Desde abajo
Fernando Dorado El Polo Democrático Alternativo fue un buen intento por desarrollar
en Colombia una nueva forma de hacer política. Recogía en su seno
las tendencias que se identificaban con la “franja amarilla” que
apareció en la década de los años 90s del siglo pasado (XX). Se
juntó el “progresismo” con la Izquierda e intentaron renovar la
política en Colombia.
Sin embargo algo falló.
Ahora estamos en otra etapa. La Izquierda – multifacética como
corresponde a un país con un desarrollo desigual y complejo –
estalló en sus diferentes corrientes y hoy busca en el movimiento
social sus fuentes renovadoras y energías transformadoras.
El progresismo se refugia en gobiernos que considera “progresistas”
y busca aliados en los “verdes” que surgieron como respuesta al
vacío que empezaba a dejar el Polo. Por ese camino se diluirá o
será el reemplazo del partido liberal. No tiene otra alternativa.
Pero la necesidad de una “nueva política” sigue allí pendiente.
Muchos piensan que el error fue el programa del Polo, pero allí no
está el problema. El programa del Polo recoge – en grado sumo –
las transformaciones que requiere el país. Democracia, soberanía,
Paz, justicia social, defensa de lo público, transparencia, equidad.
Sin embargo, como dicen, el diablo está en los detalles. En lo
táctico no hubo acuerdo. Las prioridades nos dividieron. Para unos,
es la soberanía nacional; para otros, es la Paz con justicia social;
para otros más, la lucha contra la corrupción; y, para muchos
otros, la defensa de lo público.
Pero el método fue lo que más jugó en contra. Se cayó en
prácticas estrictamente parlamentaristas. Todo gira alrededor del
“congresista”. Muchos para hacerse elegir recurren al
clientelismo y a la politiquería. Por allí se coló la corrupción.
Pero la vida jala y continúa.
Los pueblos, los trabajadores, las clases subordinadas, siguen allí,
con sus diferencias y particularidades, empujando hacia adelante. La
lucha por soberanía, que muchos le reclaman a la “burguesía
nacional”, se va concretando en reivindicaciones populares. Así ha
ocurrido en los países de América Latina que están en proceso de
avanzar en su liberación nacional pero paralelamente por construir
una sociedad post-capitalista.
Es importante recordar que en esos países, sólo cuando el pueblo
derrotó políticamente a las oligarquías entreguistas, los
campesinos ricos y medianos empresarios se pusieron del lado del
pueblo. Y lo hicieron para defender sus intereses. Hoy son una traba
para el desarrollo de verdaderas revoluciones sociales: jalan hacia
atrás, pujan por el pasado.
La dinámica de la lucha de clases en Colombia – que ha estado
dominada durante dos décadas, desde 1991 – por un pacto de clases,
entre la oligarquía y las capas medias de la población – tiende a
romperse en pedazos por la irrupción en la política de los sectores
sociales que han estado subordinados por más de dos siglos. Indios,
afrodescendientes y mestizos pobres, tanto de la ciudad como del
campo, están construyendo nuevos caminos para participar en
política.
Su fuerza va a transformar las formas de hacer política.
La Marcha Patriótica, el Congreso de los Pueblos y otros procesos
que están en construcción, son fruto y reflejo de ese movimiento
social que, por ahora se expresa en paros y protestas, pero que en
poco tiempo tendrá que manifestarse como movimiento político.
Y será, de nuevo tipo.
Lo importante es que estas nuevas expresiones políticas superen los
errores cometidos por sus antecesores. Lo interesante es que sepan
combinar un trabajo innovador en lo local y regional, con un proceso
de transformaciones a nivel nacional que debe superar el
parlamentarismo, que corre con el peligro de la cooptación.
Ya existe el núcleo de ese proceso. Las comunidades indígenas
vienen transformando su entorno, pero deben aprender del espíritu de
los “municipios rebeldes autónomos” de los neo-zapatistas
mexicanos. En esa misma dirección deben transitar las Zonas de
Reserva Campesina, sin pedirle permiso al Estado y colocando a la
insurgencia en su verdadero lugar, creando nuevas formas de
democracia directa y participativa.
A nivel urbano también se debe intentar ese camino transformador. El
Estado colombiano deja abiertos grandes espacios para que una
autonomía popular crezca en comunas y barrios populares. Ya existen
gérmenes de importantes iniciativas en el terreno de la cultura y la
comunicación. La resistencia civil que surge en sectores populares
contra imposiciones de las empresas privatizadas de los servicios
públicos también marcha en esa dinámica.
En verdad, una nueva forma de hacer política está emergiendo.
Pero claro, no podemos renunciar a la lucha por el poder político
central. No obstante, dicha lucha debe ser revisada. El aparato
estatal colonial que existe es una verdadera trampa para quienes en
nombre de los sectores populares llegan a esos escenarios. Debemos
llegar allí con metas y objetivos precisos: destruir la máquina
estatal opresora y sustituirla por un sistema que se apoye
progresivamente en la acción administrativa y coactiva de las masas.
La experiencia de los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia nos
muestran los nuevos retos que tenemos por delante. El Estado Colonial
se resiste a desaparecer. Las fuerzas políticas que constituyeron
los gobiernos “progresistas” no tenían fuertes lazos con los
movimientos sociales y rápidamente han sido absorbidos por su
dinámica burocrática.
La verdadera revolución social está pidiendo pista. Una nueva forma
de hacer política se requiere para impulsarla.
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