Toda minoría discriminada por razones religiosas, políticas, étnicas o sexuales es particularmente sensible –y con justa razón– a cualquier nuevo intento de discriminación. A la sociedad entera le corresponde la tarea de evitar que dicho fenómeno se propague, independientemente de su origen y de quiénes sean sus actores. Pero no hay que olvidar que la cultura al respeto y a la tolerancia se construye día a día, empezando por luchar contra los propios prejuicios antes de hacerlo contra los de los demás.
Sin embargo, me parece un poco exagerada la polémica contra Jalife Rahme y su antisemitismo, sobre todo por mencionar a las personas con sus dos apellidos, pues tan sólo hasta el sexenio pasado citar a alguien sólo con el primer apellido –como solían hacer el ex vocero de la presidencia del gobierno Fox y otros políticos panistas refiriéndose a López Obrador (el famoso “Señor López”)– era considerado por muchos un acto de clara discriminación.
En cambio, hay cosas más preocupantes, como el creciente interés morboso por las teorías del revisionismo histórico y las ideologías nazifascistas también en México (en la FIL Guadalajara 2008 apareció entre los expositores una librería neonazi).
Paralelamente, y con la misma intensidad, considero necesario tomar distancias de la política imperialista de muchos países que, además de sus armas bélicas, tienen la de fomentar el odio interracial y interreligioso. Así como muchos estuvieron contra el colonialismo europeo en América, África y Asia, del imperialismo de Estados Unidos en América Latina, Asia y Medio Oriente, de Turquía e Irak por su limpieza étnica hacia los kurdos, de Sudáfrica por el apartheid hacia los negros, de los modernos estados latinoamericanos hacia los indígenas y un sinnúmero de otros casos, hoy es preciso repudiar tajantemente la política genocida de Israel hacia el pueblo palestino.
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