Miguel Ángel Sandoval
El titulo es sin duda una evocación a la frase que hizo popular el expresidente chino Mao Tse Tung, cuando decía que hacer la revolución no era pintar un cuadro, hacer un bordado y algo más. Digo esto porque a las expresiones populares o claramente de izquierda, con sus matices diferenciados, que se encuentran gobernando en varios países del continente, no les esta siendo fácil la tarea de gobernar de manera democrática y producir los cambios que hacen falta en cada uno de los países. Pero además, creo que es tiempo de advertir sobre riesgos que se dibujan en el horizonte político de la región.
Si vemos sin apasionamiento lo que ocurre, nos encontramos con el hecho de que fuerzas retardatarias o conservadores, o si se prefiere usufructuarias del status quo heredado de la época de dictaduras militares y de la ola neoliberal, no aceptan perder privilegios que fueron construidos, literalmente a sangre y fuego, y que para ello están dispuestas a sembrar el caos en el país que sea. No importa si para ello aceptan servir de forma indecorosa al gobierno y los intereses norteamericanos.
Se trata de gobiernos variopintos, que van desde la socialdemocracia declarativa al bolivarismo activo. De un peronismo reciclado a la revolución social que se impulsa en el Ecuador o a la emergencia india en Bolivia.
Y salvo pequeños acontecimientos, en todos los casos se trata de gobiernos que respetan de manera puntual los compromisos anteriores pero con una orientación generalmente mas social, menos dispuestos a mantener los privilegios del sistema aunque manteniendo sus reglas.
Aunque ha habido intentos de cambiar el sistema o las reglas del juego acudiendo a las mismas reglas y los resultados son de pronóstico reservado. Es el caso de las reformas a la constitución boliviana o las reformas en Venezuela que no fueron aprobadas en un referéndum.
O los reparos que hay sobre los cambios constitucionales en Ecuador y el próximo referéndum revocatorio en Bolivia. Se trata en todos los casos de la fuerza de las costumbres, de las viejas practicas que a fuerzas de repetirlas se convierten en inmodificables. Aunque hay casos de otros intentos.
Es el caso de Argentina. Se intenta introducir un incremento fiscal en las exportaciones agrícolas pero no se cuestiona el latifundio histórico de ese país; se nacionalizan los recursos del subsuelo en Bolivia pero no se afectan las inversiones en infraestructura ni otro tipo de bienes de las empresas.
Se intenta ingresar a Petrocaribe o el ALBA pero se sigue en el marco del DR-CAFTA. En suma, es la idea de que pueden hacerse pequeñas reformas pero nunca afectar las estructuras económico-sociales heredadas, desde la colonia o desde la década perdida y las dictaduras militares. Y esos pequeños cambios, de sentido progresista sin duda, se hacen no de manera categórica, como en una revolución, sino respetando las viejas prácticas y los viejos esquemas.
Y sin embargo…
Vemos en Argentina una movilización que nunca tuvo lugar en los años militares pues en el fondo había coincidencia entre la agenda militar y la de los grandes propietarios de la tierra. Mas claro no se puede decir las cosas.
En Bolivia, mientras los indígenas estaban sumidos en el sueño colonial no pasaba nada, la oligarquía cruceña o de otros lugares no chistaba palabra. Pasaban gobiernos militares y todo tranquilo, pero ahora se movilizan y levantan el pánico por una eventual secesión.
En Guatemala ante la idea de adherirse a Petrocaribe aparece una organización de militares en retiro y amenazan lo más fuerte que pueden. Me ahorro cualquier comentario.
De lo que se trata es que para la izquierda hoy día, el ejercicio del poder o de gobierno, requiere como nunca de consensos, de acuerdos o alianzas, porque se trata de impulsar una agenda que molesta enormemente a los factores tradicionales de poder que en efecto no toleran cambios. Que nada se mueva, que nada se transforme, parece ser su divisa.
Y claro, en este contexto las expresiones fuertes de Chávez o la presencia de un Indígena como Evo, o de una mujer como Cristina Fernández, o un obrero de la metalurgia como Lula, generan urticarias en los conservadores de toda la vida.
Es en sentido estricto gobernar en una piscina llena de tiburones. Y gobernar haciendo esfuerzos para respetar reglas y normas creadas por quienes fingieron respetar la democracia. Es algo totalmente ajeno a la idea de gobernar pintando o bordando como decía Mao.
Por ello, en el continente los gobiernos que quieren hacer cambios deben tomar conciencia de que deben optar de una buena vez. O siguen sujetos a las inercias que tienen origen en el viejo orden, o se animan a iniciar rupturas que mejoren sus posibilidades de impulsar los cambios.
Lo contrario es el retroceso y el eventual inicio de una nueva ola antidemocrática a nivel continental, en donde las fuerzas conservadoras se retroalimentan de manera mutua con una clara oposición a los cambios que puedan oler a izquierda. Los hechos apuntan en esa dirección.
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