Tito Pulsinelli
La bancarrota de Wall Street, aunada al colapso del dólar como única o principal señal monetaria en los intercambios internacionales, definen el perfil nítido del hegemonismo al ocaso de Estados Unidos en el continente americano. Y no sólo esto. ¿Cuáles son los efectos destructores de la ola expansiva provocada por el canibalismo financiero?
La primera e ilustre víctima se llama México, es decir la economía de un País en el que las elites han apuntado todas sus cartas en Estados Unidos, hasta firmar un Tratado de Libre Comercio con él. El 85% del comercio es ahora unidireccional, es decir hacia – o desde- Estados Unidos, y el sistema bancario es una simple prótesis de Wall Street.
El peso se ha devaluado en un 30%. México está maniatado al vecino del norte incluso por lo que concierne las remesas de los migrantes en fuerte disminución: casi equivalentes al flujo global de las inversiones extranjeras.
Es sabido que están a punto de jubilar el actual billete verde y varar un “nuevo dólar” que esté más en sintonía –hasta a nivel simbólico- con la nueva realidad, y que sea el reflejo del lugar que ocupa en la nueva jerarquía mundial. El Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) no niega que está estudiando la nueva moneda, el “amero”, expresión común de Estados Unidos, Canadá y México, es decir del Tratado de Libre Comercio de Norte América (TLC).
De haber sido aprobada el ALCA (Alianza para el Libre Comercio en las Américas) –enero de 2005 era la fecha establecida en Washington- ahora toda la economía del continente habría sido anexada, es decir planeada por los Greenspan o los Paulson, y reducida a un colchón en el que dejar caer automática y rápidamente el peso de su debacle.
Colombia y Perú siguen a México, porque han adoptado políticas de apertura indiscriminada, rechazando repetidamente la diversificación de los intercambios y de los socios estratégicos.
Excepto por las micronaciones del Caribe y las de Centroamérica, la parte meridional del continente ha rechazado –en diferente grado- la dogmática liberal, tomando el camino de la diversificación financiera y de los mercados, encaminándose hacia la conformación del bloque regional.
La bancarrota de Wall Street es percibida como superación definitiva de la “doctrina Monroe”. Están volando los trapos, y la integración se vuelve un imperativo categórico para crear una barrera más sólida contra la colada de lava de la crisis.
Para evitar que Estados Unidos pueda exportar –como siempre ha ocurrido en pasado- al resto del continente todo el peso de sus problemas y vicios capitales de su sistema, sería indispensable acelerar los tiempos de la integración regional.
Para vencer el intento de “exportar todas las pérdidas”, endosándolas al resto del continente, es necesario que el Mercosur dé un gran salto hacia delante.
La realidad de la cotidianidad burocrática es que los congresistas de Brasil aún no votan la entrada definitiva de Venezuela en el Mercosur. El Banco del Sur todavía no es operativo porque algunos Países titubean, por lo tanto las ingentes reservas monetarias sudamericanas permanecen todavía al interior del moribundo sistema financiero norteamericano.
La realidad es que la burguesía de Sao Paulo, de Río de la Plata, los agroexportadores de alimentos transgénicos y los restos no desarticulados de las oligarquías históricas, frenan la integración. El cordón umbilical que los une con Washington es aún sólido, pese a todo lo que está ocurriendo. Es paradójico, pero es la realidad.
Las elites económicas de Brasil están pensando seriamente de conformarse con el nuevo estatus de economía emergente de todo respeto, y de trocar un Mercosur más fuerte con la entrada en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Sacrifican con gusto el Banco del Sur con tal de formar parte de la cúpula que debería rediseñar un nuevo sistema financiero internacional, y decidir el destino del dólar. Para tal fin, Bush convocó una cumbre del G7 ampliado a Brasil, México, Sudáfrica, Arabia Saudita, India, China y Rusia.
Para Estados Unidos sería un gran negocio insertar dos clientes incondicionales como México y Arabia Saudita en el club de los que deberían definir las nuevas reglas del juego pos-Bretton Woods.
En este punto crucial, es más avanzada la línea bosquejada por Francia que alude a una “refundación” que deberá modificar el sistema que se está desintegrando. EU está a favor del continuismo acrítico y de la transferencia a los erarios públicos de los costos del crack: luego, a comenzar de nuevo. Francia expresa con claridad los intereses a largo plazo del bloque europeo.
Venezuela lucha por una discusión pública de todos los Países que deberá realizarse en la Asamblea General de la ONU, para evitar que las decisiones sean tomadas por un restringido club a espaldas de todos los demás.
Pero, al fin y al cabo, sobre la cuestión del nuevo orden global deberán pronunciarse los movimientos y la sociedad civil internacional. No sólo porque serán los que van a pagar la cuenta a los banqueros, sino para evitar que sea la guerra la que desenreda estos nudos capitales, como lamentablemente ocurrió en el pasado.
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