"Llamamos socialismo al movimiento real que transforma y humaniza la realidad existente”
Tito Pulsinelli, Fernando Dorado
El principal problema de los pueblos “latinoamericanos” es la dominación extranjera. Los imperios nos dividieron durante 517 años para dominarnos y las oligarquías regionales fueron sus instrumentos. Recién empezamos a unirnos para quitarnos ese yugo.
Esa es la principal tarea de las revoluciones que encabezan diferentes gobiernos en la actualidad. Ellas transitan por caminos civilistas, pacifistas, e institucionales, acudiendo – donde las condiciones están dadas – a Procesos Constituyentes. Para poder avanzar hay que unir a la inmensa mayoría de la población en cada país y construir la Patria Grande Latinoamericana.
Enfrentamos una “dualidad de poderes”. Los nuevos gobiernos han heredado Estados minusválidos. La globalización neoliberal los despojó de muchos poderes, por lo que no cuentan con la fuerza que se quisiera. No es cuestión de voluntad. La fuerza del capital sigue ahí, representada en relaciones económicas, poder mediático, influencia cultural (bancos, poder militar, religioso y estructuras clandestinas y paralelas).
Las políticas de los gobiernos han delimitado o afectado parcialmente el poder de las transnacionales y de algunos grupos económicos monopolistas. Se ha mejorado sustancialmente la inversión social y generado condiciones para estimular la participación ciudadana y popular.
Sin embargo, los procesos de cambio son relativamente débiles.
Esa es la principal tarea de las revoluciones que encabezan diferentes gobiernos en la actualidad. Ellas transitan por caminos civilistas, pacifistas, e institucionales, acudiendo – donde las condiciones están dadas – a Procesos Constituyentes. Para poder avanzar hay que unir a la inmensa mayoría de la población en cada país y construir la Patria Grande Latinoamericana.
Enfrentamos una “dualidad de poderes”. Los nuevos gobiernos han heredado Estados minusválidos. La globalización neoliberal los despojó de muchos poderes, por lo que no cuentan con la fuerza que se quisiera. No es cuestión de voluntad. La fuerza del capital sigue ahí, representada en relaciones económicas, poder mediático, influencia cultural (bancos, poder militar, religioso y estructuras clandestinas y paralelas).
Las políticas de los gobiernos han delimitado o afectado parcialmente el poder de las transnacionales y de algunos grupos económicos monopolistas. Se ha mejorado sustancialmente la inversión social y generado condiciones para estimular la participación ciudadana y popular.
Sin embargo, los procesos de cambio son relativamente débiles.
Algunos de los gobiernos no tienen mayorías parlamentarias y su poder real es limitado. El apoyo del 50 o 60 % de los ciudadanos “votantes”, a pesar de ser importante, no es suficiente para sustentar transformaciones estructurales. Debemos y estamos obligados a ir más allá. Pero hay que hacerlo con paciencia y sin voluntarismos vanos.
Lecciones e ilusiones
El anterior período de lucha de los pueblos latinoamericanos está representado por la revolución cubana. La “toma del poder” por la vía insurreccional generó ciertos espejismos. La reforma agraria democrática y la intervención de sectores estratégicos de la economía (nacionalización), unieron a las mayorías populares, y el camino parecía despejado.
Se intentó avanzar hacia fases superiores en la construcción de la nueva sociedad apoyándose en la URSS. Sin embargo, la lección es que la “apropiación colectiva de los medios de producción y de vida” necesita mayores condiciones materiales, geopolíticas y de desarrollo político y cultural. El socialismo en un solo país es un imposible histórico.
Es más, los hechos vienen demostrando que las políticas sociales equitativas y anti-monopolísticas, volcadas al mercado interno de cada país, presentan resultados muy limitados.
En los procesos de cambio de la URSS y Europa Oriental la ilusión se hizo evidente. Una vez se superó la presión externa - que amenazaba la unidad nacional ( II Guerra mundial) –, las contradicciones internas se convirtieron en el problema central.
La enseñanza consiste en que los problemas endógenos exigen serios conocimientos de la sociedad y visión estratégica de largo plazo. El reto de mantener unidas a las mayorías populares, a los pueblos y a las nacionalidades que componen toda gran Nación, adquiere nuevas dimensiones. He allí el quid del asunto.
En el caso de Cuba, el bloqueo norteamericano “facilitó” – involuntariamente – esa tarea. No significa que los revolucionarios cubanos hubieran sucumbido frente a otra estrategia imperial. Eso no lo podemos afirmar, no somos adivinos.
Necesitamos, entonces, mayor claridad política para unificar a todo el pueblo y para consolidar la integración regional. La Patria Grande Latinoamericana es fundamental para avanzar con estabilidad y fuerza creciente.
El arte consiste en ganar aliados, neutralizar a las fuerzas vacilantes, debilitar al máximo al enemigo, escoger los terrenos favorables, concentrar las fuerzas en los momentos decisivos y cazar las peleas que podamos ganar. Claro está, todo ello responde a la caracterización que hagamos de lo que es “pueblo” para cada etapa de nuestras luchas.
Habrá quienes niegan la necesidad de las etapas porque la visión insurreccional induce una mirada delirante que niega toda táctica. Con ellos/as no hay posibilidades de discutir estos temas. Si no hay etapas, no hay estrategia.
Unidad y dominación imperial
Nuestro principal limitante es la falta de autonomía e independencia. Llevamos cinco siglos de invasión y de dominación imperial (ibérica, inglesa, estadounidense, holandesa). Siempre lo decimos, pero pareciera que no lo interiorizamos.
Hay que insistir: ellos nos dominan porque nosotros – de alguna manera – se lo permitimos. Así de sencillo. No hay dominación sin sumisión; ni puede haber fuerza si no hay unión.
Nos separan “falsos” nacionalismos oficializados a principios del siglo XIX. En realidad son “precarias naciones” creadas por las clases hacendatarias, que por circunstancias geográficas y socio-históricas están en la tradición y el alma de nuestras gentes.
Quienes estimulan las contradicciones para incentivar envidias, recelos y prevenciones, lo hacen también al interior de cada país. Tratan de aprovechar la más mínima fisura.
Ellos saben que si las actuales revoluciones nacionalistas ganan fuerza para la Patria Grande, no sólo están perdidos, sino que las condiciones para retomar y renovar los ideales de transformación estructural pueden poner en peligro todo su sistema capitalista.
Así como los pueblos ideamos formas de unirnos y de lucha, los especialistas imperiales trabajan para debilitarnos. Desean enfrentar a Chile con Bolivia y Perú. Quieren incendiar Centroamérica, empezando por Honduras. Colombia es punta de lanza en Sudamérica. Planean más divisiones y pugnas. Ellos no duermen, saben lo que están perdiendo.
Hay que estar vigilantes. Nuevas aventuras están en la agenda del imperio. El momento es de quiebre. Por eso, nuestra acción debe ser calculada y precisa.
No debilitar el frente anti-imperialista
De acuerdo a nuestra visión, quienes impulsan el “socialismo” en sus diversas variantes, parecieran no percatarse de los peligros que ello implica.
Una cosa es que los sectores populares dirijan o “hegemonicen” (en el sentido “gramsciano” de la palabra) la lucha por la liberación nacional y la democracia participativa, y otra, que en forma inmediata tengamos la fuerza y la capacidad real de avanzar hacia “tareas socialistas” (hay quienes creen que de ipso facto podemos cambiar el modelo de producción imperante).
Les hacemos un flaco favor a nuestros enemigos cuando debilitamos el frente anti-imperialista y anti-oligárquico.
Pretender pasar por encima de las condiciones reales es un error. Debemos tener en cuenta no sólo las bases materiales de nuestras sociedades sino la conciencia de los pueblos y su disposición a avanzar en una u otra dirección.
La unión de los empresarios medios, las clases medias y populares, incluyendo campesinos indígenas, mestizos y afrodescendientes, los trabajadores, y la gran masa de población vinculada a la economía informal, es indispensable para consolidar la lucha contra las elites y sus patrocinantes de afuera, el Partido Imperial. El método y la herramienta es la democracia siempre más participativa.
Debemos construir soberanía política para marchar hacia una efectiva autonomía. Es vital crear condiciones en donde los pueblos y los trabajadores vamos avanzando hacia nuevos escenarios. A esta tarea le llamamos construir “hegemonía social”.
Lecciones e ilusiones
El anterior período de lucha de los pueblos latinoamericanos está representado por la revolución cubana. La “toma del poder” por la vía insurreccional generó ciertos espejismos. La reforma agraria democrática y la intervención de sectores estratégicos de la economía (nacionalización), unieron a las mayorías populares, y el camino parecía despejado.
Se intentó avanzar hacia fases superiores en la construcción de la nueva sociedad apoyándose en la URSS. Sin embargo, la lección es que la “apropiación colectiva de los medios de producción y de vida” necesita mayores condiciones materiales, geopolíticas y de desarrollo político y cultural. El socialismo en un solo país es un imposible histórico.
Es más, los hechos vienen demostrando que las políticas sociales equitativas y anti-monopolísticas, volcadas al mercado interno de cada país, presentan resultados muy limitados.
En los procesos de cambio de la URSS y Europa Oriental la ilusión se hizo evidente. Una vez se superó la presión externa - que amenazaba la unidad nacional ( II Guerra mundial) –, las contradicciones internas se convirtieron en el problema central.
La enseñanza consiste en que los problemas endógenos exigen serios conocimientos de la sociedad y visión estratégica de largo plazo. El reto de mantener unidas a las mayorías populares, a los pueblos y a las nacionalidades que componen toda gran Nación, adquiere nuevas dimensiones. He allí el quid del asunto.
En el caso de Cuba, el bloqueo norteamericano “facilitó” – involuntariamente – esa tarea. No significa que los revolucionarios cubanos hubieran sucumbido frente a otra estrategia imperial. Eso no lo podemos afirmar, no somos adivinos.
Necesitamos, entonces, mayor claridad política para unificar a todo el pueblo y para consolidar la integración regional. La Patria Grande Latinoamericana es fundamental para avanzar con estabilidad y fuerza creciente.
El arte consiste en ganar aliados, neutralizar a las fuerzas vacilantes, debilitar al máximo al enemigo, escoger los terrenos favorables, concentrar las fuerzas en los momentos decisivos y cazar las peleas que podamos ganar. Claro está, todo ello responde a la caracterización que hagamos de lo que es “pueblo” para cada etapa de nuestras luchas.
Habrá quienes niegan la necesidad de las etapas porque la visión insurreccional induce una mirada delirante que niega toda táctica. Con ellos/as no hay posibilidades de discutir estos temas. Si no hay etapas, no hay estrategia.
Unidad y dominación imperial
Nuestro principal limitante es la falta de autonomía e independencia. Llevamos cinco siglos de invasión y de dominación imperial (ibérica, inglesa, estadounidense, holandesa). Siempre lo decimos, pero pareciera que no lo interiorizamos.
Hay que insistir: ellos nos dominan porque nosotros – de alguna manera – se lo permitimos. Así de sencillo. No hay dominación sin sumisión; ni puede haber fuerza si no hay unión.
Nos separan “falsos” nacionalismos oficializados a principios del siglo XIX. En realidad son “precarias naciones” creadas por las clases hacendatarias, que por circunstancias geográficas y socio-históricas están en la tradición y el alma de nuestras gentes.
Quienes estimulan las contradicciones para incentivar envidias, recelos y prevenciones, lo hacen también al interior de cada país. Tratan de aprovechar la más mínima fisura.
Ellos saben que si las actuales revoluciones nacionalistas ganan fuerza para la Patria Grande, no sólo están perdidos, sino que las condiciones para retomar y renovar los ideales de transformación estructural pueden poner en peligro todo su sistema capitalista.
Así como los pueblos ideamos formas de unirnos y de lucha, los especialistas imperiales trabajan para debilitarnos. Desean enfrentar a Chile con Bolivia y Perú. Quieren incendiar Centroamérica, empezando por Honduras. Colombia es punta de lanza en Sudamérica. Planean más divisiones y pugnas. Ellos no duermen, saben lo que están perdiendo.
Hay que estar vigilantes. Nuevas aventuras están en la agenda del imperio. El momento es de quiebre. Por eso, nuestra acción debe ser calculada y precisa.
No debilitar el frente anti-imperialista
De acuerdo a nuestra visión, quienes impulsan el “socialismo” en sus diversas variantes, parecieran no percatarse de los peligros que ello implica.
Una cosa es que los sectores populares dirijan o “hegemonicen” (en el sentido “gramsciano” de la palabra) la lucha por la liberación nacional y la democracia participativa, y otra, que en forma inmediata tengamos la fuerza y la capacidad real de avanzar hacia “tareas socialistas” (hay quienes creen que de ipso facto podemos cambiar el modelo de producción imperante).
Les hacemos un flaco favor a nuestros enemigos cuando debilitamos el frente anti-imperialista y anti-oligárquico.
Pretender pasar por encima de las condiciones reales es un error. Debemos tener en cuenta no sólo las bases materiales de nuestras sociedades sino la conciencia de los pueblos y su disposición a avanzar en una u otra dirección.
La unión de los empresarios medios, las clases medias y populares, incluyendo campesinos indígenas, mestizos y afrodescendientes, los trabajadores, y la gran masa de población vinculada a la economía informal, es indispensable para consolidar la lucha contra las elites y sus patrocinantes de afuera, el Partido Imperial. El método y la herramienta es la democracia siempre más participativa.
Debemos construir soberanía política para marchar hacia una efectiva autonomía. Es vital crear condiciones en donde los pueblos y los trabajadores vamos avanzando hacia nuevos escenarios. A esta tarea le llamamos construir “hegemonía social”.
continuará
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