Tito Pulsinelli
La “desestructuración” de la economía gringa es un hecho cumplido. Llegan a las primeras planas de los periódicos lo que en los últimos 8 años eran evidencias subterráneas, visibles sólo para unos pocos. Es la caída de los “dioses imperiales” que pasan al rango de simple y comunes mortales. La inocultable decadencia imperial estadounidense va a conducir al mundo a un nivel superior de guerra económica y monetaria. Ante el ocaso del dólar, las reservas monetarias del bloque de naciones suramericanas (UNASUR) corren el peligro de reducirse sensiblemente. Nunca como ahora se perciben las consecuencias negativas del retardado arranque del Banco del Sur, propuesto hace siete años por Venezuela.
La propuesta inicial del presidente Chávez apuntaba a financiar el Banco del Sur con un porcentaje fijo de las reservas de cada país, esto habría representado un fondo de hasta 7.000 millones de dólares, o sea, un brazo financiero vigoroso para el nuevo bloque geopolítico.
Brasil y Paraguay siempre frenaron esta posibilidad. Propusieron aportes menores del orden de los US$300 millones. Eran aportes fijos, sin distinción del tamaño de las economías. Así, con 200 millones de habitantes y el 40% del PIB de la región, Brasil aportaría igual que como Uruguay o Ecuador.
Desde Brasilia, los ministros del área económica no perdían ocasión para recordar que “sólo el Banco de Desarrollo de Brasil tiene 120.000 millones de dólares para financiar al sector productivo de su país, en tanto que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) tiene sólo 100 millones de dólares para toda la región” (G. Mantega). Mientras tanto, Brasil ha aumentado sus aportes al FMI y sigue comprando consistentes cuotas de la deuda – ¡sic! - de los Estados Unidos: ahora suman 211ooo millones de dólares. ¡Es patético!
Todos estos factores están indicando que no faltaban razones a aquellos que plantean que Brasil sigue imperturbable una geopolítica de “extensión al oeste”, que apoya cualquier proyecto o idea que va en ese sentido, pero una propuesta de verdadera integración regional es congelada o esterilizada.
La convocada cumbre de ministros de finanzas de UNASUR es una ocasión especial para fijar una conducta común en esta nueva fase del declive del dólar y de desestructuración de la economía estadounidense. La endeble y declinante salud del mundo industrializado – altamente endeudado –, debe ser tratada a fondo. Como se ha observado últimamente, no se trata de un percance transitorio, es una falla estructural que va alimentar la guerra con "medios no-militares” que Estados Unidos y sus vasallos europeos le han planteado al resto del mundo, y que desarrollan entre ellos mismos.
El momento requiere de un bloque regional sudamericano bien pertrechado y con un fuerte brazo financiero. Es urgente la unidad geopolítica para impedir que la carga del fracaso del norte sea puesta sobre nuestras espaldas, y que la guerra monetaria y económica nos afecte fuertemente. La gravedad de la situación impone pasar a un nivel superior de integración al interior de UNASUR, capaz de construir una barrera contra la desestabilización sistemática y conservar a Suramérica como una área de paz.
Esta región del mundo puede ser un bloque autosuficiente por sus recursos primarios, alimentos, recursos energéticos y estructuras productivas. Puede mirar al futuro con justificado optimismo. UNASUR debe hablar con voz propia y ser protagonista en los foros internacionales, sin que su miembro mayor (Brasil) quiera detenerlo en los límites actuales para seguir cosechando dividendos.
Brasil ha pretendido acomodarse en el jet set internacional, en las cúspides del poder globalizado, gracias a su peso propio. Eso es correcto y debe hacerlo. Pero no puede ilusionarse de sacar provecho como un eterno “portavoz” del polo suramericano. El gigante carioca representa exactamente la mitad territorial, demográfica y económica del subcontinente, pero no tiene la misma proporción en recursos energéticos. No puede cobrar por partida doble.
Hay que insistir que la unificación equilibrada de la América meridional pasa por el eje Buenos Aires-Caracas. La participación creciente del arco andino-bolivariano, la presencia del Caribe, y el valor bi-oceánico garantizado por Colombia y Venezuela, debe ser valorada en toda su dimensión.
La otra mitad de Sudamérica debe garantizar que no se repitan la “asimetrías” que penalizaron al MERCOSUR, donde imperó el temor de ser anexados al mercado brasileño o de reducirse a una simple extensión suya. Hoy no se necesitan tutores o naciones que tengan “representatividad” del bloque a nivel internacional. Los tiempos imponen decisiones definitorias: bloque regional o sub-imperialismo regional.
En la agenda del Partido de los Trabajadores (PT) se presenta la disyuntiva de fijar posiciones y diferenciarse de la oligarquía paulista.
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