Alexis Romero Salazar Verdaderamente
inmenso el legado del venezolano llamado Jacinto Convit. Sus aportes
cubren un amplísimo campo. A un país con memoria corta, como el nuestro,
poco ha de decirle un micro de tv donde de manera centellante aparecen
referidas algunas de sus virtudes. En el área académica grandes fueron
sus contribuciones a la docencia, la investigación y la extensión, en
una trayectoria de más de setenta años como universitario integral.
Igualmente importante su visión de servicio público de la acción médica,
con su compromiso en la organización de espacios para la formación y la
pesquisa en enfermedades terribles como la lepra, la leishmaniosis, el
mal de Chagas y el cáncer.
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Ya está disponible la vacuna contra el cáncer de mamas, colon y estómago, descubierta por el. Dr Venezolano Jacinto Convit
En
relación a la lepra, aunque en el mundo la eficiencia del programa de
control estuvo determinada por factores relativos a la situación
socioeconómica y socio-política y por factores socio-culturales, en
Venezuela la concreción de los planes siempre fue el resultado de una
subjetividad específica: la orientación de la lucha antilepra a partir
del liderazgo del Dr. Convit. Es que su labor, no obstante ser vinculada
fundamentalmente el propósito de producir una vacuna, se extendió a lo
largo de sesenta años a las áreas del tratamiento de los enfermos, de la
investigación inmunológica, de la formación de especialistas a todos
los niveles y de la organización de los servicios anti-lepra en el país.
Constituyó pues, una presencia colocada a distancia de los problemas
estructurales y circunstanciales de nuestro aparato sanitario, con mucha
influencia en las decisiones que se tomaron en la materia, pero
relativamente limitada por la naturaleza clientelar de las instituciones
públicas.
En
el país, la organización de las primeras instituciones de salud
obedeció a una orientación sanitaria y preventiva, que duró hasta más o
menos hasta 1960; en ella se formó y con ella se comprometió el Dr.
Convit. Hasta hoy predomina la atención curativa y privada que desplazó a
la medicina de prevención colectiva y estatal. Tal cambio en la visión
de la salud se correspondió con las transformaciones ocurridas en la
sociedad venezolana que tienen su impulso en los altos ingresos
petroleros.
Puesto que se podía comprar tecnología e insumos médicos;
construir edificaciones y pagar personal, la sociedad venezolana se ganó
para la idea de que se podía comprar la salud en el esquema
hospitalario. Por eso el sector público orientó sus gastos a la atención
hospitalaria y el sector privado destinó cuantiosos recursos a la
organización de centros de atención que prosperaron en la medida en que
fracasaba la gestión del Estado.
Así, para citar el ejemplo de
Maracaibo, una modesta clínica de apenas una planta se transformó en una
enorme torre de 18 piso dedicados a la hospitalización; los dueños
compraron el terreno de la esquina del frente, donde construyeron un
edificio de 16 pisos para la consulta externa, y el lote diagonal para
un estacionamiento de 10 plantas para la comodidad de los clientes. No
será el caso más representativo, seguramente hay más impactantes; el
asunto es que una expansión producida vía seguros privados con el dinero
del Estado rentista petrolero.
Claro,
ese esquema logró un gran apoyo social: de los profesionales, que
insistieron en demandar grandes recursos para este tipo de trabajo en
desmedro promoción de la salud; de los fabricantes y distribuidores de
productos y tecnología médica y de la población, inclusive los más
pobres, que exigieron que el Estado impulse el modelo hospitalario.
Entonces, como tiene gran legitimidad, este esquema de la atención
médica se consolidó como el núcleo básico de la representación social de
la salud, en la cual el médico y el hospital aparecen como la única
alternativa para mantenerla y restablecerla.
El
médico especialista alcanzó el mayor reconocimiento, por disponer de la
más alta y costosa tecnología y las especialidades clínicas se
desarrollaron en detrimento de la asistencia ambulatoria, de la atención
primaria, de la promoción de la salud, de la medicina preventiva y de
la medicina general. En ese marco, las expectativas profesionales no
podían orientarse al dominio de la salud pública sino de la medicina
individualizada. Las aspiraciones de los médicos tienen que estar
vinculadas al logro de habilidades y destrezas en el manejo de
tecnologías sofisticadas que faciliten la curación de los pacientes, lo
que redunda en un prestigio que incrementa la clientela. Es decir, son
expectativas de ejercicio profesional privado, en la especialidad que
consideren más rentable. El ingreso de los profesionales por consultas e
intervenciones quirúrgicas es cuantioso. Así, ninguno tiene porque
incrementar su conocimiento en relación a una enfermedad endémica, como
la lepra.
Se
olvidó la lección del Dr. Convit. Evoco su testimonio: “En 1937, en la
leprosería de Cabo Blanco había 1.200 pacientes. No sé qué era más
impresionante, si la enfermedad en sí o el rostro de dolor de aquellos
seres. La lepra no tenía cura. A la gente la cazaban en la calle. Nadie
se preguntaba qué pasaría con el alma de aquellas personas, con sus
familias. Los recluían tan sólo por sospechar que padecían la
enfermedad. Se tapaban los espejos, como si el reflejo del mal fuese a
contaminar hasta las sombras.
Uno se daba cuenta que uno de los grandes
problemas de los afectados era la inmensa soledad a la que eran
condenados. Había gente extraordinaria. Más que una medicina, a veces
necesitaban una conversación. Un médico, un hombre de ciencias, no puede
quedarse encerrado en cuatro paredes. Tiene que salir a la calle y ver
cuáles son las necesidades de la gente. Eso hicimos”.
Creyendo
en el paciente como persona que necesitaba un amigo, pasó más de
cincuenta años luchando contra la concepción del enfermo como cliente.
Proporcionar salud fue su compromiso de vida, sin ejercer la medicina
privada. Para él la gratificación estaba en la sonrisa agradecida de su
gente; por eso, con el cariño de los pacientes y las familias y el
respeto del país, el Dr. Convit descansa en paz.
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