Miguel Ángel Sandoval
Si algo tiene positivo la crisis global del capitalismo financiero, es que permite apreciar en directo y a todo color, la dimensión de la estafa mundial que se había construido con las finanzas virtuales, el nivel de perversidad de la denominada economía de casino.
Al grado que ahora para intentar salvar de la quiebra a cadenas de bancos y a países con sus economías, se anuncian cantidades exorbitantes de dinero que los estados deben inyectar en la banca privada para impedir un colapso total, y demás esta decir que esa plata alguien tendrá que pagarla, y seguro no serán los bancos. Pero eso es solo una de las partes de la crisis. Hay otra que me parece mucho más aleccionadora.
Me refiero al desfunde de la idea mediante la cual el Estado no tenía ya ninguna razón de ser porque el mercado se autorregulaba. Que no nos hacía falta de ninguna intervención del Estado en la economía, ni en la política, ni en nada.
Esta es en síntesis, la tesis madre del neoliberalismo desbordado que desde hace algunos años se pavoneaba en todas las universidades, centros de investigación, tanques de pensamiento neoliberales y en los círculos de empresarios. Por supuesto sin que faltara una influencia decisiva en la clase política de los diferentes países; es lo que se ha denominado desde hace algunos años como el consenso de Washington.
Y esta idea se ha ido al demonio. Al grado que los más conspicuos neoliberales y los promotores del mercado a ultranza, dicen ahora que hace falta la intervención del Estado para regular los procesos económicos, particularmente la anarquía que se observa en las finanzas. Ya algunos dicen sin sonrojarse que es necesario revivir a Keynes para dar de nuevo un mayor y mejor rol al Estado y a la inversión publica.
Cosas de la vida como diría el poeta. Aunque es necesario subrayar que en Guatemala esta idea neokeynesiana no aplica en las elites conservadoras, que siguen diciendo que es necesario sacar al Estado de la economía, que no se meta en las finanzas, y sobre todo, que no hay que pagarle ni un centavo.
Y mientras esto ocurre es necesario establecer por lo menos dos ideas básicas. La primera es que la crisis capitalista no es, por ahora, terminal. Y que lo que está en crisis real es la idea de que el mercado se regula por si y ante si, lo cual corresponde a las ideas centrales del neoliberalismo.
En dos platos, hay una crisis terminal del neoliberalismo a ultranza. Pero no del sistema. En pocas palabras, no hay que comer ansias pues desde hace mucho tiempo se vive anunciando la crisis final del capitalismo que nunca llega, y por el contrario, ya hemos visto su capacidad de adecuarse y sacar provecho incluso de sus sacudidas mayores.
Al grado que ya hay economistas y defensores del modelo neoliberal, sin estos excesos que señalo, que ya dicen sin ningún tipo de temor, que en pocos días todo regresa a la normalidad y que las inyecciones financieras que se están haciendo por las bancas centrales, deben de dar paso a una ola de crecimiento económico sin precedentes, aunque por supuesto, con costos para las economías emergentes o periféricas.
En suma, nos va a tocar pagar los platos rotos. Salvo que desde las corrientes de pensamiento que se ubican a la izquierda del fenómeno neoliberal, sigan basta ya o stop al neoliberalismo con nuevas y atractivas propuestas. Una cosa es cierta. El neoliberalismo desbocado, grosero, y altisonante, con sus correlatos políticos e ideológicos, no regresará más. A esta variable financiera le llegó su final no muy feliz. Se impone una nueva era y nuevas reflexiones. Es lo menos que puede ocurrir.
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