de proporciones mayores (Liberation, 28 de abril). Añade que las máscaras faciales son completamente inútiles: ya sea el virus las penetra sin problemas o se mete por los lados… Por mi parte pregunto: ¿por qué nadie informa qué hacer con las máscaras usadas? ¿No son focos de infección?
“Epidemia mundial de tamiflu”, titula Liberation, en alusión al frenesí por el medicamento antiviral que comercializan los laboratorios Roche que, de paso, vieron sus acciones subir un 4.6 por ciento en un solo día, algo nada desdeñable en esto tiempos de crisis. Roche adquirió la patente a la empresa estadounidense Gilead Sciences, presidida entre 1997 y 2001 por Donald Rumsfeld, el ex ministro de Defensa del gobierno de George W. Bush.
En México, el ejército resguarda un millón 400 mil tratamientos antivirales en el Campo Militar Número Uno. Una sola compañía, la distribuidora San Pablo, compró todo lo que había en el mercado y lo está entregando en los hospitales privados. Cabe añadir que uno de los pocos casos dados a conocer públicamente, el de Edgar Hernández, niño de cinco años oriundo de la Gloria, ha sido tratado satisfactoriamente con antibióticos y paracetamol.

Toda esta información altamente contradictoria no puede atribuirse a una conspiración. Llegó el momento en que, al igual que la aceleración consumidora de tiempo, la educación cretinizante, la información desorientadora y la medicina que produce enfermedad, las políticas públicas se vuelven patógenas y paralizan la acción autónoma de las personas. Iván Illich, uno de los grandes críticos de la sociedad industrial, detectó este fenómeno con precisión hace más de tres décadas. Le llamó contraproductividad específica.

¿Cuál es la situación real? Según el doctor Pablo González Casanova Henríquez, epidemiólogo con años d experiencia en África y América Latina, “el peligro es serio, pero hay una enorme manipulación tanto a nivel nacional como internacional. La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, en lugar de insistir en el tema de la prevención se limita a recomendar el medicamento antiviral Tamiflu, es decir habla de negocios…”
Salta a la vista, por otro lado, el alcance liberticida de las medidas que toma el gobierno mexicano: ingresar sin orden de cateo a todo tipo de local o casa habitación; aislar a personas sospechosas de padecer la enfermedad; inspeccionar pasajeros portadores potenciales del virus, prohibir congregaciones de personas...
El pánico, todos lo sabemos, es un arma excelente en manos del poder. Es necesario, en primer lugar, armarse de una buena dosis de suspicacia, escaparse al bombardeo (des) informativo. “El cuidado higiénico es fundamental”, añade el doctor González Casanova. “No solamente lavarse las manos, sino también la cara y la nariz antes de acostarse. Y evitar los lugares multitudinarios”.
A largo plazo, tenemos que cambiar nuestros hábitos alimenticios. En este principio de milenio, comer es un acto político y las grandes compañías nos están asesinando por el estómago. Boicoteemos las transnacionales de la muerte. No comamos carne. Ni de cerdo, ni de res, ni de pescado, mucho menos de pollo que es de las más contaminadas.
Podemos comprar alimentos a personas conocidas si vivimos en el campo o crear cooperativas de consumo inteligente si vivimos en la ciudad. Comer sano es caro, pero la comida chatarra es más cara todavía si tomamos en cuenta su escaso valor nutricional y los daños que nos ocasiona.
En Rebelión en la granja, pesadilla literaria sobre un futuro que nos está alcanzando, George Orwell describe como el poder transformó a los cerdos de sencillos “camaradas” en dictadores despiadados. No permitamos que la profecía se convierta en realidad.

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