Fernando Dorado
El paro laboral de los trabajadores de la caña de azúcar -"corteros de caña"- es de máxima importancia para la lucha por democracia, soberanía y justicia social. Apunta a, y desnuda, la esencia del modelo actual de explotación capitalista.
Sintetiza en sí mismo la rebelión y el renacer de la clase obrera contra las formas de esclavitud "moderna". Si el instinto obrero existe, un buen ejemplo es lo que ha ocurrido en esta región del suroccidente colombiano.
Que los trabajadores hayan logrado unirse, superando las diferencias entre sindicatos de base, afiliados a las cooperativas de trabajo asociado, y otras formas de contratación precaria, derrotando las burocracias sindicales vendidas a los dueños de los ingenios, es un paso grandísimo, incluso heroico.
Recuerda las huelgas salvajes del siglo XIX en Europa y EE.UU., y las luchas obreras de principios de siglo XX en Colombia, en donde los trabajadores se unían masivamente contra una forma de explotación que ellos no entendían pero que enfrentaban con valor y a veces con desesperación.
La palabra "cortero" es relacionada con "cortar", y aunque la acepción es correcta, el término es identificado por los mismos trabajadores con seguir el "corte", el surco, la trinchera, el frente o el horizonte. El "corte de la caña" es mirado por los trabajadores como un todo.
La "masa de caña" aparece de bulto ante los ojos de los obreros de los cañadulzales (jornaleros agrícolas). Para ellos la caña no es un organismo vegetal, no son "matas", o plantas, con las cuales se produce algo útil, como las miraría un campesino.
Para ellos son parte de su "enemigo", al que hay que tumbar con sus machetas, "pacoras" o "cambas". Su trabajo no es asimilado por ellos como algo creativo. Es en gran medida un "castigo", un sacrificio que hay que realizar para poder sobrevivir con sus familias. La separación del trabajador y los medios de producción tienen allí su máxima expresión. La tierra para ellos es un infierno, y muchos de ellos dicen odiarla porque allí están enterrando su sangre y su vida.
No podemos predecir el resultado de esta lucha desigual. "Es una pelea de huevo con piedra" decía un viejo palmirano típico. Los trabajadores se enfrentan a los empresarios más poderosos de Colombia, encabezados por el grupo Ardila Lulle, considerado uno de los productores de azúcar a nivel individual más grandes del mundo. Además, es una burguesía de origen terrateniente y esclavista, heredera de la vieja clase latifundista caucana, una de las más retrógradas y reaccionarias del país.
Los "corteros de caña" se enfrentan a la más sofisticada forma de explotación que se ha ideado el capitalismo globalizante. Las cooperativas de trabajo asociado son una forma de "tercerización" de las relaciones laborales, en donde el trabajador supuestamente es el dueño de su "propia empresa".
De esta manera los empresarios se libran de pagar prestaciones sociales, impuestos parafiscales, dotaciones de trabajo y hasta el mismo transporte. Los trabajadores aparecen ganando mucho más de lo que efectivamente reciben mientras viven en condiciones de extrema pobreza, hacinamiento, cumplen jornadas laborales de más de 12 y 14 horas diarias, y laboran en precarias condiciones en los frentes de trabajo.
El paro lleva 48 días. Arrancó el 15 de septiembre de 2008. La opinión favorable a su lucha es inmensa tanto a nivel nacional como internacional. Muchos ojos están encima de este conflicto. La solidaridad económica (especialmente alimentos) ha sido fundamental para sostener el paro, tanto por parte de sindicatos, comunidades campesinas e indígenas y población en general.
Sin embargo, la solidaridad política no ha sido – hasta ahora – lo suficientemente fuerte, a pesar de que en la región los afectados por este conflicto son amplios sectores de comerciantes, empresarios medios, transportadores, y otros.
El Paro, por su dimensión, efectos e importantes experiencias organizativas, es un laboratorio viviente. Las luchas obreras están generando nuevas formas de organización que rompen los esquemas preestablecidos. Las mujeres, esposas de los corteros, han sido un puntal importantísimo en el desarrollo y sostenimiento de esta lucha. Las estructuras sindicales se han quedado cortas frente a los avances de la vida.
Sus experiencias tendrán que ser asimiladas por las fuerzas progresistas del país, por los trabajadores mismos, los investigadores sociales y las fuerzas políticas.
Están encima nuevos desafíos. La mecanización del corte de la caña, anunciada y ya iniciada en la región, es uno de los retos inmediatos a enfrentar. Ha venido siendo utilizada por los empresarios como chantaje y herramienta contra la organización obrera en ciernes.
Sin embargo, la globalización neoliberal obliga a los capitalistas a implementar ésta y otras transformaciones en el proceso productivo para competir en el mercado internacional del etanol, el azúcar y la energía eléctrica. Los impactos sociales que esos cambios traerán para la región son incalculables. El desempleo y la marginalidad social se van a profundizar. La resistencia que desarrollen los trabajadores y la población en general, serán la continuación de este histórico paro, que está llegando a su etapa de desenlace.
Todos los demócratas y gente decente del país y del mundo podemos todavía ayudar. Hay que evitar que la oligarquía cañera globalizada derrote a los trabajadores. Su lucha es nuestra lucha. Rompamos las barreras que han impedido que la inmensa opinión favorable a su lucha se convierta en solidaridad activa.
Todavía podemos desencadenar la acción ciudadana y popular a favor de los "corteros". El momento es crítico y se requiere mucha creatividad y apertura mental para evitar que los todopoderosos dueños de los ingenios se salgan con la suya. Unamos mentes y esfuerzos. ¡Actuemos juntos!
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