Fernando Dorado
En ocasiones desconocemos nuestra propia historia. Las gestas de los pueblos están allí para ser evaluadas, comprendidas y desarrolladas. Por falta de valor, rigurosidad o sectarismo, no somos lo verdaderamente juiciosos y concienzudos para sacar lecciones de ellas. Resultado: cometemos los mismos errores, no avanzamos, nos estancamos.
Diversos países de América Latina vienen transitando por verdaderas revoluciones democrático-nacionalistas. Colombia nos parecía una isla apartada de ese proceso. Sin embargo, la realidad es bien diferente. El proceso que desencadenó la instalación de la Asamblea Constituyente en la Colombia de 1991, fue la primera experiencia en esta nueva fase de transformación democrática que vive el subcontinente. Fue una verdadera revolución democrática que por diversos motivos – que hay que explicarse – se quedó a medio camino.
El proceso de Paz (1989-90), la desmovilización de la mayoría de las guerrillas que existían en ese momento (M-19, Quintín Lame, parte del EPL y del ELN, PRT), y la convocatoria al Constituyente primario, fue el inicio de un viraje estratégico en la lucha del pueblo colombiano y de las comunidades originarias colombianas, por construir una nación independiente y una democracia participativa e incluyente.
Se abandonaba la lucha armada para avanzar hacia formas de lucha pacíficas, civilistas e institucionales. Sectores representativos del pueblo, por primera vez, accedieron a significativos espacios de poder político, tanto en la Asamblea Nacional Constituyente como en el Congreso Nacional que se eligió en forma inmediata.
Desgraciadamente el proceso abortó – no por culpa de otros – sino porque no logramos entender la dimensión del reto que teníamos entre manos. Muchos de quienes podrían haber ayudado a construir pensamiento y acción política ya habían muerto, como Jaime Bateman, o las circunstancias del momento les impidieron hacer sus aportes.
Había también, limitaciones estructurales y conceptuales que impedían un avance sostenido. Es parte de la vida.
Además, jugaron su papel negativo las interferencias de sectores de la izquierda armada, por un lado, y por el otro, de la izquierda legal, que consideraban – como lo creen aún hoy – que ese paso fue una traición. (Ese balance contradictorio hace parte de las actuales diferencias existentes en el PDA).
La verdad es que no se contó en su momento con la suficiente claridad política. Sólo ahora, con el avance de las luchas en países hermanos, las importantes lecciones que se están elaborando a partir de esas experiencias, nos ayudan a clarificar el rumbo.
Los representantes de la oligarquía eran absolutamente conscientes de los peligros que les generaba esa nueva estrategia. Por ello asesinaron a los candidatos presidenciales: Jaime Pardo Leal (1987), Luis Carlos Galán S. (1989), Bernardo Jaramillo Ossa (1990), Carlos Pizarro León-Gómez (1990), y a gran cantidad de dirigentes políticos y sociales. Nos empujaban a la guerra. Les convenía seguir desangrando al país como lo han hecho durante los últimos 50 años.
Mi tesis es que en ese momento de la vida nacional, las nuevas fuerzas nacionalistas-democráticas representadas por la Alianza Democrática AD-M19, se “enredaron” con la institucionalidad existente (colonial, oligárquica, imperial). No se apreció a fondo la existencia de una “dualidad de poderes” que se daba al interior de ese Estado. Es posible que se haya sobreestimado la fuerza popular o se subestimó a las fuerzas reaccionarias. O, ambas cosas.
No se tuvo plena consciencia de que ése era un “Estado Social de Derecho” más formal que real. Contaba con el respaldo de una fuerza social y política no mayoritaria. Se enfrentaba a un bloque hegemónico dominante de carácter oligárquico-burocrático, que no dudó en aliarse con toda clase de mafias para provocar su hundimiento. En 18 años la tutela (acción de amparo) es casi lo único que sobrevive de esa Constitución.
Mientras la tarea de ese bloque oligárquico era desmontar de hecho y en forma gradual lo que se aprobó en la Constituyente, mediante el impulso de toda clase de iniciativas neoliberales – como efectivamente lo hizo –, la nuestra era acumular fuerza, consolidar organización política e implementar un programa nacional-democrático que venía en construcción desde décadas anteriores. Ello exigía cimentar una estructura y coherencia política.
En forma sintética podemos resumir los errores cometidos así:
- Confundimos Estado y gobierno. Al aceptar participar en el gobierno de César Gaviria, en cabeza del principal dirigente de entonces Antonio Navarro, perdimos nuestra independencia, enviamos mensajes confusos a la población que había apoyado el proceso y no dedicamos los suficientes esfuerzos a consolidar la fuerza política.
(Ese mismo error se acaba de cometer en el Polo Democrático Alternativo: El mismo compañero Navarro prefirió hace 2 años irse para Nariño a encabezar un gobierno departamental, abandonando su papel como principal dirigente del partido al lado de Carlos Gaviria. El bajón que ha sufrido el Polo está íntimamente ligado a la falta de equilibrio entre las dos principales tendencias constitutivas de este partido. El afán pragmático y las decisiones individuales se colocan por encima de las decisiones colectivas y de la necesidad de construir visión estratégica).
- Al no construir identidad política el proceso que sigue es de absoluta dispersión. Las bases quedan sin dirección, aparecen las alianzas de tipo oportunista (especialmente con el gobierno de Samper). Muchos dirigentes terminan refugiándose en otros partidos políticos o en diversidad de ONGs., perdiéndose la mística del período insurgente. Incluso, otros degeneran políticamente hasta el grado de hoy estar en el campo del “uribismo”.
- El vínculo de la dirigencia política con el movimiento social era precario. Desde ese tiempo la línea “parlamentarista” empezó a imponerse en el movimiento. No se estimuló la construcción de verdadera organización política; la disgregación de candidaturas llevó al fracaso electoral de 1994. (Esta situación puede repetirse en marzo de 2010, si no ajustamos la táctica electoral desde las regiones, con realismo y generosidad, amplitud y flexibilidad política).
- Las comunidades indígenas – que jugaron un importante papel en la Constituyente – avanzaron en sus procesos locales fortaleciendo su presencia política en todo el país. Crean la ASI y AICO1, alcanzan a elegir 2 gobernadores a inicios del siglo XXI, pero al no tener claro un proyecto de carácter nacional, sus experiencias de gobierno quedan reducidas a ejercicios administrativos sectoriales sin mayor proyección política. La mayoría de esas experiencias han tenido muchos problemas de burocratismo, nuevas formas de clientelismo, corrupción y otros fenómenos desgastantes.
(Hoy se encuentran en proceso de diáspora. Se vienen diluyendo en otros partidos y movimientos de carácter nacional (movimiento “fajardista”, PDA, principalmente), mientras que sectores de la dirigencia social intentan consolidar nuevos espacios como “La Minga” a fin de resolver ese problema).
- A nivel organizativo, el encuentro de personas que portaban una "racionalidad castrense" propia de las organizaciones armadas (estructuras verticales y comportamientos autoritarios) con la sociedad, no fue el mejor. No basta autodefinirnos como “demócratas”; el espíritu democrático debe ser interiorizado en el transcurso colectivo y complejo de edificar fuerza y poder real con los pueblos y comunidades.
- Toda esa situación alimentó la convicción en el resto de la izquierda (armada y legal) de que la participación en ejercicios institucionales (gobiernos locales y regionales) era una forma de reforzar al Estado oligárquico. La insurgencia arremete en esos años (1994-2002) contra toda la institucionalidad legal afectando la participación política de gran cantidad de movimientos cívicos, que a su vez, eran atacados por el paramilitarismo por supuestamente ser colaboradores de la guerrilla. Importantes procesos socio-políticos y dirigentes locales y regionales sucumben física o políticamente en medio de esa especie de sándwich de violencia.
1 comentario:
Me gusto este escrito. Un saludo. SaraGuerra.
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