Tito Pulsinelli
En noviembre de 2004, en la bella ciudad de Quito se reunieron los ministros de defensa de las Américas. Eran los tiempos del triunfalismo neocons, cuando Bush y sus compadres Cheney y Rumsfeld trasudaban arrogancia y sacaban las garras con la vileza de los amos creídos.
En esa VI Conferencia de los ejércitos, Rumsfeld y Uribe pidieron la conformación de una “fuerza multinacional latinoamericana” para la intervención militar contra las guerrillas endémicas enraizadas en Colombia.
Las fuerzas armadas de Brasil, Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela y otros países, negaron la aprobación del plan para internacionalizar el conflicto interno colombiano, y señalaron la negociación interna como único camino viable.
Fue una derrota mayúscula para Uribe y la doctrina de la exportacion de los problemas históricos internos, y marcó un quiebre con el Pentágono y su intervencionismo disfrazado. Era el primer paso a la colombianización regional. ¿Qué tal un contingente multinacional bajo el mando de Estados Unidos?
La negativa de Quito impulsó una etapa de acelerado acercamiento al objetivo común: construcción de un espacio soberano regional. En Quito, los militares sudamericanos se adhirieron abiertamente a esta meta geopolítica.
Pero Uribe y las elites colombianas perseveraron en la intransigencia, y mantuvieron la invariabilidad de su postura, en el frente interno y en el internacional. A la situación de empate estratégico con las añejas guerrillas - ninguno de los contendientes puede aniquilar al adversario- no se le quiere dar la pertinente solución política negociada. Resulta inaceptable hasta la salida de formato “centroamericano” que logró pacificar el Salvador y Guatemala. A pesar de que las modificaciones del pacto de convivencia nacional, ni siquiera conllevaron la pérdida del poder político por parte de los grupos tradicionales de poder.
La apuesta evidente del Palacio de Nariño es eternizar el conflicto interno: así lo impone su obsesiva ceguera y la chequera de Washington, y esto permite la militarización permanente de la sociedad colombiana. Se trata de la prolongación artificial del bogotazo. La permanencia de sus coletazos contra los sectores subordinados. Esta terapia transformada en doctrina garantiza la conservación de un Estado premoderno, sin “monopolio de la violencia”.
Con dos economías, rol prominente de la economía criminal, varios ejércitos (legal, clandestinos, semilegales) y con soberanía territorial parcial. Con sectores sociales mayoritarios no representados en las instituciones u excluidos de la democracia política y económica.
El fracaso en la Conferencia de Quito no ha alterado, por lo tanto, el continuismo y el rumbo beligerante de Uribe. Poco tiempo después, mandó a secuestrar Rodrigo Granda en Caracas. Reivindicó el “derecho antiterrorista” de intervenir donde sea, cuando quiere, sin respetar fronteras, leyes y derecho internacional.
Venezuela reaccionó con la ruptura de las relaciones diplomáticas y medidas de cierre parcial de la frontera con Colombia. Sobretodo cobró el apoyo de Brasil y del bloque regional.
Las aguas volvieron a su cauce, siguieron unas audaces acrobacias diplomáticas, y puntual llegó una replica de mayor intensidad con el bombardeo del refugio de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano.
Otra vez, las autoridades colombianas reiteraron con argumentos explosivos la invariabilidad de su directriz estratégica.
A costa de la execración regional, Uribe aguanta las condenas y el potencial aislamiento, y sigue en su ruta de concubinato a tiempo completo con Washington. Con estoicismo, traga también que se le cierre la puerta del TLC. No se trata de una convivencia por vulgares razones económicas, hay que caer en la cuenta que son relaciones carnales hard o auténtica pasión.
Parece que esto no lo hayan asimilado a cabalidad los países del bloque regional y sobretodo Venezuela que –única- ha repuesto llevando a la práctica la política del “poder de compra como arma de defensa”. Pero aplicándola en modo esporádico, con intenciones disuasivas o presión para volver a la mesa del dialogo. Chávez hasta se atrevió a decretar una amnistía para 130 paramilitares colombianos, prestos a desencadenar acciones subversivas en el centro Caracas.
Si Venezuela quiere conservar el envidiable status de “cero guerras” en toda su historia republicanas, y Sudamérica mantenerse a salvo de una reedición de la “guerra fría” y ahorrar una dispendiosa carrera armamentista, deben enfrentar la cuestión de las bases extranjeras como un asunto de interés regional.
Los gobiernos integracionistas deberían considerar la oportunidad de utilizar _además de la diplomacia- también el comercio, las relaciones económicas y las inversiones como armas de defensa preventiva contra la carrera armamentista y los ejércitos extranjeros. Los movimientos sociales deben luchar para que los recursos adicionales que se asignaran a las carteras de defensa, sigan llegando para el gasto social.
Es posible parando en seco este siniestro plan guerrerista, que afectará también a los sectores asalariados norteamericanos y a los emigrantes latinos.
Lo que no pudo obtener en Quito hace 5 años, ahora las elites colombianas quiere lograrlo con cesiones territoriales al Comando sur y su séquito de mercenarios. ¡Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va hacia Mahoma!
Siete bases terrestres, aéreas y marítimas son como un pacto de sangre en el que los concubinos amarran su destino para rato largo. Su potencialidad destructiva sobrepasa los límites de sus fronteras terrestres y las razones de la “soberanía” esgrimidas por Uribe.
Es una cínica paradoja que los que están hundido hasta la nariz y que sacan provecho político y financiero con el narcotráfico –del productor al consumidor- tengan el descaro de juzgar y acusar otros gobiernos y países.
Las siete bases son un despliegue de fuerzas y tecnología bélica para el escenario próximo venturo de Estados Unidos: en tres años agotaran sus hidrocarburos, y se agravará la dependencia de las materias primas genéricas y estratégicas. Es imposible la guerra contra Irán sin haberse asegurado el pleno control de las reservas venezolana: sería repetir el mismo error de haber atacado Irak después del fracasado golpe de abril del 2002 en Caracas. Los iraníes, pase lo que pase, siempre podrán bloquear el estrecho de Ormuz, donde transita el 60% del petróleo “occidental”.
Para Estados Unidos, es impostergable erigir una línea de contención hacia los gobiernos que obstaculizan o encarecen el abasto de todo lo que es de vital importancia para su desvitalizada economía. Trataran de evitar con cualquier medio que la alianza de los movimientos sociales y políticos con los gobiernos integracionistas, surgida en las entrañas de Sudamérica, pueda ganar otras elecciones en otros países. Honduras enseña.
La tarea del Pentágono y del Comando sur es enfrentar y contener directamente aquellos que tienen en la agenda los temas de las concesiones minera, deforestación, latifundios, monocultivos, OGM, oleoductos, privatización de la Amazonía, dictadura mediática, propiedad pública del agua, subsuelo y aire.
Ya no se será lícito hablar de soberanía, procesos constituyentes, nueva Constituciones, referendos, democracia participativa, bien común o redistribución social. Para ellos son como trapos rojos delante del toro enfurecido: peligrosos disfraces del “comunismo” solapado. Es el viento del TeguciGolpe.
Van a combatirlos con la desestabilización, fomento de conflictos étnicos, separatismos y operaciones encubiertas, y toda la parafernalia de la guerra asimétrica. Quisieran eternizar el derecho a la depredación o al precio mínimo para sus transnacionales y corporaciones financieras.
El modelo social que rige en Estados Unidos, en la época de la defunción de la doctrina Monroe y de la bancarrota financiera e monetaria, a mediano plazo sobrevivirá solo deteniendo el proceso de integración regional suramericano.
A largo plazo, las elites WASP sueña con otra “nueva frontera”: la Amazonía, su biodiversidad, su agua, sus minerales, materias primas, reservas energéticas, su fuerza laboral desechable. Indispensable linfa, sin la cual es imposible soñar a ojos abiertos otro gran “siglo americano” hegemónico. Sin esto, no habrá ninguna posible “segunda oportunidad”, tal como desea Z. Brzezinski.
En fin, reeditar la receta que llevó Estados Unidos del auto-aislamiento al imperio: apoderarse de los recursos vitales ajenos a través de guerras combatidas afuera de sus fronteras. Sudamérica, en el momento en que su estrella polar resplandece sobre el camino del incipiente espacio geopolítico regional, debe reaccionar al amenazante desafío de las siete bases gringas: unificación o colombianización.
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