lunes, 4 de octubre de 2010

ECUADOR: UN GOLPE ABORTADO PERO NO DERROTADO

Pedro Laya

F. Dorado
La acción “provocadora” y audaz del presidente Correa frente a la rebelión policial abortó el curso del golpe militar en el Ecuador. La rápida y oportuna reacción al declarar la emergencia interior e implantar el control total del Estado sobre las comunicaciones radiales y televisivas, fue fundamental para derrotar a las fuerzas complotadas de la oligarquía y el imperio.

El golpe tenía la siguiente secuencia: radicalizar a la policía infiltrada por la oposición de derecha; movilizar a sectores de los trabajadores del Estado y a sectores indígenas en “solidaridad” contra la Ley de Servicio Civil, aprovechando los recientes enfrentamientos con el gobierno; generar desórdenes y saqueos; neutralizar al conjunto de la población; “crear” mediáticamente un vacío de poder, y rematar con la intervención del ejército.

Diversos hechos lo prueban. El apoyo formal, tardío, y después condicionado a la “revisión de la Ley” de la cúpula militar (General Gonzáles). Las declaraciones de Gilmar Gutiérrez, cabeza de la oposición, llamando a “buscar una salida institucional a la ingobernabilidad”. El lanzamiento del libro “El Gran Hermano”. La intentona golpista fue coordinada, su ejecución fue simultánea en varias ciudades y, contó con la participación de sectores radicalizados minoritarios del estudiantado (de derecha y de “izquierda maoísta”).

La experiencia del Ecuador deja ver las debilidades de nuestros procesos de cambio en América Latina. La base social de nuestras “revoluciones” es realmente débil. Además, falta claridad política frente a los intereses del imperio y de las oligarquías, y la forma ladina y artera como actúan para defenderlos.

30 años de neoliberalismo han dejado a un sector de los trabajadores del Estado (salud, educación, empresas de servicios) amarrados a sus “derechos laborales adquiridos”. Son trabajadores a la defensiva, en donde ha hecho carrera una mentalidad reaccionaria, gremialista, egoísta, estrecha.

El movimiento indígena – influido por posiciones “indigenistas” y “anti-extractivistas” y, en parte, por la acción ideológica y política de la infiltración pagada de los gringos – ha jugado en este caso en contra de la tarea principal: consolidar la independencia nacional.

Su dirigencia ha vacilado en un momento clave. Sus mismas bases sociales muy seguramente - con su instinto popular -, les van a cobrar políticamente sus “errores”.

Los “socialistas de palabra” también hacen su labor de confusión cuando – realmente - hay muy poco por socializar.

El grueso de la población – el proletariado “informalizado” (obreros, microempresarios, trabajadores de la economía “informal”, desempleados, etc.) – es la verdadera base de nuestras revoluciones, a la cual hay que organizar y plantearle la construcción de una economía “propia”, nacional, democratizada, solidaria, de resistencia, comunitaria, diversificada. Es la parte compleja de la tarea.

Si a este sector de la población sólo se le llega desde el Estado con la ampliación de la cobertura de los servicios públicos (agua, electricidad, salud, educación, saneamiento básico, etc.) y no se lo organiza alrededor de verdaderos y efectivos proyectos de producción a todos los niveles, esa base social se va a mantener al lado de la revolución en forma precaria. Un apoyo de esa naturaleza es estructuralmente débil. Es una especie de “clientelismo estatal de nuevo tipo”, que no sólo es un soporte efímero e inestable para el proceso de cambio sino insostenible hacia el futuro. La debilidad que empieza a mostrar el proceso venezolano está relacionada con este problema.

Los servicios sociales estatales necesitan una base productiva real para poder sostenerse en el tiempo. No tener en cuenta este aspecto fue uno de los grandes pecados de la experiencia socialista del siglo XX.

A una sociedad como la del Ecuador – para hacer esa recuperación de la base productiva – le toca temporalmente hacer negocios con capitalistas nacionales y extranjeros sobre la base de reglas contractuales soberanas. Son alianzas económicas necesarias, que de no hacerlas, el Estado rápidamente entraría en insolvencia y las mismas masas populares tumbarían al gobierno. Esa es parte de nuestra realidad “post-neoliberal”.

La falla del presidente Correa y del Movimiento Alianza-PAIS, consiste en que no han hecho explícita esa “alianza económica” que hay que establecer – incluso -, con sectores muy poderosos. Es parte del riesgo que tiene que ser asumido en una situación de “dualidad de poder” - como la actual -, y por tanto, o falta divulgar la estrategia o no la tienen bien clara. El vice-presidente García Linera en Bolivia es quien mejor hace conciencia sobre esa realidad de nuestros procesos.

El grueso de la dirigencia y base social, tanto de los trabajadores del Estado como del movimiento indígena – con la excepción de los que están siendo infiltrados por el imperio con toda clase de ONGs pagadas por la USAID – puede entender, compartir e impulsar dicha estrategia, y para ello el gobierno de Correa debe mejorar su capacidad de diálogo, recuperar el “carácter constituyente” del proceso y no caer en actitudes sectarias y/o autoritarias.

Es urgente - prioritario, esencial -, hacer seguimiento y analizar el comportamiento de las diferentes clases sociales y sectores de clase, y de sus respectivas expresiones políticas, frente a este “golpe de mano abortado pero no derrotado”. Desde el Brasil, Lucio Gutiérrez tenía todo el libreto claro y completo. Su hermano quería oficializarlo en la Asamblea Nacional. El curso de los acontecimientos les malogró sus planes siniestros. El pueblo ya cobrará su traición.

NOTA: Santos tiene la orden gringa de “liderar” a la UNASUR. Se coordinó con Alan García y Sebastián Piñera, y actuaron rápido. Van a comportarse como “caballos de Troya”. Están trabajando una especie de “nuevo nacionalismo tibio” para llevar a la Unasur a negociar con los EE.UU.

vea "Imperialismo, socialismo e indígenismo" aqui: http://selvasorg.blogspot.com/2009/12/imperialismo-socialismo-e-indigenismo-1.html

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