Antes que nada, habría que decir que ésta es una crisis que se da en el momento de mayor abundancia de las exportaciones agropecuarias de la Argentina al resto del mundo.
“Prefiero ver morir a las vacas antes que regalarlas”, así se manifestó Alfredo De Angeli, uno de los altos dirigentes rurales que mantiene un paro indeterminado al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
La frase es de barricada, y es usada por los grandes medios de comunicación (sobre todo por el grupo Clarín) para hacer creer a la población que cualquier ganadero preferiría matar su vaca antes que venderla barata. ¿O no? ¿Pero y si fuera cierto? ¿Qué pasa por la cabeza de una persona que de verdad, y no en forma figurada, prefiere ver morir a una vaca antes que venderla barata?
En estas preguntas se puede intuir no sólo el tremendo odio que tiene un sector privilegiado a un gobierno democráticamente elegido, sino la bronca y el desprecio a su mismo pueblo que sí sabe de necesidades. Así también hablan los mismos de siempre en países como Bolivia, Venezuela, Ecuador y Brasil, por dar un ejemplo.
Pero vamos a la crisis del gobierno argentino y los sectores rurales que, por cierto, no son los campesinos, sino el sector que se le conoce como la “oligarquía terrateniente”. Antes que nada, habría que decir que ésta es una crisis que se da en el momento de mayor abundancia de las exportaciones agropecuarias de la Argentina al resto del mundo.
Y la crónica de los eventos da cuenta que estos socios, el campo y el gobierno, ayudaron a salir a la Argentina de la crisis del 2001, pero todo se quebró en marzo cuando se planteó el nuevo esquema de retenciones a las exportaciones.
La pelea surge cuando el ministerio de Economía anunció que las retenciones por impuesto a las ganancias, que originariamente estaba en un 35%, iban a subir progresivamente cada vez que el precio de la soja subiera a nivel internacional. Como es progresivo, si la soja (que se vende al mercado Chino), costase más de 600 dólares la tonelada el Tesoro se quedaría con el 95% del excedente.
En otras palabras, si la soja llegara a 700 dólares, el Estado se quedaría con 95 dólares de los 100 dólares que excedan los 600. Al campo no le gustó que el Gobierno le pusiese un precio máximo a la soja y, sobre todo, que por encima de los 600 dólares se los lleve la Tesorería.
La defensa del Gobierno de la presidenta Cristina Kirchner es sólida y resalta verdades incuestionables. Como la política del dólar alto (mantenido por encima de 3.10 pesos por el gobierno) cuando a nivel mundial y en la región la divisa no para de caer, con lo cual se apoya las exportaciones.
Además de ser una de las principales políticas de Estado que el Gobierno defiende a capa y espada. Esta política cambiaria, es de máximo beneficio para el sector agroexportador, pues el dólar alto, cuyo costo comparte con toda la sociedad, y más la gasolina subsidiada, también le permite al gobierno financiar el superávit fiscal, fruto del pago de impuestos de la gran mayoría de los argentinos.
También es cierto que el sector agropecuario invirtió en la producción, pero parece que no se recuerda que contó con un paraguas permanente del Estado. Y se podrá decir que es por conveniencia, ya que, en última instancia buena parte del superávit fiscal se explica por el dinero de las retenciones a las exportaciones agropecuarias, pero, ¿quién subsidió a la clase media argentina después del corralito financiero del 2001?
Curiosamente, todo esto se da cuando la cosecha promete ser una de las mejores, los precios internacionales son más que rentables, por lo cual el Gobierno se plantea un camino para aumentar el superávit fiscal (podría llegar a 4% del producto bruto interno), con lo que haría más sólida la situación económica. Una pelea en épocas de abundancia y no de escasez, bosquejando una situación inédita en el país en los últimos 30 años.
Pero también está la excepcionalidad de los precios internacionales en los productos que la Argentina exporta, y que obliga al Estado, con buen criterio, a aplicar retenciones para evitar una suba de precios de los alimentos y que liquide el bolsillo de los argentinos. Éstas son las posiciones. Sin embargo, además de un costo económico alto, podría hacer renacer viejas antinomias estereotipadas que hagan difícil llegar a un acuerdo cuando las condiciones económicas internacionales parecen estar alineadas para que la Argentina pueda pasar de crecer a tener crecimiento sostenido.
De ahí que, en rigor, el eufemismo que parafraseó el estanciero Alfredo De Angeli: “Prefiero ver morir a las vacas antes que regalarlas”, no sólo habla del valor de mercado de una mercancía, la vaca, sino que da pie al enfrentamiento verbal que, como sabemos, desplaza una metáfora para internarla en los territorios del acto nudista del lenguaje.
De ahí que la opinión pública acrítica que se informa a través de los grandes grupos periodísticos (Clarín, de nuevo), cree que las medidas del Gobierno obligarían a los ruralistas a “regalar” sus mercaderías. Y desde una cobertura periodística que nunca se aleja de De Angeli, se espectaculariza el conflicto, y no se les ocurrió irse un poco más allá, informativamente, del escenario del cual habla el latifundista.
Por eso no es raro que en semejante crisis, los grandes medios nunca hablen de los campesinos. ¿Argentina es un país sin campesinos? ¿El campo estalla sin campesinos? Parece ser que sí, pues los dirigentes del campo, que apoyaron las más cruentas dictaduras, hace años que vienen vaciados de contenido, degenerados en su naturaleza como actores sociales, y fagocitados por las melenas canosas y patricias de sus dirigentes, con lo cual es obvio hablar de propietarios y no de campesinos.
“Prefiero ver morir a las vacas antes que regalarlas” es una frase que contiene al latifundista básico, y es otra prueba del inmenso poder simbólico de los dueños de la tierra que se ponen al servicio de los explotadores históricos. Por eso es (y esto es una quimera) que esta crisis nunca habla de reforma agraria, como la que esperaron los campesinos europeos (gallego, italiano y polaco) cuando se vino a hacer la América en Argentina a fines del siglo XIX.
Pero volvamos a nuestro diccionario google.com…Ahí se nos informa que la gloriosa frase del latifundista argentino, no es de origen religioso, ni siquiera político. Es apenas la chicana del dueño de la vaca. Pero a propósito, para revisar también esa última instancia, la muerte de la vaca, aplicada a eslogans y discursos políticos, pongo en la parrilla (sic) una reflexión de Bertrand Russell, tomada de un reportaje que le hizo en 1965:
“En 1782, el patriota norteamericano Patrick Henry pergeñó la frase que dio rienda suelta a todos los nacionalismos. Dijo: ‘prefiero morir que seguir dependiendo de la Corona Británica’. Ahí comenzó el desastre; la fórmula hizo carrera. El día en que algún norteamericano diga ‘prefiero ser comunista antes que morir’, o que algún soviético grite ‘prefiero ser capitalista y no cadáver’, bueno, ese día se habrá producido una revolución en el pensamiento humano”.
Finalmente habría que decir que la palabra “regalar” es curiosa. Me imagino a Jesús, a Gandhi, a San Francisco, al Che Guevara, a la Madre Teresa, qué sé yo, a cualquier líder humanista o cristiano, diciendo “prefiero ver morir a las vacas antes que regalarlas”. ¿No parece un blooper semántico? ¿No se le traspapela, a la frase, su costado siniestro?
Seguramente habría que considerar la suba del petróleo, o el oportunismo de los que les interesa más satisfacer la demanda de maíz para biocombustibles, que alimentar a un vecino que paga menos por tonelada. Pero aquí, ahora, sabemos que los dueños de la tierra (que siempre son conservadores católicos y cristianos) preferían su margen de ganancia y la vaca muerta, antes de alimentar y de mejorar la calidad de vida de su propio pueblo.
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* El autor es periodista y productor de radio.
yankofarias@yahoo.com
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