Foto David Damoison
Una observación desde la distancia
Fernando Dorado
Es muy interesante lo que viene ocurriendo en Venezuela después de las elecciones del 23-N. La reacción ante el resultado de los comicios regionales y locales, mirada desde Colombia, es bastante polémica, desigual, en algunos casos unilateral, y bastante emotiva. Ello se observa tanto dentro de las fuerzas revolucionarias como en las de oposición.
La reacción del presidente Chávez no pareciera corresponder a un triunfo de las fuerzas revolucionarias como tampoco a una derrota de la oposición. Él ha dicho: “Hay necesidad de una enmienda constitucional para aprobar la reelección indefinida”. ¿Por qué? ¿Por qué en este instante? La respuesta es: soy necesario para consolidar la revolución. “¡Chávez no se va!”
¿Será que se percibe un peligro? El peligro existe y va a existir durante mucho tiempo. Consiste en que la oposición lance una estrategia golpista al estilo de lo que acaba de pasar en las provincias orientales de Bolivia, que también están impulsando en Guayaquil (Ecuador), y seguramente ya estarán organizando los oposicionistas más recalcitrantes y aventureros en Zulia, Táchira, Carabobo, Miranda, con la colaboración de la derecha paramilitar colombiana, latinoamericana, española y del imperio.
Desde un lugar del suroccidente colombiano, seguramente es muy difícil entender la dinámica de esa importante y notable experiencia revolucionaria del pueblo venezolano. Hemos visto cómo la discusión se ha centrado en la pertinencia o no de la presencia de Hugo Chávez como presidente de la república para seguir liderando ese proceso durante otros siete años. Ese es un tema crucial. Si Chávez es indispensable habrá que reconocerlo sin ningún tipo de complejos, pero también, será necesario revisarlo a mediano plazo. En los países industrializados los verdaderos mandatarios, los dueños de las corporaciones transnacionales capitalistas, son vitalicios.1 Ellos, los verdaderos “patrones”, se dan el lujo de cambiar cada 4 u 8 años a su “mandadero” para ejercer la “presidencia formal” de su propio Estado.
Sin embargo, las preguntas que nos hacemos desde acá son de otro tenor: ¿El Estado del “poder popular” en Venezuela está en capacidad de “asimilar” la gestión administrativa en las importantes gobernaciones y alcaldías donde los partidos oposición accedieron a los gobiernos? ¿El actual Estado venezolano tiene ya, así sea en parte, un carácter progresista-democrático-
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La oposición tiene dos opciones: una, impulsar la subversión abierta y/o subrepticia, violando la legalidad establecida, para preparar condiciones de un golpe de Estado. La otra, aceptar la legalidad bolivariana, realizar ejercicios administrativos eficientes al frente de las gobernaciones y alcaldías, en la dinámica de acumular fuerzas para acceder al gobierno nacional y tratar de reversar los avances de la revolución por la vía pacífica.
En el primer caso, la misma oposición facilitaría su derrota, como ya lo hizo en 2002 y 2003 (golpe de Estado y boicot petrolero). Ello, siempre y cuando el “poder popular” se apoye en las masas para profundizar la revolución con herramientas y métodos democráticos (no burocráticos).
Ese propósito golpista se puede alimentar desde las alcaldías y gobernaciones como lo hizo Alfredo Peña desde la alcaldía de Caracas, en tiempos del golpe. Si las fuerzas revolucionarias respondieran a esa estrategia utilizando exclusivamente el poder del gobierno central, en cabeza del presidente Chávez, ello reflejaría una debilidad estructural del Estado bolivariano. Sería una demostración de que el Estado del “poder popular” no funciona, o no lo hace bien, y ello, a la larga es trascendental para cualquier proceso.
En Bolivia tenemos ya un ejemplo incipiente. No fue el gobierno central el que derrotó a la derecha golpista de la “media luna”, fueron las masas populares las que actuaron y le facilitaron a Evo Morales la detención del gobernador golpista. Hubo una combinación táctica: movilización popular, por un lado, y prudencia y firmeza institucional, por el otro. Allí hay una gran lección.
El presidente Chávez en su balance de las elecciones presentado ante los medios el 24 de noviembre envía un mensaje en esa dirección. Les dice nuevamente a los opositores: “Administren bien su triunfo”. Y ratifica, como ya lo había hecho un año atrás cuando aceptó los resultados del referendo, que él respetará la democracia y la voluntad popular, siempre y cuando la oposición y el imperio también lo hagan. Es un llamado democrático, y también, como debe ser, una advertencia.
Si la oposición asume la otra opción, o sea, respeta las reglas del “poder popular” y diseña una estrategia de largo plazo, se esfuerza por realizar exitosas gestiones públicas locales y regionales dentro de los conceptos y prácticas de la “democracia participativa”, obligaría a las fuerzas revolucionarias a afinar su trabajo.
Si éstas, así lo hicieran, podrían hacer una contribución de suma importancia a los procesos transformadores. Sería una obra de “asimilación creativa” de la acción opositora dentro de un régimen más democrático que cualquier democracia burguesa. Este ejercicio, fortalecería al Estado bolivariano como institución de cambio y de transformación, no sólo de la acción política sino de afianzamiento de verdaderas costumbres democráticas en la sociedad. Todo al servicio de un Estado en “transición” hacia el socialismo.
Frente a esta segunda opción, las fuerzas revolucionarias tienen la obligación - paradójica, para algunos compañeros “impacientes” -, de apoyar esa acción administrativa de la oposición. Es más, no sólo sería una acción de apoyo sino de profundización del ejercicio administrativo desde varios niveles: respaldo del Estado central, coordinación inter-institucional con otras gobernaciones y las alcaldías de su región, y desde la fuerza organizada de la sociedad (control social, presupuesto participativo, veedurías ciudadanas, etc.).
De acuerdo a lo anterior, el hecho de que en algunas regiones y ciudades la oposición haya obtenido el control burocrático de algunos gobiernos estatales y municipales, puede convertirse – si se maneja bien la contradicción – en un factor de avance y de desarrollo cualitativo de la revolución bolivariana hacia efectivas prácticas democráticas de carácter participativo y nuevas formas de representatividad política.
Frente a las dos opciones planteadas, la revolución bolivariana debería actuar como actúan las “vacunas”: le ayudan al organismo infectado a asimilar la enfermedad, fortaleciéndolo e inmunizándolo hacia el futuro. En el primer caso, sería una vacuna de acción rápida e inmediata para enfrentar un ataque virulento (golpe). En el segundo caso, se requieren vacunas atenuadas, de acción permanente, que fortalezcan las defensas a largo plazo. Posiblemente, como en la medicina, se necesite de ambas.
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