En familia, la discusión sobre el calentamiento global terminaba siempre en un chiste: “Total, pintamos el Illimani de blanco y todo queda igual”. Pero el chiste se ha convertido en propuesta seria, con argumentos también serios. Como el color blanco refleja la luz, podrá conservarse más tiempo las nieves eternas. ¿Cómo hacemos?, ¿pintamos de blanco la nieve que ya es blanca?, ¿creamos otros nevados falsos a lo largo de la cordillera? o ¿echamos pintura blanca en todo el planeta? Las respuestas pueden ser otras, tan absurdas como las que se propone aquí.
Esto va a propósito del fracaso anticipado de la Cumbre de Copenhague donde, supuestamente, debía establecerse un compromiso vinculante para reducir las emanaciones de bióxido de carbono. La reducción de los hielos y nieves en todo el mundo es tan alarmante, que ha comenzado a discutirse seriamente la restricción del uso de agua potable.
Los catastrofistas predicen que, las próximas guerras, serán por la posesión del agua; los futuristas especulan sobre la necesidad de encontrar agua en otros planetas; los agoreros diseñan un futuro en que la humanidad se ha reducido a una décima o vigésima parte, encerrada en ciudades resguardadas por cúpulas y donde el agua se distribuye en porciones reducidas exclusivamente para beber. En fin. El mundo de fines de este siglo que recién se inicia, será cualquier cosa, menos la continuidad del presente.
Tal panorama se hace cada vez más tenebroso, partiendo del permanente rechazo de los países industrializados a encontrar fórmulas que disminuyan la polución. Había la esperanza de que, en Copenhague en dos semanas más, se firmara un convenio de aplicación obligatoria, para iniciar un programa de reducción de los gases que están provocando el efecto invernadero. Las negociaciones, que vienen haciéndose desde meses atrás, quedaron paralizadas por la negativa de los gobiernos más responsables de esta situación.
En un acto desesperado, el primer ministro danés voló hasta Singapur para encontrarse con los presidentes de Estados Unidos y China. No hubo diferencias y el gobernante de Dinamarca volvió a su país, resignado a que, en la cumbre que se prepara, sólo se apruebe una declaración genérica que a nada obliga.
La lucha por la industrialización adquiere, de esta forma, características mortales. Quien avance más tiene asegurado su primer puesto en el planeta. Pero, ¿en qué clase de mundo? ¿Le servirá de algo tener las mejores condiciones técnicas y científicas, si tendrá que usarlas sobre un planeta muerto?
Porque, la reducción acelerada del agua potable, amenaza volver estéril a nuestro mundo. No es tema que pueda dejarse para mañana, porque los efectos han comenzado ya a sentirse ayer. Hoy es cuando deben tomarse las medidas que puedan revertir esa situación. ¿Cómo puede enfrentarse la testarudez de quienes quieren acapararlo todo?
En esas condiciones, se presenta una respuesta esperanzadora. Brasil, cuarto país emisor de gases nocivos, ha anunciado que presentará una propuesta de acción voluntaria para reducir, hasta 2020, entre 36 y 38% de la contaminación ambiental propia.
En números, dice que, al ritmo actual, dentro de diez años, Brasil estaría emitiendo 2.700 millones de toneladas de bióxido de carbono.
Con su compromiso, se transforma en una voz resonante, interpeladora de los países que someten, el futuro de la Tierra, a los apetitos de las grandes empresas, sin que éstas se esfuercen por encontrar métodos de, al menos, reducir los gases tóxicos. A esa interpelación debemos sumarnos todos y comenzar a concretarla allí, en Copenhague, condenando la indiferencia, el desprecio a la vida que demuestran quienes afirman que sigue habiendo tiempo para tomar medidas más adelante.
Copenhague no puede ser otro esfuerzo inútil más. En la capital de Dinamarca debe unirse el mundo contra los depredadores del planeta.
Copenhague no puede ser otro esfuerzo inútil más. En la capital de Dinamarca debe unirse el mundo contra los depredadores del planeta.
Antonio Peredo es historiador, y senador del MAS Bolivia.
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