martes, 4 de octubre de 2016

Lo que resuelve la agricultura familiar, respuesta desde Cañuelas (Argentina)


“Así como individualmente ninguna persona se salva sola, ninguna organización se salva sola, ningún país se salva solo. Esto es una lucha de los pueblos”.


laculturanuestra.com En Cañuelas, zona campesina de la provincia de Buenos Aires, Argentina, hay una escuelita. Alicia la define como “muy contenedora al ser chiquita”. En la cabecera del pueblo de Cañuelas, las escuelas se daban el lujo, según cuenta, de botar a los niños problemáticos. Todos finalmente iban a parar a nuestra
contenedora escuelita, no sin representar un desafío para su director. ¿Qué hacer? Era la pregunta. La respuesta provino de la Cooperativa Agropecuaria Asociación de Productores Familiares (APF) de Cañuelas, a la que pertenece Alicia Alem, y que en su experiencia conocían muy de cerca el trabajo con niños, gracias a una serie de talleres que venían desarrollando en distintas escuelas rurales.

Comenzaron por la hechura de herramientas, remontándose al nacimiento de su organización (para ese momento contaban con una pala de punta y un rastrillo elaborado con una rama, madera y clavos). Al finalizar ese primer taller, algunos de los estudiantes no habían logrado terminar sus herramientas, pero querían hacerlo. Les dieron la oportunidad. “Vayan, pidan permiso y si les dejan volver nosotros los esperamos”, les dijeron. “¿Cuál fue nuestra sorpresa? Que además de los chicos que no habían terminado sus herramientas, volvieron los que sí las habían terminado o aquellos que no habían llevado los caños o las cosas para hacer las herramientas o el reciclado también volvieron. Volvieron todos”.

Ahí fue cuando el director lo supo: habían dado con “una llave sumamente importante”, en palabras de Alicia. A partir de ahí armaron todo un plan de talleres con los niños que, vistos por la sociedad, eran potencialmente delincuentes.

Hay una gran cantidad de gente de plata que se está yendo de las ciudades a esas zonas más tranquilas, más campesinas, para tener su casita de fin de semana, y también hacen barrios cerrados, con una marginación muy fuerte a la gente del lugar. “La población en general pasa a ser delincuente antes de entrar, porque te revisan como si fueras delincuente, tienes que llevar una lista hasta del último tornillito que llevas si sos un trabajador, un albañil, un carpintero, y no puedes sacar nada. Sobre todo esto: sos delincuente antes de entrar”.

Esta realidad se cruza con algo que fue un motor para la gente de la APF, en la época en que lo orgánico pasó a ser cooptado, se volvió muy costoso y dirigido a una elite, un sector con mucho poder económico. “Nosotros estábamos produciendo alimentos de calidad, sin agrotóxicos, ¿cómo hacemos para que nuestros alimentos lleguen, sea posible que las familias de menores recursos puedan acceder? A través de los talleres”.

“Estos chicos encontraron un espacio que les interesaba, eran trabajadores maravillosos, los más trabajadores; un espacio donde se podían apropiar, lo podían sentir suyo, y donde también encontraron amor, porque sin amor la agroecología no es posible. Fueron nuestros abanderados, esos chicos fueron maravillosos”. Cuenta que al principio les asombraba que niños de 10 años manejaran la economía doméstica. “¿Y por qué? Porque los papás estaban todo el día afuera tratando de encontrar algún trabajito para generar un peso para volver a casa”.

Aunque Alicia le huye a contarse en números, sabe que de ese abanderamiento se amplían los márgenes de acción e influencia de la APF, pues de las 200-300 familias que podrían ser, solo 64 son socias formales. El resto es comprendido por algunas un poco más alejadas del sector, y aquellas a las que esas niñas y niños “sensibilizados también por la crisis, formados por la crisis”, estimularon tras los talleres.

Tienen además una radio comunitaria, donde trabajan con otras instituciones. “Ahí tenemos otra tanda. ¿Cuántos somos? No lo sé. Además, no nos interesa. Hay una organización de Argentina, que cuando nosotros nacíamos por allá a principios de los años 90, les preguntábamos ‘cómo hacen ustedes para fortalecerse y para ir creciendo’, y ellos nos decían ‘así nosotros tengamos que caminar un día –porque es de zona montañosa- para llegar a donde hay una compañera o un compañero, y otro día para regresar, lo hacemos porque uno vale la pena’. A mí esas cosas me marcaron. Yo digo, ¿por qué tienen que ser cosas masivas? Además, los grupos chicos articulados tienen una fuerza impresionante”.
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Alicia Alem. Foto: Alejandra Teijido.
Alicia Alem, de la APF de Cañuelas. Foto: Alejandra Teijido.

Nacida y criada en una familia campesina, para Alicia resulta muy natural el proceso de producir alimentos para el consumo propio, y de ahí es fácil reconocer que el nacimiento de la APF de Cañuelas se haya dado como una respuesta campesina ante “una crisis muy profunda de la Argentina”, en la cual los trabajadores en general no podía poner los alimentos sobre la mesa. “Le habían subido el precio y no teníamos acceso, pero había alimentos. Nacemos como organización porque decimos ‘acá tenemos que hacer algo contra esto’, y nacemos solidariamente sin apoyo del gobierno porque era un gobierno que profundizaba el neoliberalismo y el capitalismo”.

Eran los tiempos de la pala y el rastrillo de rama, sus herramientas comunitarias, como les llama ella, cuando comenzaron a reciclar y fabricar más herramientas (primero lo primero) “para que se pudieran multiplicar las huertas familiares”.

Así, de a poco, con terca insistencia, fueron creciendo y mejorando en la experiencia. Garantizada la alimentación propia, llegaron los excedentes en la producción, y con ello la incorporación a los clubes del trueque. “Yo llevaba mi alimento, tú eres peluquero, me cortabas el pelo y yo te entregaba el alimento”.

Apuestan a una economía “social y solidaria”, fundamentada en el intercambio, el compartir de saberes. Saben que no pueden entender la agroecología que promueven desde el capitalismo, sino dentro de esa otra economía. “Que estamos construyendo desde los pueblos, y que sí es posible”, y que no es eso que se nos quiere presentar en los grandes medios como marginal, como una economía de la pobreza. “No, no es así. Es la economía que está tratando de avanzar en la construcción de una nueva sociedad. Y la agroecología va de la mano de esa otra economía social y solidaria”.

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Sus formas de producción van desde las familiares, de una familia, a las grandes, las colectivas que son de toda la cooperativa, pasando por algunos casos de producciones asociadas, donde participan personas de unas dos o tres familias diferentes y abarcan incluso hasta la artesanía y la confección de prendas de vestir.

Gallinas, pollos, conejos, cabras, cerdos, ovejas y vacunos son los animales que crían, tanto para el consumo, como para la posterior comercialización, gracias al agregado de valor, por ejemplo, de los lácteos (hacen yogurt, queso, manteca). “Nosotros vendemos los productos primarios, y cuando no los vendemos o cuando vemos que hay suficiente, le agregamos valor; y tenemos producción para consumir durante todo el año; el consumo y la comercialización”.

También, en el ánimo de abarcar los ciclos en toda su complejidad, se dedican a la siembra y cuidado de sus propias forrajeras (pasto) para la alimentación de sus animales. Sus producciones animales no están sujetas a los vaivenes de ese mercado de la especulación, porque además cuentan con una pequeña planta para el procesamiento de alimento balanceado –producción colectiva, de toda la cooperativa-, un logro alcanzado durante el gobierno de Néstor Kirchner, de quien asegura que tuvo a bien sentarse con las propias organizaciones para construir las políticas públicas. “Porque no queremos que vengan los políticos o los funcionarios con las políticas. Nosotros les decimos ‘desde estas necesidades, queremos construir estas políticas’. Somos sujetos de las políticas”.

De sus propias discusiones del accionar, decidieron ejecutar la siembra de cereales, como el trigo, el cual además procesan para la elaboración de harina integral, y que luego transforman en panificados que comercializan, al igual que el harina.

También hacen rescate, producción y socialización de las semillas. “Que se vuelvan a sembrar en la misma zona hace que las semillas se vayan adaptando a los cambios climáticos”, explica. Hubo un momento de sequía, recuerda, asociado al trigo, que da cuenta de esto. “La nuestra luego de estar muchos años en la zona, cuando vino la sequía, se había preparado para la sequía, como que la detectó, y tuvimos prácticamente el mismo rinde que en los otros años. 

Eso se dio naturalmente, y otros compañeros que sembraban con la semilla que compraban afuera, importada, ‘la mejor semilla’, con todo el paquete tecnológico, con muchísimo gasto, cuando se dieron cuenta que daban el mismo rinde nos preguntaban ‘¿cómo hicieron? ¿Qué le pusieron?’ No les pusimos nada, es la semilla la que se va adaptando, igual que nosotros. Los primeros cambios nos sorprenden pero después nuestro cuerpo es como que va generando sus defensas y se va adaptando, y somos semillas”.

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“Así como individualmente ninguna persona se salva sola, ninguna organización se salva sola, ningún país se salva solo. Esto es una lucha de los pueblos”. Con esta premisa también la APF forma parte de una organización mayor, con presencia en 19 países: el Maela (Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe). Esta nació de la mano de algunas organizaciones de técnicos y de académicos, pero se fueron sumando las organizaciones campesinas, indígenas, de pescadores artesanales, de mujeres indígenas, de jóvenes rurales. “Una diversidad muy amplia, que fuimos tomando protagonismo, dinamizando”.

De ahí que, al igual que la gente de Cañuelas, promuevan la integralidad, no solo de los pueblos, sino a la hora de encarar la producción de alimentos, que “tiene que ver con la biodiversidad, con el resguardo, conservación y socialización de las semillas nativas y criollas; tiene que ver con el cuidado del agua, con el acceso a la tierra, con la educación. Insistimos mucho en esto: que la agroecología no es un técnica de sustitución de insumos, sino que tiene que ver con la integralidad, con lo cultural, con lo socioambiental, con lo político, con lo económico, con lo histórico, y que fundamentalmente es política”.

En la APF hay compañeras y compañeros de otros distritos que son socios de la cooperativa. “Por eso nosotros decimos que tenemos productores urbanos, periurbanos y rurales”. Parten del hecho de que “esto de segmentar es del capitalismo”. Por eso, al hablar de la agricultura urbana la relacionan estrechamente con las otras dos. Llaman a pensar más allá del hoy. “Cómo vamos a poblar otras partes del país que no sean esas ciudades, es decir, el regreso al campo, que tiene que ser con un desarrollo integral para las personas, pensado desde las mismas personas, no desde los funcionarios ni de los técnicos, ni de los académicos, que tienen saberes, pero los sujetos somos nosotros y tenemos que estar en la construcción de las políticas desde el arranque”.

Ese arranque debe partir de la colectividad, entonces, así como de la reflexión en torno a las políticas con base en números grandes, cuando la cosa más bien comienza por la familia, luego la comunidad, y así. Se debe posar también la mirada en un horizonte de repoblación de los territorios, que además convoque a las nuevas generaciones, esas llamadas a construir lo que viene. Pero, sobre todo, a que esa ida no signifique –una vez más– la exclusión de las poblaciones que ya hacen vida en esas zonas, ni con la perspectiva aburguesada del campo como un sitio de esparcimiento, sino de hacer productivo y político.

Texto: Juan Ibarra (@juansibarra).

Ilustración: Fiesky Rivas.

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