Mario Benedetti, NO LO BUSQUÉIS ENTRE LOS MUERTOS
Jorge Muñoz Fernández
Dejad que al entierro del poeta vayan los que creen en la resurrección de los muertos; dejad que en los oficios fúnebres del poeta desfilen los desventurados; dejad que sean los taciturnos los que vistan de riguroso luto en las exequias oficiales del bardo del pueblo; dejad a otros el gimoteo y el oficio de las plañideras; dejad que los invocadores del más allá eleven sus plegarias monótonas y se desengañen intentando purificar el espíritu de un ser humano profundamente pulcro; dejad el lamento y los sollozos a los acongojados, dejad que a la inhumación de Mario asistan los panegiristas de oficio.
Que no vayan los irreverentes y los iconoclastas, aquellos que no creen en el mármol de los cementerios, ni en los panteones donde el poder le rinde culto a los iletrados del conocimiento. Mario continúa su viaje a pie. Ha comenzado a caminar de nuevo, y a pasos de de gigante, con los torturados, los exiliados, los excluidos, los perseguidos, los expoliados, los familiares de los ajusticiados, las víctimas, los humillados y los pobres.
Allí está alentado sus sueños emancipadores con sus manos como banderas llamando a la resistencia por la fraternidad, la justicia y la vida. Sus libros, que los críticos de fachenda trataron de zaherir por su elemental manera de abordar la política, el arte y el amor, los forjó con, por y para el pueblo.
Bien lo dijo en un momento memorable: “Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie.”
Si con motivo de su desaparición física sus amigos, compañeros, camaradas o amantes de su poesía pretenden orar por el alma de Mario que no recurran a la oración, ni a la plegaria religiosa. Las súplicas y los ruegos sustitúyanse por sus poemas, capaces de establecer, aún en la conciencia de los enajenados, la comunión profunda que los hombres y mujeres necesitan para labrar un mundo hermano.
Sigamos su disertación sincera y natural: “Hay gente que tiene sus creencias religiosas y tiende a sentir que después de la muerte está el Paraíso, o el Infierno, porque muchos han hecho mérito para el infierno. Yo creo en un Dios personal, que es la conciencia. Mario era así. Pensaba así. Había roto las cadenas de la alienación humana. Cuando las botas asesinas exterminaban a su pueblo, su poesía era, en las cárceles y en la clandestinidad, aliciente digno y decoroso.
Frente a la noticia de su muerte alcemos, en su memoria, la copa de la vida, por la limpieza de su pensamiento y su compromiso con la literatura emancipada de lo insustancial: liberadora. Mario el Heterodoxo, el Limpio, el Sencillo. Mario el Grande. No lo busquéis en el Cielo, ni en el Infierno, donde en vida lo alojaron sus enconados enemigos, tampoco lo busquéis entre los muertos. Mario, ahora emancipado de la vida, sigue conspirando con los desheredados e iluminando a la clase media que aún vive y sobrevive en las tinieblas. jorgemunozfernandez@hotmail.com
Caraca DC, República Bolivariana de Venezuela, mayo de 19 de 2.009
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