Sobre las similitudes entre México y Colombia
Fernando Dorado Voy a iniciar este relato al estilo del amigo que me pide escribir sobre las similitudes entre los colombianos y mexicanos. La idea es tratar de dilucidar – o al menos ofrecer pistas para aclarar – lo que está pasando con nuestros pueblos. Mientras por estos lares neogranadinos supuestamente estamos saliendo de la violencia mafiosa – guerrillera, paramilitar y estatal – relacionada con las economías “ilegales” (producción de coca y marihuana, procesamiento y tráfico de narcóticos, comercio ilegal de armas e insumos químicos, “trata” o tráfico de personas), en nuestro querido México las cosas están muy mal.
Ocurren hechos y sucesos muy similares, por lo sangrientos y luctuosos, a los que ocurrieron en Colombia durante las últimas décadas, aunque aquí el mal sigue latente y se manifiesta en la actualidad de múltiples formas.
Fernando Dorado Voy a iniciar este relato al estilo del amigo que me pide escribir sobre las similitudes entre los colombianos y mexicanos. La idea es tratar de dilucidar – o al menos ofrecer pistas para aclarar – lo que está pasando con nuestros pueblos. Mientras por estos lares neogranadinos supuestamente estamos saliendo de la violencia mafiosa – guerrillera, paramilitar y estatal – relacionada con las economías “ilegales” (producción de coca y marihuana, procesamiento y tráfico de narcóticos, comercio ilegal de armas e insumos químicos, “trata” o tráfico de personas), en nuestro querido México las cosas están muy mal.
Ocurren hechos y sucesos muy similares, por lo sangrientos y luctuosos, a los que ocurrieron en Colombia durante las últimas décadas, aunque aquí el mal sigue latente y se manifiesta en la actualidad de múltiples formas.
Conozco
algo del espíritu de quien me ha hecho ésta petición. Por ello aspiro a
trasmitir la visión de un activista social que ama y admira a los
mexicanos tanto como a Colombia, pero que así mismo, está dispuesto a
decir las cosas de frente, en forma “descarnada”, sin pelos en la
lengua, con la única intención de que tanto unos como otros nos
enfrentemos con lo que somos (o “semos” diría un campesino boyacense muy
al estilo de cualquier mejicano de pueblo), sin vergüenza ni pudor,
para ver si al mirarnos en un espejo podemos reaccionar y sacudirnos de
lo que nos tiene absolutamente “jodidos” (o… ¿“chingados”?).
Antes
de avanzar reitero mi convicción de que México es para todos nosotros
una gran y admirada nación. Para los colombianos del común – para los
“zarrapastrosos” del pueblo que andábamos a pie limpio hasta hace unos
50 años –, México era lo máximo. Desde sus revolucionarios de principios
de siglo como Zapata y Villa, pasando por actrices, cantantes, cómicos,
humoristas como el inolvidable “Cantinflas” o protagonistas de la
“lucha libre” como el “Santo”, “Máscara de Plata” o “Huracán” Ramirez,
todos eran unos personajes increíbles para nosotros. México era lo
máximo, era digno de imitar, un símbolo de dignidad popular y de
autenticidad mestiza e india que nos hacía enorgullecer el alma
latinoamericana. ¡Ay!… ¡Méjico lindo y querido!
Y
qué decir de sus intelectuales, pintores, muralistas y demás artistas,
que retrataban a un pueblo maravilloso como el mexicano. Por algo
nuestros mejores pensadores, ya fuera por exilio voluntario, persecución
política o por necesidades de estudio, siempre buscaban como refugio a
esa gran nación – soberana y digna frente al imperio del Norte – y
siempre solidaria con todos los revolucionarios que quisieran llegar a
su suelo. Allá están los restos de uno de los pocos auténticos liberales
rebeldes del siglo XIX como fue el general José María Melo, que
protagonizó un golpe de Estado en Colombia en 1854, fue presidente por
unos meses y luego, fue derrocado por la oligarquía liberal-conservadora
que desde entonces se oponía al surgimiento de una industria autóctona y
de una verdadera burguesía criolla.
- Fernando Dorado
(Colombia). Este texto hace parte del proyecto digital e impreso El
Libro Colectivo “La Neta Revelada” editado y compilado por el escritor y
periodista Juan Francisco Belmont, desde su exilio en Canadá
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