Entre 1983 y 1985 el régimen realizó una gigantesca limpieza social como respuesta a las protestas que arreciaban en las periferias urbanas. En Boca Sur, un gran barrio de 60 mil habitantes arrinconado entre el Pacífico y el río Bío Bío, los mayores aún recuerdan cómo fueron erradicados a sitios remotos, donde sus protestas pudieran ser aisladas y reprimidas sin alterar el orden de la ciudad burguesa. Nos dieron una semana y nos trajeron a la fuerza a este sitio que era como una isla, sin luz, pavimento ni teléfono, recordaba meses atrás una vecina. Los niños te-nían que levantarse dos horas antes para llegar a tiempo a la escuela. Aún hoy, la polvareda de tierra negra que levanta el viento lastima la vista y ensucia la ropa.
Boca Sur es casi un castigo. La humedad, densa, pesada y gélida, se mete en el cuerpo aumentando la sensación de frío e incomodidad. Las viviendas son casi celdas para prisioneros: casitas de
El terremoto derribó los tres puentes que unen Boca Sur con la ciudad de Concepción. Las islas que son hoy las barriadas periféricas quedaron más aisladas que nunca. Esperaron ayuda durante 48 horas. Luego, sin alimentos ni medicinas, entraron a los supermercados a llevarse comida. Detrás de ellas –porque siempre son las mujeres las que toman la delantera, empujadas por el llanto de sus hijos– vinieron camionetas cuatro por cuatro con varones a cargar electrodomésticos y televisores plasma.
A unos y otras los llaman saqueadores. Por cierto, los medios que clamaron mano dura no dijeron una palabra del otro saqueo: el que sufrieron esos mismos pobladores al ser expulsados por la fuerza a islas remotas. En dictadura y en democracia. Como si aquello no tuviera ninguna relación con esto. Se hizo alarde de los 58 millones de dólares que juntó
Para los movimientos antisistémicos las catástrofes naturales iluminan zonas de sombra. Uno: nadie se va a ocupar de los de abajo, si los de abajo no nos ocupamos de nosotros mismos. Los vecinos de
Dos: el único principio de orden en medio del caos, es el ejército arriba y la comunidad abajo. Tres: ellos van a intentar salvarse como sea, apelando a cualquier recurso, legal o ilegal, pacífico o violento, sin excluir el genocidio. Cuatro: eso que llaman orden es lo que el capital necesita para no interrumpir su acumulación incesante; eso que llaman caos, son los de abajo adueñados de la vida cotidiana.
En El capitalismo organizado, Pablo González Casanova expone con brillante sencillez los desafíos que enfrentan los movimientos antisistémicos en una era de caos creciente como ésta: “Los sistemas de redes autónomas con subsistemas de mandos centrales y de centros coordinadores tendrán en los movimientos alternativos más importancia que los sistemas de ‘partidos’ y organizaciones relativamente homogéneos propios de los sistemas simples”. La comunidad es una organización compleja, insustituible, capaz de asegurar la vida en medio del caos sistémico. Falta mucho más.
Falta la autodefensa. Luis Razeto, chileno precursor de la economía solidaria, dijo estos días que puede ser eficaz para afrontar las catástrofes. Pero admitió: No tenemos resuelta la seguridad, la protección de la economía solidaria. La experiencia chiapaneca es la única, por ahora, que conjuga comunidad y autoprotección.
texto completo en: www.jornada.unam.mx/2010/03/12/index.php?section=opinion&article=020a1pol
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