Una
sociedad sin Estado es posible, concebible, augurable.
Pero una sociedad
sin instituciones explícitas de poder es un
absurdo, en
el que cayeron Marx y los anarquistas.
Cornelius Castoriadis
Claudio Albertani A raíz de las elecciones para la
Asamblea Nacional Constituyente que se
celebraron en Venezuela el domingo pasado, la
llamada Mesa de Unidad Democrática MUD –integrada por una coalición de partidos
derechistas y conservadores- denuncia que hubo un fraude colosal. Al
mismo tiempo, Antonio
Múgica, funcionario de Smartmatic, la empresa a
cargo de las máquinas del sistema electoral venezolano, acusa (¡desde Londres!) al Consejo Nacional
Electoral (CNE) de alterar los números ya que existiría una diferencia de un
millón de electores entre la cantidad anunciada y la que arroja el sistema. La
pregunta es: ¿cómo lo supo? Smartmatic, presente en el país desde 2004, ha creado un
sistema informático que reconoce las huellas dactilares, de manera que, para obtener un
millón de votos falsos, alguien tendría que haber dispuesto de un millón de
dedos y la propia Smartmatic tendría que ser cómplice.
Se trata,
evidentemente, de una pifia, pero no importa; los medios de comunicación del
mundo entero la difunden como verdad. La MUD, por su parte, tiene un
historial muy cuestionable que incluye por lo menos un conato de golpe de
Estado contra Hugo Chávez y una infinidad de maniobras para desestabilizar al
gobierno de Maduro, sin importar los medios. En la aventura, la acompaña un siniestro
abanico de fuerzas reaccionarias mundiales que van desde los gobiernos de
Trump, Rajoy, Macri y Peña Nieto a las empresas mediáticas Fox News, CNN,
Televisa y Televisión Azteca, sin olvidar a sinvergüenzas como Luis Almagro de
la Organización de Estados Americanos, el magnate financiero George Soros y los
ex presidentes del gobierno español, Felipe González y José María Aznar.
Es evidente asimismo
que algunos de los antichavistas que se presentan como paladines de la libertad
–por ejemplo, Antonio Ledesma, ex alcalde de Caracas y ex hombre de confianza
de Carlos Andrés Pérez (1922-2010), el presidente más corrupto de la historia
de Venezuela, o Leopoldo López, ex alcalde de Chacao que pertenece a una de las
familias más poderosas del país-, no son luchadores sociales, sino los representantes de una derecha
agresiva, racista y violenta que lucha por mantener sus privilegios y quiere
arrebatar el poder a como dé lugar, incluso quemando vivos a sus enemigos como
ha sucedido en días pasados.
Los gobiernos de Estados
Unidos, la Unión Europea y siete países latinoamericanos, incluyendo el de
México, desconocen la Asamblea
Constituyente. Pero: ¿de verdad
el sistema electoral venezolano es fraudulento? Podría ser, aunque lo cierto es
que un fraude no se construye en meses; requiere de estructuras que se cimientan
en años. El caso es que la MUD ha ganado varias elecciones, incluso en
tiempo de Chávez, y que dichos triunfos han sido certificados por el CNE y la propia Smartmatic. La última victoria de
la oposición se remonta a 2015, cuando consiguió el 56 por ciento de los sufragios,
sin que nadie denunciara fraude alguno. El triunfo otorgó a la MUD la mayoría
que ahora ostenta en la Asamblea Nacional, misma que se ha convertido en la
cabeza de puente para derrocar a Maduro.
Es así como hay que
entender el momento actual. En una situación política extremadamente difícil, en
un país boicoteado por la oligarquía internacional y literalmente sitiado por
grupos paramilitares, la Constituyente es un intento del gobierno bolivariano
por recuperar la iniciativa política y crear un contrapeso. La medida es atrevida,
sin duda, pero a todas luces legítima y ahora legitimada por millones de
venezolanos. Dicho esto, yo no dudo de que haya buenas razones por reprobar a Maduro.
Sé que hay fuerzas opositoras que, desde mi punto de vista, son valiosas, como
el grupo de Douglas Bravo o el periódico El
libertario. No discuto sus razones: la corrupción que sin duda existe (¿en
cual país no?), los graves problemas económicos, las ficciones sobre el supuesto
socialismo del siglo XXI y un largo etcétera, pero no dejo de ver el enorme
engaño que está detrás de la campaña contra el gobierno bolivariano.
¿Dictadura? En Venezuela
no hay más dictadura que, pongamos en México, donde se cometen atroces
feminicidios al amparo de las fuerzas policiales, se asesinan estudiantes
opositores y se suprimen periodistas críticos en la más absoluta impunidad, mientras
que los desaparecidos se cuentan con cifras de 5 dígitos. Sin embargo, ningún
gobierno u organismo internacional decreta sanciones contra Peña Nieto o, por
ejemplo, desconoce al presidente golpista Michel Temer de Brasil, quien acaba de aprobar
una enmienda que congela la inversión social por los próximos 20 años…
¿Totalitarismo? En Venezuela, no puede existir un régimen
totalitario, pese a lo que alegan algunos comentaristas, por la sencilla razón de
que la oposición controla nada menos que la banca, el comercio, gran parte de los
medios de comunicación y el parlamento. Por otro lado, y a pesar de la retórica
oficial, es claro que lo que hay no es una revolución social, sino un intento, modesto
pero significativo, de defender al Estado social en tiempos de su
desmantelamiento y, sobre todo, los recursos mineros que se encuentran en el
subsuelo del país y que tanto excitan a Estados Unidos y a la Unión Europea. Este
y ningún otro es el pecado mortal de Maduro.
Por desgracias de la
MUD, el balance es positivo para los bolivarianos: no obstante, los enemigos
internos y externos, no obstante, la violencia desatada por los llamados guarimberos, la iniciativa de la
Asamblea Constituyente va. Algunos datos son significativos. En el llamado
plebiscito organizado por la MUD hace unas semanas, 7.6 millones de supuestos
votantes se manifestaron contra la Constituyente. Al margen de que ningún
organismo creíble certificó dicha cifra y que nadie podrá hacerlo pues los
propios organizadores destruyeron las boletas, el número de votos obtenidos por
el polo bolivariano el pasado 30 de julio (8.089.320) es superior a los
sufragios que logró la MUD, en las elecciones de 2015 (7.726.066
de votos).
El resultado es que el gobierno de Maduro recuperó una parte del consenso que había perdido
en las elecciones anteriores, lo cual es absolutamente creíble dado el carácter
especialmente tóxico y violento de la MUD. Algunos aseveran que la Asamblea Nacional Constituyente no es legítima porque no
incluye a ningún candidato de oposición y porque atrajo únicamente al
41.53 por ciento de los ciudadanos con derecho a voto, frente al 73.75 de 2015. La razón es evidente:
los opositores no votaron ni presentaron candidatos para deslegitimizar el
proceso, objetivo que al fin y al cabo no lograron.
Lo que sigue es una nueva
etapa conflictiva de dualismo de poderes cuyo desenlace es difícil de prever.
Aun así, los constitucionalistas tienen en sus manos la posibilidad de mejorar
la arquitectura institucional ya existente otorgando más poder a los organismos
autónomos de base. El punto 5 de los temas propuestos incluye constitucionalizar las
comunas y los consejos comunales para abrir paso a formas de democracia
participativa y protagónica. He aquí el núcleo de lo que podría ser un nuevo
pacto social que debería de incluir el fortalecimiento de los movimientos
sociales, incluso de oposición.
El momento es delicado, el equilibrio de
fuerzas precario, pero la verdadera política, decía Cornelius Castoriadis, es la
resultante de una creación histórico social rara y frágil. Lo que yo entiendo es
que en Venezuela la alternativa no es entre el socialismo y capitalismo, sino
entre una derecha racista y golpista, apoyada y financiada por la oligarquía
internacional y una mayoría no aplastante, pero sí consistente, que sostiene el
gobierno bolivariano, a pesar de sus innegables errores. No es poca cosa en los
tiempos infaustos que nos toca vivir.
2 comentarios:
¡Qué raro que hoy cuestionen los resultado de la histórica jornada electoral!
Son las mismas agencias de prensa, noticieros, medios transnacionales que no tuvieron ninguna duda sobre la cifra de 7 millones de firmantes que presentó la oposición venezolana después de su encuesta auto-organizada contra la Constituyente del pasado 16 de julio.
Ni siquiera mencionaron que las actas fueron inmediatamente quemadas: no publicaron las fotos ni los video...los que hoy "dudan" con descaro..
Me sorprende un poco ver a Castoriadis asociado a expresiones propias del patriotismo, los llamados a un pueblo que no se equivoca, envuelto en banderas y bendiciones por parte de la iglesia católica de una constituyente cuya convocatoria, como señala la propia constitución venezolana existente, debió haber sido, justamente, el resultado de una consulta popular. Castoriadis recordando a aquello que la polis debe crear nos habla de seres viviendo con la belleza, viviendo con la sabiduría y amando el bien común nos recuerda la máxima de la democracia como regimen “debes respetar las leyes pero puedes cambiarlas”. Entiendo y por momentos acompaño las posturas paradójicas del autor, si esa consulta se hubiera hecho lo mas probable es que no se habría logrado convocar a la constituyente. Los testimonios que tengo a la mano de colegas que nada tienen que ver con esos horrores descritos de magnates corruptos que queman seres vivos porque son negros o chavistas -me acordé de cuando se decía que en la ex-URSS se comían a los niños-, hablan de un claro proceso en el sentido de las dictaduras de izquierda para usar el tèrmino de Castoriadis. Largo debate y muy inquietante porque en efecto es un desastre tener que escoger entre quien ve en la sociedad una gran empresa y quien se sirve del pueblo para crear partidos iglesias con sus banderas, sus santos y su patriotismo. Finalmente es cierto que si tuviera que escoger entre lo malo y lo peor, diversamente a lo que aparentemente el autor decide conformarse, escogería lo otro. Pero bueno todo ello y en todo caso es fácil formularlo a miles de kilómetros de Caracas. Rafael
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