Tito Pulsinelli
Había una vez un territorio misterioso, situado donde el gran río Orinoco, tras un largo recorrido que atraviesa las fronteras amazónicas, desemboca en las cálidas aguas orientales de Venezuela.
Era vagamente designado como “Faja bituminosa del Orinoco”. Era un objeto no identificado, que a duras penas sobresalía de su contexto tropical, como una concha que esconde una perla de valor imprecisado.
Hasta 1998 se aludía con ello a una vasta zona petrolera que desgraciadamente contaba con hidrocarburos de escasa calidad. Un betún, casi un alquitrán que no valía la pena sacar a flote. Demasiado costosa la refinación, salía más caro el caldo que las albóndigas. Así se decía.
Narra la leyenda que los derechos sobre esos yacimientos a escasa profundidad pertenecerían a la Exxon Mobil, Shell y pocas otras multinacionales de la angloesfera. Incluso hay quienes recuerdan que los barcos de la marina militar de Venezuela no podían acceder a las aguas frente al desembocadero del Orinoco.
En 1998 llega al mando de Venezuela un ogro llamado Chávez, caracterizado como “oficial paracaidista”, populista, fascista y/o comunista. El ogro hablaba raro, pronunciaba conceptos pasados de moda como “soberanía nacional”, o cosas anticuadas como “bienes estratégico de la nación”, de los que se debía recuperar el control.
El ogro malvado predicaba ideas espeluznantes, poniendo en discusión quién debía captar la riqueza del subsuelo, y cómo debía distribuirse sucesivamente.
Conforme señalaba con más insistencia que la industria petrolera estatal (PDVSA) era un “Estado en el Estado”, aumentaba el livor difamatorio, urbi et orbi.
En el año de gracia 2008, la zona “bituminosa del Orinoco” se tornó mágicamente en una reserva de hidrocarburos de 150 billones de barriles, regularmente certificados, todos de preciosa calidad. ¿Acaso fue el milagro del pan y los peces? ¿Brujerías de ogros que convierten el alquitrán?
Simple y sencillamente, la mayor reserva del planeta ya no es un secreto blindado mafiosamente por las multinacionales anglosajonas y por una clase dirigente autóctona que se conformaba con migajas. ¿Estupidez o corrupción? Ambas.
Los gobernantes destronados aprobaron leyes que les permitían a las multinacionales pagar módicos impuestos: un 15% global. Hoy día, el erario recibe el 79% de ellos y las compañías deben asociarse con PDVSA, que se reserva la mayoría accionaria.
PDVSA dejó de ser un “Estado en el Estado” en 2002, después de que la casta tecnocrática que la poseía bloqueara las instalaciones, saboteando la extracción y la exportación. Con la complicidad de la Casa Blanca ocasionaron daños que oscilan entre los 15 y los 20 billones de dólares. Algo similar a las destrucciones provocadas por la aviación israelí con los bombardeos en Líbano.
El viejo bloque de poder y sus padrinos internacionales salieron derrotados de esa guerra económica, combatida con armas no militares. Estaba en juego el abastecimiento exclusivo, bajo costo y unidireccional, garantizado desde los inicios del siglo pasado. No es difícil entender por qué el amor y el odio contra Chávez son inversamente proporcionales, y dependen del punto de observación.
Hoy día el PDVSA es la cuarta multinacional del mundo y en la “zona bituminosa” están presentes las mayores multinacionales del mundo, que ahora sólo son las estatales: Rusia, China, Irán, Brasil, Noruega y luego el ENI, Total y Repsol. Desaparecieron la Exxon y sus hermanas.
La revolución bolivariana lleva como dote a la nación venezolana esta apetitosa riqueza. Aun si fuera la única herencia que dejara atrás de sí misma, se trata de algo trascendental, que abre la posibilidad histórica de un nuevo tipo de desarrollo.
Suficiente para comprender por qué los venezolanos siguen rechazando las presiones tajantes y los consejos interesados de las "f'ábricas de opiniones" occidentales. Y por qué hasta ahora han regresado al remitente la insistencia descompuesta y las intromisiones para reprobar el cambio bolivariano y volver a la anémica restauración. Hay quienes creen en las hadas y quienes creen en los ogros.
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