Fundadora con Lula del Partido de los
Trabajadores y hoy pasada al campo de la más reaccionaria derecha
Miguel Angel Ferrer* El próximo domingo 5 de octubre habrá
elecciones presidenciales en Brasil. Se enfrentarán la actual presidenta
Dilma Roussef y Marina Silva, candidata del Partido Socialista,
organización política de extrema derecha, fiel seguidora de los dictados
de Washington y que de socialista sólo tiene el nombre.
De modo que,
sin forzar los términos, podría decirse que Marina Silva es a Brasil lo
que Henrique Capriles ha sido aVenezuela Pero Marina Silva no niega la cruz de su
parroquia. Desde su plataforma electoral muestra abiertamente su
postura derechista y pro imperialista. Quiere echar abajo los grandes
avances de Brasil que han hecho del gigante sudamericano una nación
verdaderamente soberana, no sólo alejada de los designios de Estados
Unidos, sino francamente opuesta a ellos.
La candidata de la derecha quiere
fortalecer los lazos con EU, vínculos que, como en los viejos tiempos de
las dictaduras militares, de Fernando Collor de Mello, José Sarney,
Itamar Franco y Fernando Henrique Cardoso, sólo podrán ser de sumisión,
vasallaje y alta dependencia.
En vísperas del proceso electoral, las
encuestas, siempre interesadas, siempre bien patrocinadas y nunca
verdaderamente confiables, hablan de un empate técnico entre ambas
candidatas. Se trata de la vieja y manida estrategia de la derecha para
aparentar que su representante de veras tiene posibilidades de triunfo. Y
se trata igualmente de crear las condiciones postelectorales para, en
el esperable caso de su derrota, alegar fraude y desestabilizar al
futuro gobierno.
Otra vez la sombra de Capriles proyectándose sobre
Brasil.
Marina Silva también pretende, según su
propio dicho, terminar con la estratégica alianza de Brasil con
Venezuela y con Cuba. Y asimismo sabotear los nexos de Brasilia con
Rusia y con China, todo al gusto de los más caros deseos de EU.
Como el enorme anhelo de atemperar o de
plano destruir ese gran avance de la multipolaridad que representa la
alianza de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los célebres Brics,
poderosa fuerza política y económica que hace contrapeso a la
unipolaridad imperialista encarnada en EU. Qué mejor que la salida por
propia voluntad de Brasil de los Brics. Ah, el sueño dorado de
Washington que su alfil Marina Silva podría hacer realidad.
Por supuesto, doña Marina conspiraría,
hasta liquidarlo, con el exitoso programa brasileño de combate al
hambre, para sustituirlo, obviamente, con algún programa de ajuste
ideado en el Fondo Monetario Internacional, a fin de que cada quien,
incluidos desde luego los más pobres, se rasquen con sus propias uñas.
Otra vez el sálvese quien pueda.
Para qué, dirá el peón femenino de
Washington, la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), si ya tenemos
la OEA, el antiguo, putrefacto y lamentablemente todavía con vida
Ministerio estadounidense de las Colonias.
Igualmente dirá: para qué el Mercosur,
si ya tenemos muy avanzado en el papel el ALCA (Acuerdo de Libre
Comercio de las Américas), instrumento comercial de dominio y sujeción
de los países del sur por cuenta del imperio.
Pero entre todas las señales de su
condición de alfil de EU, quizá ninguna más reveladora que su afirmación
de que en caso de ser elegida presidenta, “impulsará con fuerza los
derechos humanos en países como Cuba”.
Fundadora con Lula del Partido de los
Trabajadores y hoy pasada al campo de la más reaccionaria derecha,
¿tendrá doña Marina alguna leve idea del enorme prestigio que tiene Cuba
en el mundo precisamente en el campo del respeto y protección de los
derechos humanos? ¿Quién le sugirió a la candidata de EU ese tema como
parte principalísima de su agenda electoral? ¿O nadie se lo sugirió (o
dictó) y se trata sólo de mostrarse solícita con el patrón yanqui y con
la derecha criolla por el apoyo recibido y las esperanzas de retroceso
en ella fincadas?
* Economista y profesor de Economía Política, (México)
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