Miguel Ángel Sandoval A estas alturas del
cuento de la democracia electoral no parece que haya muchas dudas que en
ciertos países el ejercicio democrático con participación real de la
gente, produce calambres y escalofríos a los grupos
de poder que no quieren que nada cambie.
Quieren el rito de las
elecciones pero no sus consecuencias cuando anuncia cambios. Lo grave es
que finalmente tienen el aval internacional
de todos los que proclaman
la democracia pero en verdad le tienen miedo a
la real con gente que dice, opina, participa y sobretodo, exige
derechos reales.
Es por ello que vemos en Honduras un fraude con el aval de la OEA. No se trata de una afirmación
gratuita. Veamos. En las elecciones del día 26 de noviembre. Con un
par de horas de atraso el TSE da resultados
de más del 57% de los votos escrutados que le daban una ventaja de 5
puntos al candidato de la oposición, en medio de la sorpresa
generalizada de unos y la alegría de muchos. Luego se para el conteo,
hay varios días de silencio, se cae el sistema y los 5
puntos desaparecen. Todo en las narices de la OEA cientos de
observadores internacionales. Fraude de mesa de mago o fraude con
complicidad. Es lo único que queda por establecer.
En las horas que siguen
al primer resultado con más de la mitad de los votos y con una clara
tendencia establecida, que en términos estadísticos es irreversible, la
prensa internacional más seria da como un hecho
el triunfo electoral del opositor. El New York Times o Radio France son
objetivos. Hay un claro ganador en Honduras. Y hay una nueva situación
política pues se ha derrotado al continuismo del presidente-candidato.
Con la experiencia de
años de seguir con atención los resultados de estos eventos, sabemos que
con el 20 o 30 % de los votos el resultado ya es claro (incluso con un
limitado 10%), y solo queda el conteo del resto
pues ya se sabe quién gana y quien pierde. Y si hay datos recogidos a
boca de urna, las posibilidades de error en la tendencia son
inexistentes. Así ocurrió en Honduras hasta que al TSE se le ocurrió
alterar las actas, botar el sistema y cambiar los resultados.
A la respuesta popular de amplio rechazo al fraude, el golpe de estado.
En este contexto la
prensa alineada dijo al unísono que había que esperar el resultado
oficial del TSE, que era necesario mantener la calma y recomendaba
paciencia. La fórmula del fraude, esperar, cansar a la
gente y luego presentar resultados increíbles una vez pasada la euforia
electoral. Sin embargo en este caso, la Alianza opositora llamo a
defender los resultados en las calles en ejercicio legítimo de la
rebelión ciudadana, a lo que los medios dijeron al unísono,
que turbas, o inconformes, o terroristas, hacían destrozos y caos. Nada
más lejano de la verdad.
Por esas razones el
Alianza contra la dictadura, demostró su pertinencia y a todos nos queda
la sensación que se abre un nuevo ciclo en el continente en donde el
fraude electoral con las más diversas formas se
encuentra de nuevo bajo el control de las bayonetas. Asistimos al
primer ensayo de la era Trump semejante a la de Reagan en el siglo
pasado?
Días duros nos esperan.
Ahora es Honduras pero que no se dude que en países como el nuestro eso
es posible. Especialmente cuando observamos el silencio cómplice de toda
la clase política o el exabrupto presidencial
del primer día. ¿Regresamos a la democracia de las repúblicas
bananeras?
Hoy sábado 2 de
diciembre, si hay algo claro es que en Honduras lo que viene es la
resistencia ciudadana contra el fraude y el golpe que le siguió. La
rebelión ya dio inicio y lamentablemente ya hay víctimas.
La democracia en América Latina tiene en Honduras el mayor desafío. O
se revierte el golpe y el fraude y se respeta la victoria inobjetable de
la Alianza Opositora, o mejor dejamos de gritar que somos demócratas y
asumimos la categoría de cómplices del atropello.
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