miércoles, 25 de enero de 2012

MÉXICO Y COLOMBIA: AL RESCATE DE LA IDENTIDAD POPULAR (3/4)

foto Elenia Patino
Fernando Dorado
La actual trampa del conflicto armado
Es así como en la actualidad juegan con la guerrilla al “gato y al ratón”, la desgastan por ratos y la dejan expandir y “fortalecerse” por otros momentos. Les interesa que se escabullan hacia nuevas regiones que necesitan despejar de “indios, negros y pobretones de todos los colores” y así lo han hecho por todo el territorio nacional. Podemos afirmar con toda convicción que la insurgencia armada en Colombia fue instrumentalizada, perdió capacidad política, sobrevive apoyándose en la economía ilegal del narcotráfico y responde
 en forma automática y programada a una agenda imperial y colonial que no controla. Es una verdadera desgracia.
Pero también, ésta guerra de nuevo tipo se impulsa y mantiene para consolidar el nuevo proyecto de control territorial, social, económico e ideológico-cultural por parte del imperio del capital. Les permite no sólo salvaguardar el jugoso y rentable mercado de las drogas sino incentivar el comercio de armas, insumos químicos para el procesamiento del clorhidrato de cocaína, y por sobre todo, desarrollar una política preventiva hacia la población de nuestros países – incluyendo toda Centroamérica y México –.


Esa estrategia se especializó en generar la ilusión de enriquecimiento súbito y fácil, en medio de la ilegalidad controlada, manipulando una especie de rebelión sin objetivos ni metas que está a cargo de miles de jóvenes campesinos recién urbanizados que se dejan obnubilar por los dólares y un poder armado que siempre anhelaron tener. Así es cómo crecen las bandas delincuenciales en barrios de ciudades como Medellín, Guatemala, El Salvador o Monterrey. De esa manera promueven grupos criminales como los “maras” de Centroamérica, las llamadas “bacrim” o “combos” en Colombia, que están presentes igualmente en Caracas, Río de Janeiro, Sao Pablo o Distrito Federal.


De cierta manera ésta violencia tiene dos caras. Es a la vez el resultado de las tácticas del imperio estadounidense y de las oligarquías regionales – la mayoría de las cuales ni siquiera viven en nuestros países –, sino que también puede calificarse como expresión de venganza de una juventud que nos cobra a la sociedad el hecho de no haber sido capaces de ofrecerles un mejor futuro. Estos jóvenes de alguna manera nos están diciendo que no les dejamos otro camino que convertirse en pequeños traficantes, sicarios, o delincuentes comunes.


Hay en esa delincuencia algo que va más allá del simple delito, es el grito desesperado de jóvenes sin futuro que no les importa morir, que no tienen ningún freno cultural del cual agarrarse más allá de sentirse fuertes y respetados así sea por un instante. Explorar esa “cultura delincuencial”, en donde se combinan aspectos míticos ancestrales indígenas, religiosos coloniales y consumismo fetichista capitalista, es una tarea necesaria para entender sus conductas. En Medellín los niños sicarios cargaban una imagen de la Virgen del Carmen o del Niño Jesús de Praga, a la que se encomendaban para realizar con éxito sus crímenes.


(En Colombia esa rebeldía juvenil de campesinos urbanizados a la fuerza es canalizada por toda clase de grupos armados – entre ellos la guerrilla –, pero no con el sentido de encontrar en ellos sujetos para desencadenar una insurrección popular, sino sólo para mantener la dinámica del conflicto armado. En este aspecto tienen razón los “neo-zapatistas mexicanos” que no han caído en la trampa “guerrillerista” de dejarse provocar hacia una “guerra de desgaste”, han sabido usar las armas como un símbolo para llamar la atención pero no han caído en las ilusiones “guevaristas” que llamaban a repetir la táctica de la insurrección armada de Cuba, “construir uno, dos o más Vietnam en América Latina”, como si ello fuera cuestión sólo de buena voluntad).


Y para completar el panorama atroz que sufren nuestros pueblos, aparece la política de “seguridad democrática” que inauguró en Colombia Álvaro Uribe Vélez y hoy en día ha sido puesta en práctica por Felipe Calderón en México. Comprender sus causas y argumentos, su naturaleza ideológica, es muy importante para no caer en la trampa de creer que la superación del conflicto armado – vía pacificación violenta por parte del Estado –, es una efectiva solución a un problema que va más allá de la simple violencia. Dicha política es financiada desde los EE.UU. a través de los Planes “Colombia”, “Mérida” o cuanto nombre se inventan en Washington (Pentágono), y se implementa en cada uno de nuestros países y en la región con las mismas estrategias y objetivos. A la sombra de la lucha contra el narcotráfico y la criminalidad consiguen atemorizar y militarizar nuestras sociedades, convierten a los miembros de las fuerzas armadas en los “nuevos héroes” a imitar.


A través de los medios de comunicación y de campañas publicitarias muy bien orquestadas los convierten en “amigos del pueblo” e “invencibles” en la guerra “anti-terrorista”. Nuestros jóvenes se asombran secretamente de la pericia con las armas y la capacidad suicida y de riesgo de los jóvenes delincuentes pero, a la vez, como en una especie de desdoblamiento psicológico, admiran y quieren emular a los soldados y policías en sus “operaciones anti-crimen”.


En nuestras telenovelas los dos tipos de héroes son, por un lado, el “capo” mafioso o el sicario, y por el otro, el detective o teniente del ejército. Ambos se juegan la vida con gran temeridad y “valor”, pero al fin y al cabo, ambos están subordinados al poder de los verdaderos “mafiosos de cuello blanco” que engordan sus chequeras en Nueva York, Las Vegas, Miami o Los Ángeles.


Hasta hace poco tiempo nos preguntábamos en Colombia si íbamos a lograr salir de este atolladero. La buena noticia es que sí. Los pueblos aguantan pero aprenden. Los enemigos – reales o inventados, de carne y hueso o virtuales – también se desgastan. Por ello, poco a poco esa política de terror, alimentada de vez en cuando por golpes espectaculares como la muerte de cabecillas de la guerrilla o el rescate de rehenes y secuestrados que les generaba importantes resultados a sus creadores, se ha ido desgastando. Antes de iniciar el actual recambio en el poder mostraron su verdadero rostro. De marchas y campañas pacíficas contra la guerrilla fueron pasando a organizar atentados contra la población civil por parte del mismo ejército, ya fuera para desprestigiar a la guerrilla o para ganar premios y honores inmerecidos.


De allí pasaron a los “falsos positivos” que son desapariciones de gente inocente vestida de insurgentes “dados de baja en operativos”, montajes de desmovilizaciones de inexistentes “frentes” guerrilleros o de paramilitares, interceptación de llamadas telefónicas de periodistas, líderes de la oposición o de integrantes de las cortes judiciales que no estaban de acuerdo con ocultar los delitos y crímenes de Estado, y todo tipo de acciones ilegales que una mente perversa pueda imaginarse. Todo se hizo a la luz de esa política de “seguridad democrática”.


Recién se empiezan a conocer las aberraciones que fue capaz de cometer el Estado, los gobiernos, los empresarios nacionales y extranjeros aliados, las mafias narcotraficantes, los “para-políticos” (congresistas, diputados, concejales, alcaldes, gobernadores y altos funcionarios del gobierno), los paramilitares, y también muchos guerrilleros que se dejaron llevar a la degradación de una guerra controlada y manipulada, que no sólo causa víctimas en muertos y heridos, sino que estaba dirigida a producir terror, pavor, incapacidad de reacción y parálisis espiritual en nuestro pueblo. Cuatro millones y medio de colombianos migrantes hacia EE.UU., España, Venezuela, Ecuador y otros países produjeron esas oleadas de violencia. Otros cuatro millones de campesinos desplazados – indios, negros y mestizos –, que fueron expulsados de sus territorios, fincas y veredas, muchos de los cuales no quieren regresar ahora que aparentemente las cosas se han calmado.


Esta es nuestra historia y seguramente se parece a la que viven en México y Centroamérica. Esa es la vida que nos ha tocado vivir y de la cual vamos saliendo. Pero no es por obra de Uribe, el ejército o el gobierno. Es porque – como decíamos – el enemigo se ha ido diluyendo. Ayer eran las FARC y el presidente Chávez, pero ese “cuento” se estaba agotando. Ya no salía la gente a las marchas, se empezaba a visualizar otra salida, las “olas” amarilla y verde, lideradas por partidos políticos de oposición diferentes a los tradicionales, los alertaron. El pueblo empezaba a perder la credibilidad en “sus instituciones” y tocaba darle vuelta al tornillo.


Por ello no permitieron la reelección de Uribe y colocaron en el gobierno a un “gentleman” como Juan Manuel Santos, para “dorar la píldora”, prometer y efectivamente devolver parte de la tierra despojada a los campesinos pero dentro de un programa de asociatividad empresarial con grandes inversionistas que ya tienen “mapeado” al país, cuentan con concesiones y licencias para implementar grandes proyectos de minería a cielo abierto y estudios “agro-ecológicos” para sembrar palma africana y caña de azúcar para producir agro-combustibles (bio-diesel y etanol).


La “nueva” Paz (pacificación) al servicio del “neo-capitalismo latinoamericano”
Este apretado recuento nos sirve para identificar el problema de nuestra identidad. Hemos sido vapuleados, manipulados, utilizados, criminalizados, aterrorizados, explotados y saqueados, y ahora nos presentan la Paz como la gran conquista, pero con “el gringo ahí”, encima. Todas las empresas más importantes del país, muchas de las cuales eran propiedad de los caficultores como la aerolínea Avianca, la Flota Mercante Gran Colombiana, el Banco Cafetero, o empresas que fueron nacionalizadas en los años 40 y 50 después de heroicas luchas de los trabajadores petroleros y del pueblo colombiano como Ecopetrol, Telecom y muchas otras, hoy en su gran mayoría son propiedad del gran capital trans-nacionalizado.


La oligarquía ya no es colombiana. Los grandes grupos monopólicos como los de Luis Carlos Sarmiento Angulo, Mario Santodomingo, Carlos Ardila Lule y el Sindicato Antioqueño, así como otra serie de grandes empresarios, ya hacen parte de diversas corporaciones financieras trans-nacionales. Desde 1994 se apoderaron de toda la cadena de la salud, los fondos de cesantías y de pensiones, y todavía van por más. Las empresas de servicios públicos, la educación, la biodiversidad, los parques naturales, las zonas y playas turísticas, los museos y hasta los resguardos indígenas ubicados en sitios estratégicos, todo está en la mira del gran capital. Para eso ahora sí necesitan la Paz.


O sea, nos orquestaron una guerra de 60 años, nos dividieron y enfrentaron, nos radicalizaron hasta exprimirnos al máximo, se apoderaron de nuestras riquezas y ahora, debemos pagarles por darnos la “Paz” y la seguridad. La política del “emprendimiento” y de la “cohesión social” es la nueva fórmula. Van a “crear empleo”. Van a formalizar a los “informales”. Ya preparan los paquetes de crédito para embaucar a los micro-empresarios para endeudarse con la banca privada o “pública”, para montar sus empresas que seguirán siendo pequeños negocios de rebusque con nombres pomposos y registros en las Cámaras de Comercio y cuentas bancarias para extraerles hasta el último céntimo.


Pero las cosas han empezado a complicarse por el eslabón más débil. Cientos de miles de jóvenes profesionales – que han sido formados en centros universitarios con la mentalidad de convertirse en un “nuevo empresariado”, “gestor del desarrollo y de la economía del conocimiento” –, han descubierto lo mismo que descubrieron los jóvenes árabes, españoles o estadounidenses. Empiezan a darse cuenta que son el nuevo proletariado del siglo XXI, son “proletarios con micro-empresa” o “proletarios con título”, son el “precariado” o “cognitariado”, que se ilusionó con llegar Wall Street en Nueva York o al Valle del Silicio (Silicon Valley) en California, a competir como comisionistas de bolsa o inversionistas, o a posicionar sus innovaciones tecnológicas.


Ese profesional “precariado” está despertando a la realidad de que los millones de PYMES (pequeñas y medianas entidades o empresas) que existen en el mundo sólo son partes ínfimas y subordinadas de la gran cadena productiva que está al servicio y controlada por los centros plutocráticos del capital financiero especulativo. El sueño ha terminado, el velo del engaño se descubre y la plutocracia de Nueva York o Fráncfort quedan en la mira. continuará 

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