Fernando Dorado
¡Que importante es debatir! Así conocemos el pensamiento de los demás y reafirmamos o mejoramos el nuestro (y si es necesario, lo cambiamos). Y… ¡qué mejor!, si ese debate está al servicio y en medio de la acción política.
Algunos/as compañeros/as se niegan a debatir. Dan por sentado que tienen la razón y desechan cualquier otro punto de vista. ¿Será que con esa actitud pretenden construir el “socialismo del siglo XXI”? Personalmente sólo aspiro a afirmar – en mí, y ojalá, en mis compañeros más cercanos – un verdadero y sincero espíritu democrático. De conseguirlo, sería un gran avance.
Quienes se han sentido más “tocados” con el hecho (que no es una tesis, ¡es un hecho!) que la revolución democrática en América Latina ha asumido una forma pacífica, civilista, e institucional, son aquellas personas que están enamoradas de supuestos “métodos y formas de lucha revolucionarios”.
Para ellos, si no hay “asaltos a los palacios de Invierno o entrada con armas empuñadas a la Habana”[2], no hay revolución. Sueñan con vivir una “película”. Han idealizado la revolución, creen todavía en la “toma del poder”, esperan dar la “batalla decisiva” y planean la “aniquilación del enemigo”. Después de ese “gran momento”, la construcción de la nueva sociedad es – según esa visión infantil – “pan comido”. A punta de órdenes, directivas, decretos “revolucionarios” o de fórmulas econométricas, se transforman – según ellos - las relaciones de producción.
Problema resuelto. Se niegan a entender que la hegemonía popular no se construye de un momento a otro. Que la revolución es un proceso de apropiación masiva de la acción política, de aprender a gobernar siendo gobierno, de inventar con los trabajadores y los pueblos formas de “autogobierno”, lo cual implica transformar nuestra actitud ante la vida, construir verdadera responsabilidad social, ser revolucionarios en el día a día. Claro, no es fácil y es menos espectacular. Es el “trabajo gris y cotidiano” en el que tanto insistió Lenin.
Precisando las ideas
Hemos planteado que la revolución democrática que se desarrolla en América Latina ha asumido una forma de lucha civilista, pacífica, electoral, institucional. De acuerdo a este planteamiento, la combinación de todas las formas de lucha, especialmente la armada, es inconveniente en la coyuntura actual. No es cuestión de principios, es cuestión de táctica, aunque la humanidad debería ir colocando el tema de los métodos de lucha política a nivel de principios.
Hemos planteado que la revolución democrática que se desarrolla en América Latina ha asumido una forma de lucha civilista, pacífica, electoral, institucional. De acuerdo a este planteamiento, la combinación de todas las formas de lucha, especialmente la armada, es inconveniente en la coyuntura actual. No es cuestión de principios, es cuestión de táctica, aunque la humanidad debería ir colocando el tema de los métodos de lucha política a nivel de principios.
Esta revolución no es un invento de nadie, ni tiene dueños. Es producto del acumulado de las resistencias de siempre. De siglos de resistencia de nuestros pueblos indios y afros, de movimientos campesinos y obreros, de gran variedad de luchas políticas y sociales. Es a la vez, resultado de un proceso de mestizaje racial y cultural que está sentando las bases de nuestra identidad “indo-afro-euro-americana”.
Identidad que no es “única”, sino que a su vez es una “suma cuántica” de identidades particulares en plena construcción y re-construcción. Esas fuerzas sociales y políticas resultantes, unas más organizadas que otras de acuerdo a la dinámica histórica de cada país, desencadenaron a partir de 1998 fenómenos electorales que desplazaron del poder político (gobiernos) a los partidos políticos oligárquicos. En eso consiste la “derrota política” de las oligarquías y el imperio. No es ni su derrota total ni nuestro triunfo absoluto, pero sí es un punto de continuidad a tener en cuenta.
Ser gobierno no significa “llegar al Poder”.[3] Lo que se oficializa es la existencia de una fuerza, una conciencia materializada en acción política, que es el producto de grandes y pequeñas luchas, movilizaciones, experiencias electorales, ejercicios de gobiernos locales y regionales, esfuerzos teóricos, muchos éxitos parciales, así como fracasos y derrotas. Todo suma.
Al acceder a los gobiernos, “ganamos” para las masas un aparato político. Es parte de un Estado heredado de regímenes oligárquicos corruptos, burocráticos y ladrones. Fue creado y adaptado para oprimir y estafar al pueblo. Es un aparato ineficiente, parsimonioso, nada transparente, que está soportado en falsos “valores democráticos”, “legitimados” en la mente de la mayoría de la población durante 200 años de “vida republicana”.
La aparente libertad política, la democracia representativa, las elecciones cada cierto tiempo, y toda la carga ideológica que hay detrás de ello, constituyen una institucionalidad vigente. A pesar de ser una falsa democracia, de erigirse en una herramienta para engañar a las masas, es una legalidad que existe, que no podemos borrar de un plumazo, que incluso ahora, tiene soportes internacionales que son aceptados por nosotros mismos.
Al asumir la vía pacífica y civilista, no podemos desconocer olímpicamente esa institucionalidad. Además, a pesar de todo lo anterior, es un poder concreto, con el que nos oprimen y dominan, que no podemos menospreciar. Si tenemos vocación de poder no podemos asustarnos con ser gobierno. Es parte de la “dualidad de Poderes” que estamos viviendo.
Dos poderes que conviven y se enfrentan
En América Latina existe una situación de “dualidad de Poder”. Se enfrentan dos poderes: Un poder “insurgente” que está naciendo, y una fuerza “reaccionaria” que se resiste.
Las clases subordinadas que insurgen a la vida política se apoyan en una institucionalidad existente (representativa), que no niegan, pero que pretenden transformar hacia lo participativo.
Las clases dominantes defienden sus intereses económicos, aferrándose a instituciones como la iglesia, los medios de comunicación, los gremios empresariales, y sus vínculos con organismos internacionales. Darían la vida por anular esa precaria democracia, pero no pueden.
En América Latina existe una situación de “dualidad de Poder”. Se enfrentan dos poderes: Un poder “insurgente” que está naciendo, y una fuerza “reaccionaria” que se resiste.
Las clases subordinadas que insurgen a la vida política se apoyan en una institucionalidad existente (representativa), que no niegan, pero que pretenden transformar hacia lo participativo.
Las clases dominantes defienden sus intereses económicos, aferrándose a instituciones como la iglesia, los medios de comunicación, los gremios empresariales, y sus vínculos con organismos internacionales. Darían la vida por anular esa precaria democracia, pero no pueden.
El poder adquirido por las clases subalternas está concretado y concentrado en personas, líderes, gobernantes, parlamentarios, y algunas cabezas de los movimientos populares. Las organizaciones sociales existentes sirven de apoyo y cobertura.
Pero se debe reconocer que los movimientos nacionalistas, así tengan un acumulado socio-político histórico importante, no cuentan con estructuras políticas consolidadas. Ello explica la relevancia que adquiere, en el momento, la figura de los líderes, pero también, nos hace más conscientes de la importancia fundamental de contar con claridad política.
Las oligarquías y el imperio cuentan con el poder del capital, el “mercado globalizado”, la propiedad de la tierra, la fuerza de la costumbre y la existencia de una ideología dominante, individualista, utilitarista, divisionista, que pesa sobre todo entre las clases medias, que tienen un relativo peso en algunas sociedades urbanizadas a la fuerza. Es un gran poder, un inmenso poder, y por ello el reto y la dificultad es muy grande.
Esas fuerzas reaccionarias intentan recuperar su poder político de diversas formas. Acuden a la mentira, acomodan las leyes para entrabar nuestra gestión gubernamental, tratan de cerrar los espacios, crean terrorismo económico, chantajean al pueblo e intentan neutralizar, atemorizar y a veces comprar, a los líderes nacionalistas y revolucionarios. Cuando se ven perdidos, utilizan fuerzas retrógradas de los ejércitos para dar golpes de Estado.
Es lo que ha venido ocurriendo. En eso consiste la situación de “dualidad de poder”. El pueblo acumulando fuerza y sus enemigos queriendo desgastarlo. Las fuerzas populares gobernando, avanzando, ganando tiempo, apoyándose en una institucionalidad que – en forma paradójica - la vida terminó colocando como una especie de “protección”. Pero, mucho ojo, es como el caparazón de la crisálida, que la protege, pero si la mariposa se queda más del tiempo necesario, se le convierte en su tumba.
continuará[1] Ver: Algunas particularidades de la revolución democrática en América Latina. http://colombia.indymedia.org/news/2009/09/106451.php
[2] Frase de mi amigo Tito Pulsinelli. Selvas blog.
[3] La vía insurreccional generaba una sensación de triunfo definitivo. Lo ocurrido con las revoluciones del siglo XX, dejan ver que era simple ilusión. Las clases sociales reaparecen, las relaciones sociales se reproducen, no sólo a partir de la economía, influyen aspectos políticos y culturales.
[2] Frase de mi amigo Tito Pulsinelli. Selvas blog.
[3] La vía insurreccional generaba una sensación de triunfo definitivo. Lo ocurrido con las revoluciones del siglo XX, dejan ver que era simple ilusión. Las clases sociales reaparecen, las relaciones sociales se reproducen, no sólo a partir de la economía, influyen aspectos políticos y culturales.
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