Señor Raphael Schutz, embajador de Israel en España:
soy la madre de David Segarra Soler (fotógrafo que iba en el convoy atacado por el Ejército israelí en aguas del Mediterráneo). Son las cinco de la mañana del 2 de junio, amanece en Valencia y acabo de enterarme de la liberación de todos los secuestrados en territorio israelí, entre ellos, mi hijo.
Debo confesarle que en estos momentos no siento ningún odio ni hacia usted ni hacia el Estado que representa, pero no por un motivo altruista, ni noble, ni religioso, sino por puro egoísmo: el odio destruye. Y un buen ejemplo de ello lo está dando su país al mundo, un país nacido del sentimiento de culpabilidad colectiva de una Europa cobarde que no supo defender a sus ciudadanos judíos de otro odio monstruoso y autodestructivo, el odio nazi. Parece, sin embargo, que la historia no le ha enseñado nada.
Israel está repitiendo las mismas pautas de odio, de muerte, de deshumanización del contrario, de ocupación de territorios, de construcción de muros y alambradas, de soberbia racial. La diferencia es que, ahora, las víctimas ya no llevan una estrella de David cosida en la ropa, ni el gueto está en Varsovia. Está en Gaza y Cisjordania. No quiero contarle el infierno personal por el que he transitado estos días; sería ridículo al lado del continuo y diario dolor de las madres palestinas.
Yo soy una afortunada, pues mi hijo David vuelve sano y salvo. Ustedes le habrán podido destrozar su única arma letal, la cámara de vídeo. Pero lo que en su ciego odio olvidan es que los seres humanos tienen ojos, oídos, boca y memoria para contar al mundo todo el horror del que fueron testigos. Y contra eso, señor Schutz, toda su poderosa propaganda no puede hacer nada.
Cristina Soler Crespo
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