Fernando Dorado - Por
primera vez en Colombia – desde hace varias décadas – el tema de la Paz y
la Guerra no es el único que va a definir las próximas elecciones. No es casual que desde el gobierno de
López Michelsen (1974-78) el pueblo colombiano haya protagonizado una
movilización nacional de protesta como la que estamos viviendo. Para Santos y Uribe, para el conjunto de la oligarquía colombiana, así
tengan puntos de vista
contrarios, ese es el tema que quisieran tratar
con exclusividad. Es un buen distractor y un extraordinario somnífero.
Pero las movilizaciones sociales y populares – que se reiniciaron desde
septiembre de 2008 (Minga indígena y Paro de los “corteros de caña”) –
han puesto sobre el escenario político otros temas que habían
permanecido ocultos ante la generalidad de la gente.
Los impactos de los TLCs sobre la economía nacional, especialmente sobre los productores agropecuarios, es uno de ellos.
La
aplicación de políticas neoliberales en el campo colombiano – con todas
las consecuencias negativas que ha ocasionado para los campesinos
pobres y medios – es el otro tema que las protestas populares han
impuesto a la opinión pública.
Las exuberantes ganancias que los
poderosos grupos plutocráticos “nacionales” y extranjeros – encabezados
por el capital financiero – obtienen de la explotación de nuestros
recursos y de nuestro trabajo, también han empezado a ser cuestionadas.
Santos ofrece la Paz sin modificar la
política económica y social. Al contrario deja ver que necesita la “paz”
para profundizar su modelo de despojo, des-territorialización y
des-poblamiento del campo colombiano. De enriquecimiento de unos pocos.
Es la propuesta de la burguesía transnacionalizada.
Uribe propone la profundización de la
guerra para conseguir los mismos objetivos. Coloca en primer lugar los
intereses latifundistas. No tiene otra fórmula.
Los insurgentes que están en la mesa de negociaciones de La Habana se
ven enfrentados a esa disyuntiva. No desean darle a Santos una paz hecha
a la medida de los intereses de las transnacionales. Tampoco quieren
mantenerse en la guerra ni darle la oportunidad a Uribe de regresar con
su política guerrerista. No la tienen fácil.
Ellos aspiran a que el movimiento popular
les dé una mano. El contrasentido es que más de tres décadas de
conflicto armado degradado le sirvieron a la oligarquía de mampara para
destruir – y aniquilar – importantes sectores del movimiento popular.
Éste está renaciendo y necesita que la guerra termine para acumular
fuerza y poder.
Un problema es que las mayorías del pueblo
colombiano han perdido la fe en la conquista de la Paz. Nos hemos
acostumbrado tanto a la violencia – que poco a poco ha trasmutado en una
violencia estructural, delincuencial – que la desmovilización de una
parte de los actores de la guerra ya no es motivo de mayor preocupación
para el grueso de la población.
La causa de la Paz está – hoy en día, en
gran medida – desconectada de la lucha por la sobrevivencia. Incluso, en
algunas zonas rurales se piensa que la ausencia de la guerrilla puede
traer consecuencias negativas para la seguridad de la región. Es
paradójico.
La aparición con fuerza del “tema social y
económico” en la vida de los colombianos, incluso por encima de la
consecución de la Paz, es una oportunidad de oro para la izquierda
colombiana. No es casual el pequeño giro que han dado los “verdes”. Es
la tendencia que marca el devenir de la política en América Latina y en
el mundo.
La revolución democrática por soberanía
nacional y popular, por participación política, por reforma agraria y
urbana, por inclusión de los marginados – indígenas, afros, regiones –,
es la causa que los colombianos estamos asumiendo colectivamente. Era
inevitable.
Lo importante es que esa revolución
democrática no se quede a medio camino. Que la “burguesía nacional” no
la lidere, porque la va a convertir en una pantomima o en un pequeño
gesto libertario ante el imperio. Ya empiezan a aceptar una tímida
revisión de los TLCs, pero sólo es para impedir el auge revolucionario
de la lucha popular.
Lo determinante es que esa revolución
democrática no sea tampoco encabezada por la “burguesía burocrática”,
que ya juega de “mediadora” y “defensora de los DD.HH.”. Ella a lo sumo
aspira a revivir algunos mínimos “programas estatistas” para el campo
colombiano pero sin cuestionar a fondo el régimen latifundista que se
impuso con su concurso.
Es la preeminencia de la alianza entre los
trabajadores y los campesinos pobres en la revolución democrática la
que puede darle un genuino triunfo al pueblo, conquistar verdadera
independencia nacional, auténtica soberanía popular, y abrir caminos que
superen el capitalismo depredador vigente.
Lo que ocurre en los países vecinos ya es
parte de las lecciones aprendidas por los pueblos. Si las clases medias –
pequeña burguesía – son las que lideran el proceso de cambio, si los
trabajadores y los campesinos pobres quedan diluidos en una masa informe
que delega en funcionarios la “gestión de la revolución”, las
soluciones estructurales que requiere el momento se quedarán a mitad de
camino.
Por ello la tarea más urgente del momento
es fortalecer – en medio de la lucha – la unidad de los trabajadores y
los campesinos pobres. Identificar con claridad sus intereses, ayudarlos
a organizarse políticamente (con independencia y autonomía), levantar
una plataforma de lucha revolucionaria, rescatar el espíritu
internacionalista de sus luchas, combatir las posiciones conciliadoras
con las fracciones burguesas e impedir que la “lucha por la Paz” termine
al servicio de la conciliación de clases.
La “guerra civil revolucionaria” que el
pueblo colombiano ha desarrollado últimamente con garrotes y “cuetones”,
ruanas y ponchos, bloqueos de carreteras y marchas multitudinarias, ha
mostrado ser superior a la práctica de una “guerra degradada aislada de
las masas”.
El llamado por la oligarquía
“post-conflicto” deberá ser una etapa superior de la lucha de los
trabajadores y campesinos pobres por transformar este régimen de
iniquidad, inequidad y mentira hacia un estadio de transformación
estructural post-capitalista, que es la única salida que les queda a los
pueblos y a los trabajadores.
La revolución democrática sólo será
transformada en revolución social con el liderazgo de los trabajadores y
de los campesinos pobres. Es hora de agrupar ese liderazgo, no de
diluirlo.
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