Fernando Buen Abad Aunque chillen los monopolistas del cristianismo que se creen dueños del mercado sacramental porque usan sotanas. Aunque berren los teólogos y los todólogos del dogmatismo, está en los pueblos el derecho a constituir y reconstituir los campos semánticos que necesite para hacer saber a la historia y a sus condiciones objetivas, qué clase de puertas y ventanas deben ser
abiertas para que ascienda la conciencia al paraíso de la lucha revolucionaria. No lo van a impedir los iconoclastas de la “canalla mediática”.
Nada de locura tiene asociar la tortura y ejecución pública de Cristo con uno de los símbolos emancipadores más emblemáticos del campesinado y la clase obrera unidos, para relatar las mil y una fuerzas expresivas que incluyen a la “doctrina social de la iglesia” tanto como a quienes piensan que Cristo fue el primer comunista de la Historia. Al margen de los acuerdos o desacuerdos que se pueda tener con una u otras tesis revolucionarias no hay impedimento para que reconozcamos una audacia valiente y necesaria en la idea de concatenar símbolos al calor de la lucha y esa es la clave.
Pretender impedirlo es, además de inútil, una de esas agresiones que siempre tienen conducta bumerang cuando los símbolos salen del fragor de la batalla y cuando ponen a vibrar emociones y razones en clave emancipadora.
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