sábado, 15 de mayo de 2010

LA LEYENDA DE LOS “RETOÑOS VERDES

Fernando Dorado

En Colombia brota lo nuevo pero lo viejo se resiste. Dos décadas atrás - en 1991 -, nació un precoz niño con espíritu participativo, incluyente, multiétnico y pluricultural. El reino buscaba paz y justicia social. El pueblo celebró con júbilo, emoción y esperanza.

Los herederos de la oligarquía y los representantes de su aliado imperial sintieron amenazado su poder. Se valieron de una madrastra neo-liberal quien sofocó al pequeño cuando apenas gateaba. El país se hundió en la violencia y la desesperación.

Por la misma época un nieto bastardo de esa aristocracia, quien era un ambicioso mozuelo que buscaba hacerse al poder, se aliaba con unos poderosos maleantes con la promesa de acabar con una banda rival. Se disputaban la fuente de un elíxir muy apetecido en el extranjero que había sido descubierto en su territorio.

Once años después (2002), aprovechando su poder mafioso y la debilidad de sus parientes, se apropió del trono. Un hada madrina lo convirtió en hechicero. Así embrujó a la mayoría de los súbditos. Los convenció que una pandilla disidente era el principal enemigo de todo el reino y se comprometió a aniquilarlos. A la sombra de esa guerra sus amigos negociantes extranjeros se apropiaron de casi todas las riquezas de esos dominios.

Mientras tanto los padres biológicos del infante nacido en 1991 hacían intentos por concebir una nueva criatura. Siempre fracasaban porque querían hacer una copia exacta. No lo lograron. En cambio, la Madre Constituyente - que nunca lo dio por muerto -, lo llevaba en su seno esperando el momento de encarnarlo en un nuevo ser.

Hace cuatro años escogió a un anciano profesor que tenía su espíritu libertario. Lo cubrió amorosamente con una ruana encantada de color amarillo para evitar que lo mataran. Su halo protector funcionaba si nadie se adueñaba de la manta. Pero, surgieron disputas por su propiedad. Lo grave fue que seres egocéntricos lo persuadieron de buscar la perfección en el polo norte. Así se perdió, se quedó en Noruega y se convirtió en un Papá Noel.

Hoy la madre constituyente está feliz. Cree haber encontrado una fórmula. Para evitar el traspié anterior quiere que su hijo encarne en mucha gente. Para empezar se consiguió cuatro personajes, todos diferentes, serios y experimentados. No pertenecen a la estirpe aristocrática, no creen en brujos, ni en hadas madrinas, y no desean convertirse en poderosos señores. Odian las armas y la corrupción.

Crearon una manta de color verde que no precisa encantamientos pero los protege de la soberbia. Su fuerza consiste en que es tejida por jóvenes que tienen el espíritu multicolor de sus ancestros. Ella desconfía, a veces le entran dudas, y por ello les pide aprender del pasado, ir paso a paso, no caer en principismos ni en sueños utópicos, y por sobre todo, que cultiven la sencillez y la humildad.

Hoy la madre se autocritica. Siempre quiso concebir un bebé precioso, como los de las familias poderosas. Lo veía vengativo y justiciero, un gran guerrero. Ahora sabe que la tarea requiere gente del común, laboriosa, disciplinada, pero ante todo ética y transparente.

Entendió al final que la única forma de derrotar a la oligarquía era escogiendo personas moralmente superiores. Está segura que estos nuevos retoños van por buen camino.

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