Traducción y adaptación de Michele Lamarucciola (para leer la versión original pulsa aquí).
El domingo 22 de enero Il Giornale publicaba el titular: "Papa Francisco: Trump? Hitler también fue elegido". Se trataba de una referencia a una entrevista publicada en el periódico español El País en el mismo día. Pero en el artículo original esa frase no aparece, es el resultado de un maquillaje del
redactor italiano. A la pregunta sobre Trump Bergoglio suspendía el juicio ("No me gusta anticiparme a los acontecimientos. Veremos qué hace") y hablaba de Hitler solamente más adelante, para explicarle al periodista cómo funciona el populismo. Que en América Latina parece ser algo positivo, incluso algo que tiene que ver con el pueblo:
Es lo que llaman los populismos. Que es una palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa. Cuando oía populismo acá no entendía mucho, me perdía hasta que me di cuenta de que eran significados distintos según los lugares.En Europa sin embargo el populismo es algo malísimo. Y su ilustre arquetipo sería nada más que el nacionalsocialismo alemán:
Claro, las crisis provocan miedos, alertas. Para mí el ejemplo más típico de los populismos en el sentido europeo de la palabra es el 33 alemán. Después de [Paul von] Hindenburg, la crisis del 30, Alemania destrozada, busca levantarse, busca su identidad, busca un líder, alguien que le devuelva la identidad y hay un muchachito que se llama Adolf Hitler y dice “yo puedo, yo puedo”. Y toda Alemania vota a Hitler. Hitler no robó el poder, fue votado por su pueblo, y después destruyó a su pueblo. Ese es el peligro.
En momentos de crisis, no funciona el discernimiento y para mí es una referencia continua. Busquemos un salvador que nos devuelva la identidad y defendámonos con muros, con alambres, con lo que sea, de los otros pueblos que nos puedan quitar la identidad. Y eso es muy grave. Por eso siempre procuro decir: dialoguen entre ustedes, dialoguen entre ustedes. Pero el caso de Alemania en el 33 es típico, un pueblo que estaba en esa crisis, que buscó su identidad y apareció este líder carismático que prometió darles una identidad, y les dio una identidad distorsionada y ya sabemos lo que pasó.Con el respeto que se debe al Santo Padre (cuya infalibilidad se limita afortunadamente a la fe), este cuento que se repite como un loro acerca de los peligros de la democracia, de un Hitler que fue elegido o de un Mussolini que fue aclamado, está empezando a hartar. Y mucho. Pero antes de analizar el porqué, intentemos poner una palabra pedante, y esperemos definitiva, sobre el juguete retórico de quien se hace sabio denunciando los peligros de la voluntad popular: es decir de la voluntad de los demás.
Como suele pasar cuándo uno se hace eco de los tópicos, Bergoglio hace confusión con las referencias históricas. La «crisis del 30» no se produjo en absoluto «después de Hindenburg»: el ex feldmariscal Hindenburg ocupó de hecho la presidencia del Reich también en plena crisis económica hasta su muerte, el 2 de agosto de 1934, y fue sin embargo el mayor responsable institucional del ascenso de Hitler al poder, habiéndole conferido plenos poderes en deroga a las garantías constitucionales con el Reichstagsbrandverordnung (el Decreto del incendio del Reichstag), el 28 de febrero de 1933.
Pero sobre todo es falso que «toda Alemania vota a Hitler». El Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores no llegó nunca a conseguir ni la mitad de los votos alemanes, ni siquiera durante las últimas elecciones federales del 5 de marzo de 1933 (en esa fecha alcanzó el 43,9%), cuando ya desde hace meses los pelotones nazistas dominaban, agredían y amenazaban, y los exponentes de los partidos de oposición más fuertes se encontraban casi todos en la cárcel o el exilio. Hasta en esa ocasión el perseguido Partido Comunista de Ernst Thälmann consiguió el 12,3% de los votos.
Bergoglio dice que "Hitler no robó el poder, fue votado por su pueblo". Lo cual no es solamente falso, como se ha demostrado, sino que mortificante para la interpretación de los eventos que quiere sugerir. Hitler no recibió en absoluto los poderes semi-dictatoriales del pueblo, sino directamente de las manos del aristocrático, filomonárquico y anticomunista Paul von Hindenburg con un decreto de emergencia no dictado por la necesidad y válido sine die, de dudosa constitucionalidad hasta para los laxos estándares de la República de Weimar.
En buena medida Hitler ese poder también lo extorsionó, lo «robó» con las intimidaciones y la violencia de las Sturmabteilung (SA), un cuerpo paramilitar ilegal, y a pesar de eso siempre impune, que corría armado también entre los escaños parlamentarios de la Krolloper cuando fue aprobado el Ermächtigungsgesetz, el Decreto de plenos poderes del 23 de marzo de 1933 que puso fin definitivamente a la democracia entregando todos los poderes en las manos del Führer. En passant ese decreto - y aquí entendemos el bochorno de Francisco - pasó con los votos decisivos de un dudoso Partido de Centro llamado al orden por su presidente, el sacerdote católico Ludwig Kaas, consejero del futuro papa Pacelli.
En fin, a Hitler como dictador no lo decretó el pueblo sino la élite. Fueron los Junker prusianos, entre ellos el mismo Hindenburg y Franz von Papen, el principal patrocinador del cancillerato de Hitler, posteriormente promovido - seguramente sin que Francisco se enterase - camarero pontificio en 1959 después de una condena en patria a trabajos forzados, y todos los grandes industriales y propietarios de tierras alarmados por las crecientes reivindicaciones sindicales y por el coco comunista. ´
A los muchos, demasiados, y de todos modos minoritarios alemanes que votaron a Hitler se les puede por supuesto echar en cara la voluntad de la dictadura, pero no su responsabilidad.
Queriendo estudiar sobre los libros y no sobre los periódicos, los últimos años de Weimar nos brindarían una verdadera mina de imputs para descifrar incluso los eventos políticos contemporáneos. Empezando por el cancillerato de Heinrich Brüning (1930-1932). El académico prestado a la política que puso de rodillas su pueblo recortando los salarios, subiendo los impuestos, recortando el gasto público, las pensiones y los subsidios de desempleo e intentando reequilibrar la balanza comercial con politicas atrozmente deflativas.
Todo esto nos suena? Si Francisco se hubiese acordado de ello a lo mejor se hubiera dado cuenta también que en el "líder carismático" los alemanes de entonces, como muchos europeos y americanos de hoy en día, no se hacían ilusiones de encontrar "su identidad" sino alguien que los salvara del hambre y del desempleo.
Y donde hemos vuelto a ver un presidente de la República muy mayor como Hindenburg que, después de una vida pasada en política, utiliza su rol institucional y su carisma para entregar la democracia en las manos de un "salvador" respaldando la disolución de un gobierno electo? Aquí Francisco debería conocer la respuesta, habiendo incluido el análogo italiano de ese personaje entre "los grandes de la Italia de hoy".
Y qué decir del incendio del Reichstag del 27 de febrero del 33? Ha vuelto a suceder que un acto terrorista en un lugar simbólico, seguido por investigaciones lamentables y bajo secreto, haya ofrecido el flanco para limitar las libertades constitucionales, encarcelar, perseguir y matar en deroga al derecho interno e internacional? O que el temor de esos ataques haya hecho decir a políticos y tertulianos que debemos resignarnos a unos gobiernos más autoritarios? Es posible que nadie se vea reflejado en esa película, de la cual solamente recordamos el final?
Muy plausible. De las muchas y útiles lecciones impartidas por ese capítulo de historia solamente nos repetimos la más penosa, inoportuna y sin fundamento histórico: la que reza lo peligroso que puede ser dejar votar a la gente. Y entristece observar que también un pontífice se una a los estribillos de los progresistas ignaros y creativos, de los que en el momento de ataque más intenso a la voluntad popular prestan el brazo a sus carnifices recordando, y si hace falta inventando, los errores de las masas que votan.
De los que ya hemos hablado en este blog, los que denunciando los peligros de la democracia - es decir que la gente no vote como ellos quisieran - evocan el consenso al nazi-fascismo y acaban por parir conceptos elitistas de democracia, circularmente idénticos a los que teorizaba el nazi-fascismo.
Incluso cuando no tiene noción de ello, incluso quando es à la page, la violencia contra la historia es una violencia contra los hombres. Es la via magistra para devolver la virginidad a los horrores. Si Francisco no tiene el tiempo de estudiar la historia reciente y de comprender la enormidad de sus deja vu, por lo menos se abstenga. El ejercicio de dar la culpa al pueblo ya lo están llevando a cabo perfectamente otros, sin las asistencias de un Papa del Pueblo.
fuente
http://ilpedante.org/post/los-que-la-democracia-nos-ha-dado-el-nazismo-otra-vez
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