G. Siul Muñoz
Fernando Dorado
Las grandes preguntas o grandes mitos
Siempre nos preguntamos sobre qué pasó con la América que quedó ubicada “al sur del río Bravo”. Por qué – supuestamente –, la América “conquistada” por los “anglos” y “francos” se desarrolló económicamente y por qué la América “conquistada” por los “ibéricos”, se mantuvo en el atraso.
Los académicos españoles le echan la culpa a nuestras raíces indo-afro-americanas. Los eruditos criollos y cortesanos que siempre han representado los intereses de las oligarquías, refuerzan ese criterio aunque no pueden ocultar que los españoles nos heredaron formas económicas feudales,
basadas en la sobrevaloración de la propiedad de la tierra, el “atesoramiento” (oro, monedas, reliquias, y otros símbolos de riqueza) y la dominación sobre los “pobretones” (indios, negros, mestizos, zambos, “coloraos”, etc.) con base en falsos o simulados títulos nobiliarios, rancios y falsos abolengos, y rimbombantes apellidos aristocráticos.
Esos “estudiosos de la idiosincrasia latinoamericana” casi siempre terminan afirmando que el indio y el negro son por naturaleza “perezosos”, “vagos” y “haraganes”. Lo que no pueden reconocer es que frente a un trabajo esclavo, oprobioso, infamante y vejatorio, una de las formas lógicas de rebeldía era rechazar el trabajo, “mamar gallo”, y “hacer sólo lo necesario”. Y se debe reafirmar que mientras esa situación se mantenga, mientras el trabajo sea una mercancía al servicio de los ricos y poderosos, esa forma de insubordinación va a mantenerse hasta cuando el trabajador mexicano o colombiano sientan que están creando riqueza en su beneficio y en el de sus familias.
Pero lo que también ocultan esos analistas, lo que los descubre en su falsedad, es que las élites latinoamericanas – con algunas excepciones – nunca fueron verdaderamente nacionalistas, tuvieron miedo de conformarse como Naciones y prefirieron crear unas “repúblicas de mentiras”, unas “naciones de opereta”, unas “democracias de fachada” que ocultaban su incapacidad para desarrollar una industria propia y auténtica. Industria que había sido posible construir apoyándose en nuestras grandes capacidades artesanales que – recién hoy en día –, está descubriendo el capitalismo “senil” para renovar sus modas y ofrecer “mercancías ecológicas”, con “raigambre cultural y sustentable”, que en su tiempo, sobre todo a partir del siglo XVIII, tuvo circunstancias y momentos para haberse desarrollado en diversas regiones, entre las que se destacan en Colombia muchas zonas de los departamentos de Santander y Boyacá productoras de cerámica, tejidos y otros productos, y en México, regiones como Puebla y Oaxaca.
¿Qué fue lo que pasó después? La oligarquía cortesana mexicana con ocasión de la guerra estadounidense que le arrebató gran parte de su territorio tuvo la oportunidad de amagar y engañar a su pueblo con el supuesto nacionalismo anti-yanqui. La oligarquía colombiana fue todavía más incapaz y entregada. Ni siquiera cuando EE.UU. se anexó a Panamá (1903) fue capaz de alzar la cabeza con dignidad y por el contrario persiguió y asesinó a quienes se atrevieron a denunciar su indolencia como pasó con el escritor José María Vargas Vila (uno de los más reconocidos críticos que fue obligado a exiliarse en 1886) y el político Rafael Uribe Uribe (asesinado en Bogotá en 1914). Estas oligarquías, sobre todo la mexicana, se dieron las mañas para ganar tiempo con la bandera del nacionalismo.
Así pudieron desgastar y derrotar el verdadero movimiento revolucionario campesino del Sur, encabezado por Emiliano Zapata. Así, a la sombra de un falso nacionalismo prepararon sus huestes para retomar la iniciativa después de la Revolución, impulsar algunas medidas “nacionalistas” (que en Colombia también se realizaron al calor de las políticas de Cárdenas en México, Betancur en Venezuela, Vargas en Brasil y Perón en Argentina), y aprovecharse de una insurgencia campesina e indígena, que de todas formas mostró – cuando tuvo al frente la silla presidencial (1914) en México – que tampoco tenían visión y preparación para ejercer el “poder”.
Así en este momento la gran similitud entre Colombia y México es la misma condición de impotencia frente a una violencia que sirve para encubrir el poder colonial de un imperio capitalista estadounidense en decadencia. Éste ahora comparte su patio trasero con capitalistas españoles y europeos y se apoya en la total entrega de la soberanía nacional por parte de una burguesía trans-nacionalizada que desde hace muchos años está en evidencia frente al pueblo. Pero también compartimos la necesidad de rescatar o reconstruir la identidad popular perdida como base para consolidar nuestra identidad nacional latinoamericana al lado o al calor de la generación de nuevas formas de internacionalismo revolucionario.
¿Tenemos grandes traumas y heridas por superar? Sí y no. La muerte – que está allá atrás en nuestro pasado azteca, maya y muisca –, no nos asusta, la festejamos y adoramos. Pero también, la que tenemos hoy en frente de nuestras casas y poblados, nos paraliza de miedo y nos llena de terror. La vida, representada por nuestro maravilloso pueblo, el maíz y la papa, el tequila y el aguardiente, nuestras mujeres, música y baile, esa inteligencia y malicia indígena que nos brota por los ojos, la capacidad de resistencia en medio del dolor y la alegría, toda esa vida sufrida y gozada, nos recuerda a diario lo que somos y que no podremos nunca olvidar.
Esa realidad colombiana y mexicana nos dice que sólo cuando derrotemos las condiciones de marginación y exclusión podremos recuperar nuestra auto-estima. Sólo así superaremos el falso orgullo que enmascara el fuerte complejo de inferioridad que permanece – contradictoriamente – en nuestro ser, que se manifiesta igualmente en una cultura de “auto-desprecio” que les sirve como herramienta a las falsas culturas “traquetas” del narcotráfico y las mafias que hoy dominan en nuestros países para estimular entre nuestros jóvenes el sentirse poderosos, “machotes” y valientes con una ametralladora o un fajo de dólares en sus manos.
Sólo recuperando nuestra auto-estima vamos a acabar con la cultura de la corrupción que coloca la “tranza” y la “trampa”, la “jugada por debajo de la mesa”, la “tajada” y la “coima”, el “guiño” y la “carta marcada”, y muchas más formas de fraude y engaño, como instrumentos de estafa y robo, que es una forma de degeneración de nuestras comunidades e individuos, que se expresa a diario en el mundo de la política, la administración pública, el sindicalismo, los mismos negocios y la vida en común, y que se constituye en la peor forma de descomposición moral de nuestros pueblos.
Sólo cuando alcemos la cabeza y miremos el futuro sin ninguna culpa ni inseguridad, podremos en verdad colocar nuestra identidad popular a la altura del pleno reconocimiento cultural, superando el folclorismo y el racismo camuflado que todavía se observa en muchos espacios “culturales”, en donde se acepta al artista “negro”, “indio” o mestizo, mientras está en el tablado o tarima, pero que en forma “taimada” y cruel (“songo-sorongo” dicen en Colombia) se lo discrimina y excluye en la vida real, y que es expresión de la doble moral que siempre ha caracterizado a las clases dominantes. Esta es la misma práctica que justifica el uso del “garrote y la zanahoria”, “el pan y el circo”, “el sable y la cruz”, “a Dios rogando y con el mazo dando”, “la letra con sangre entra”, “el muerto al hoyo y el vivo al baile”, e infinidad de dichos y refranes que legitiman la “cultura del disimulo” y de la “viveza”.
Es toda una ideología de la servidumbre y el cortesanismo que está en la base de una sociedad con dos o tres caras. Es la justificación mental del mundo de la apariencia y la apariencia como forma de vida, el chisme y el chismoseo, la burocracia de dedo y el “dedazo” como privilegio o discriminación, la ambivalencia, la falta de principios y el oportunismo, el masoquismo como herramienta de resignación, el anonimato al servicio de “no dar la cara”, “no pasar vergüenzas”, “hacerse el loco”, “pasar por pendejo o por bruto”, y todas esas mañas que hemos inventado para no asumir nuestra responsabilidad.
Todos esos mitos y falsas verdades aceptadas deben ser puestas al descubierto, sacarlas a la luz, no para “flagelarnos”, “darnos golpes de pecho” y seguir en las mismas, sino para enfrentarlas, aceptarlas como partes de nuestro ser deformado y ponerlas en la caneca de la basura. Ese ejercicio nos servirá para encontrarnos y unirnos, para superar nuestros miedos y ver de frente a nuestros enemigos, que se han valido de esas “verdades culturales” para dominarnos y explotarnos en su beneficio.
Esa es la tarea que queda planteada entre hermanos/as mexicanos/as y colombianos/as. Unirnos, mirarnos en el espejo, rescatar nuestra identidad popular, recuperar la autoestima, hacer valer nuestra dignidad, ganar en soberanía – ya no tanto “nacional” como de “nación en humanidad” –, construir autonomía e integración regional, y tener presente que ahora la tarea es enfrentar un capitalismo degradante que está acabando con la vida en la tierra y con las condiciones para una sobrevivencia de la comunidad humana.
1 comentario:
Es muy lamentable ver la discriminación, el rechazo hacia las comunidades de estos dos países, los cuales están altamente estigmatizados por culpa de las acciones de unos pocos, olvidando así las acciones de la mayoría de los habitantes, de los buenos, de los emprendedores.
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