Los demócratas en Colombia seguimos enredados. El Polo ahogado en su lucha interna, burocrática y personalizada. Los “verdes”, muy biches, no han asimilado las lecciones de la “ola”, se debaten entre el neoliberalismo de Peñalosa, el “ético-moralismo” de Mockus y la “social-bacanería” de Lucho. Por ahora, no arrancan. Los escasos sectores liberales que se resisten a ser absorbidos por la “Unión Nacional” de Santos, están dispersos y vacilantes. El movimiento social – con relativa influencia de estos partidos – tampoco reacciona.Es el momento de revisar la historia. Dos experiencias políticas del pueblo colombiano de los últimos 65 años nos pueden ayudar. Aprender de ellas es indispensable para avanzar.
Gaitán y Bateman
La primera es la de Jorge Eliécer Gaitán (1898-48). Siendo un político de formación socialista logró derrotar a la oligarquía dentro del Partido liberal y consiguió aglutinar tras de sí la esperanza de todo un pueblo. Sólo su asesinato impidió el triunfo completo. Buscar a las mayorías populares por encima de esquemas y estructuras organizacionistas, fundirse con su espíritu y desencadenar sus energías, es la gran tarea y lección que nos dejó este caudillo popular.Treinta años después, Jaime Bateman Cayón (1939-83) interpretó el alma del pueblo y descifró el momento histórico.
Entendió que el “guerrillerismo” era desgastante - una trampa -, y que la guerra sólo era un motivo para hacer política auténtica. Materializó así su propuesta de nacionalismo popular, ser gobierno y construir democracia participativa. Gaitán y Bateman se identificaron con la Nación y desarrollaron una acción política de amplio espectro. Bateman entendió que el pueblo colombiano podía hacer un gran aporte a América Latina (y al mundo) si mostraba un nuevo camino de “hacer la revolución en Paz”. Se adelantó así 10 años a Fidel y 15 a los zapatistas mexicanos. Es lo misma fórmula que hoy avanza en Sudamérica en cabeza de Chávez, Evo y Correa. Sus seguidores y continuadores no tuvieron su formación.
El era de la escuela de Bolívar, Marx, Gaitán y Estanislao Zuleta. Ese pensamiento y la acción política de Bateman tenían tal conexión con nuestra realidad que – incluso sin su presencia física -, nos llevó por inercia hasta la Asamblea Nacional Constituyente de 1991.Pero sus seguidores y continuadores renunciaron a lo básico: el espíritu revolucionario. No lograron diseñar una estrategia acertada para responder a la nueva coyuntura que era de “dualidad de poder”. El movimiento indígena a la cabeza de los sectores populares forzaba cambios institucionales democráticos frente a la resistencia de la oligarquía y el imperio.
Esa situación tampoco fue entendida por quienes no participaron en la Constituyente, tanto los que se abstuvieron en la legalidad como los que se mantuvieron en el monte. En la actualidad, si queremos entender el momento que vivimos y responder con acierto, debemos reflexionar sobre nuestros errores. Y cuando digo errores, no sólo son los del M-19 encabezado por Antonio Navarro sino los cometidos por todos los demócratas y la izquierda (armada y desarmada).
Los principales errores
La dirigencia del M-19 redujo sus aspiraciones a lo “democrático” dejando de lado el problema nacional. Esa renuncia quedó plasmada en la Constitución/91: rica y frondosa en derechos fundamentales pero con secos “troncos” neoliberales. Todavía no conocemos los frutos de ese árbol porque su rica savia ha sido cortada a mitad de camino. La institucionalidad neoliberal – propia del capitalismo salvaje - fue la que en la práctica se implementó a sangre y fuego (y no sólo en el gobierno de Uribe sino desde 1990).
Al confiar idealistamente en la “fuerza de la norma” - enfermedad legalista que sufrimos -, la dirigencia “emeísta” se redujo a la acción institucional. Dicha concepción se plasmó en los gobiernos de los movimientos cívicos de los años 90, y es lo predominante en las administraciones del Polo en la primera década del siglo XXI. “Buenos administradores al servicio del gran capital”.
Son mínimas las experiencias de gobierno local o regional que han roto con el “statu quo” y que han buscado transformar las condiciones concretas. Presupuestos participativos de limitada cobertura, algo de moralidad y transparencia, y un relativo acento hacia la inversión social, es lo máximo que se puede mostrar. Por otro lado, la guerrilla incentivada por las movilizaciones sociales de la década de los 90 creyó haber logrado el equilibrio estratégico en lo político y en lo militar.
Tenía esa equivocada lectura cuando se le presentó la ocasión de transformar el acumulado militar en fuerza política en las negociaciones de 1998. Su actitud triunfalista le facilitó a la oligarquía y al imperio la conversión de su política de despeje y de diálogo en una estrategia política para derrotar a la insurgencia. Y fueron más allá: consiguieron una derrota ideológica de tipo histórico. La oligarquía se apropió de la bandera de la Paz. Uribe convirtió esa ventaja en triunfo político. Todos los que se habían alzado en armas fueron identificados como enemigos de la Patria. En la reciente coyuntura electoral (2010) Petro fue víctima de esa situación así el M-19 hubiera hecho la Paz en 1990.
Nuevo momento histórico
En la actualidad estamos transitando hacia un nuevo momento histórico que nos exige ajustar nuestro accionar con base en serias evaluaciones. La “ola amarilla” de 2006 y la “ola verde” de 2010, así hayan sido en gran medida desaprovechadas, dejan ver las importantes reservas democráticas que todavía tiene nuestro pueblo. Esas “olas” han dejado grandes enseñanzas. Las lecciones aprendidas deben ser aplicadas con creatividad en el próximo año (2011). Tenemos el reto de las elecciones regionales y locales. Si logramos fundir esas dos olas, desarrollando “olas democráticas” en un buen número de departamentos y municipios, podremos retomar la iniciativa hacia el 2014.
Lo esencial es que tanto el Polo como los “verdes” y otras fuerzas democráticas que existen en cada región, entiendan que no es mirando hacia adentro de cada partido como van a incidir en la política local y regional. No podemos repetir la dispersión de fuerzas que vivimos en la pasada campaña electoral para la presidencia de la República. Los intereses individuales o de grupo deben ceder ante la necesidad de derrotar el uribismo-santista y a las elites corruptas locales y regionales.
¿Para qué ser gobiernos? Además, debemos preguntarnos: ¿Nos hacemos elegir para clavarle más impuestos a la gente y para construir mega-obras al servicio de los monopolios nacionales y extranjeros? En lo fundamental es lo que se ha hecho en la capital de la República y en otras ciudades del país. La sola meta de gobernar con honestidad y transparencia debe ser superada. Debemos retomar la senda transformadora “nacionalista-democrática-popular” que Gaitán y Bateman dejaron trazada. Efectivas convergencias democráticas pueden ser construidas para llegar al máximo de alcaldías y gobernaciones. Ese acumulado nos debe servir para presionar desde las regiones los cambios nacionales que el pueblo necesita.
La entrega de nuestros recursos naturales al gran capital imperialista; los impactos sociales, económicos y ambientales de la economía del narcotráfico; el impacto del conflicto armado; el crecimiento del desempleo y la crisis estructural de la salud y la educación; todo ello y mucho más, requiere de prácticas gubernamentales que estimulen la movilización social. Nuevas dinámicas políticas de carácter participativo deberán servir de puntos de apoyo para que nuestros pueblos recuperen la credibilidad en su fuerza transformadora. Desde las regiones podemos mostrarle a las dirigencias nacionales que existen grandes reservas democráticas para forzar cambios estructurales de la sociedad y el Estado colombiano.
Lo esencial es que tanto el Polo como los “verdes” y otras fuerzas democráticas que existen en cada región, entiendan que no es mirando hacia adentro de cada partido como van a incidir en la política local y regional. No podemos repetir la dispersión de fuerzas que vivimos en la pasada campaña electoral para la presidencia de la República. Los intereses individuales o de grupo deben ceder ante la necesidad de derrotar el uribismo-santista y a las elites corruptas locales y regionales.
¿Para qué ser gobiernos? Además, debemos preguntarnos: ¿Nos hacemos elegir para clavarle más impuestos a la gente y para construir mega-obras al servicio de los monopolios nacionales y extranjeros? En lo fundamental es lo que se ha hecho en la capital de la República y en otras ciudades del país. La sola meta de gobernar con honestidad y transparencia debe ser superada. Debemos retomar la senda transformadora “nacionalista-democrática-popular” que Gaitán y Bateman dejaron trazada. Efectivas convergencias democráticas pueden ser construidas para llegar al máximo de alcaldías y gobernaciones. Ese acumulado nos debe servir para presionar desde las regiones los cambios nacionales que el pueblo necesita.
La entrega de nuestros recursos naturales al gran capital imperialista; los impactos sociales, económicos y ambientales de la economía del narcotráfico; el impacto del conflicto armado; el crecimiento del desempleo y la crisis estructural de la salud y la educación; todo ello y mucho más, requiere de prácticas gubernamentales que estimulen la movilización social. Nuevas dinámicas políticas de carácter participativo deberán servir de puntos de apoyo para que nuestros pueblos recuperen la credibilidad en su fuerza transformadora. Desde las regiones podemos mostrarle a las dirigencias nacionales que existen grandes reservas democráticas para forzar cambios estructurales de la sociedad y el Estado colombiano.
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