sábado, 27 de febrero de 2010

La supuesta "superioridad ética" del Occidente (1)

Quien a sí mismo conoce y cala

en los otros también,
que Oriente y Occidente se han unido,
aquí echará de ver.

Entre dos universos,
nuestra alma
se debe columpiar;
y si entre Oriente y Occidente gira,
botín incomparable logrará.

Johann Wolfgang von Goethe, [1]
West-Östlicher Divan (1819
)


El problema eurocéntrico


Shahid Alam

Ninguna otra civilización importante está tan profundamente influida por la autoestima, la autocomplacencia y la difamación del “Otro” como Europa Occidental y sus extensiones en ultramar, ni han infectado esas tendencias tantos aspectos de su pensamiento, sus leyes y su política. [2] Esas tendencias llegaron a su apogeo durante el siglo XIX, se retiraron brevemente después de la Segunda Guerra Mundial, pero han estado resurgiendo desde el fin de la Guerra Fría.

Durante varios decenios, los críticos han estudiado esas tendencias occidentales bajo la rúbrica del eurocentrismo, un complejo de ideas, actitudes y políticas que tratan a Europa – cuando conviene – como una unidad geográfica, racial y cultural, pero colocan a Europa Occidental y sus extensiones en ultramar al centro de la historia del mundo desde el año 1000 de nuestra era.[3]


A diferencia del tipo común de etnocentrismo, el eurocentrismo emergió como un proyecto ideológico – configurado por las elites intelectuales de Europa – al servicio del creciente expansionismo de Europa, iniciado en el Siglo XVI. Formula indiscriminadas pretensiones de superioridad europea en todas las esferas de la civilización. Desde esa perspectiva del mundo, sólo los europeos han creado historia durante los últimos tres mil años, comenzando con los antiguos griegos. En varios aspectos, esa centralidad es atribuida a la raza, la cultura, la religión y la geografía.

El principio organizador central del eurocentrismo es la división del mundo en mitades desiguales: nosotros y ellos, uno mismo y el Otro. Todas esas cualidades que los pensadores occidentales consideran como emblemas o fuentes de superioridad se colocan firmemente en la categoría de ‘nosotros’; y sus opuestos sse depositan en ‘ellos.’ La arrogancia de esta dicotomía es apabullante.


Una vez que se han fijado esas dicotomías, resulta fácil ‘explicar’ la supuesta centralidad de Europa en la historia. Un conjunto de características superiores –innatas, permanentes, únicas– son responsables de la ventaja occidental en todos los campos del esfuerzo humano, económico, tecnológico, militar, científico o cultural. Es una narrativa tautológica de la historia por excelencia.


A fin de ‘explicar’ la historia de la superioridad europea, los eurocéntricos tenían que comenzar por fabricar la historia de esa superioridad. Dotaron a ‘Europa’ de profundidad histórica apropiándose de Grecia y Roma; esto se logró mediante la definición de Europa como una unidad geográfica, racial y cultural. Además, negaron los orígenes orientales de la civilización griega, y, por el mismo motivo, pasaron por alto las conexiones del cristianismo primitivo con Siria y África del Norte. A fin de ocultar la amplia deuda de Europa Occidental con el Mundo Islámico devaluaron el nacimiento de nuevas formaciones culturales en Europa Occidental en los siglos XI y XII, fluyendo de contactos con los árabes en España, Sicilia y el Levante. En su lugar, esa historia se adelantó varios siglos para ubicarla en el norte de Italia, cuyo florecimiento cultural –definido como Renacimiento– se conectó a una recuperación ‘directa’ de la filosofía, las ciencias y la literatura griegas.


Los eurocéntricos construyen una historia europea que comienza en Grecia, migra hacia Occidente hacia Roma, y luego a puntos en Europa Occidental. Al ubicar los orígenes del Renacimiento en Grecia, los eurocéntricos muestran pocos problemas con respecto a los quince siglos durante los cuales las ciencias y la filosofía griegas –casi olvidadas en ‘Europa’– se cultivaban en Oriente Próximo.


Mientras fabricaban una historia sobre el ascenso de Occidente, los eurocéntricos también se ocuparon de negar que el resto del mundo tuviera alguna historia. Sí, la civilización comenzó en Oriente, pero, después de ese inicio, los asiáticos se quedaron inmóviles aferrados al pasado, obligando a la historia a moverse hacia Occidente para progresar. El pensador más radical de Europa en el siglo XIX, Karl Marx, también cayó en este mito de las sociedades estáticas asiáticas cuyo despotismo las privaba del motor del cambio ‘dialéctico.’


Durante las últimas décadas, esa historia eurocéntrica ha sido crecientemente disputada por los ‘pueblos sin historia,’ eruditos discrepantes en Occidente, y, lo más importante, por nuevos hechos en el terreno –el aumento de los movimientos de liberación nacional, el desmantelamiento de los imperios coloniales occidentales, las revoluciones socialistas en China y Vietnam, la revolución iraní, y, cada vez más, por el ascenso de varios importantes centros de dinamismo económico en Asia del este y del sur-. A pesar de ese desafío, el eurocentrismo sigue controlando los círculos dominantes en los grupos de expertos, los medios, el discurso político y los prejuicios populares de casi todas las sociedades occidentales. El peso y el impulso de las tendencias eurocéntricas, alimentadas por las mejores mentes occidentales durante siglos, no se pueden desmantelar en unas pocas décadas.


Violencia cartográfica

Las deformaciones eurocéntricas no han perdonado a la cartografía, la ‘ciencia’ de hacer mapas.

Europa es relativamente pequeña en relación con las grandes masas continentales al este y al sur, Asia y África. Los eurocéntricos podrían haber preferido argumentar que Europa ha mantenido su centralidad a pesar de su inferior tamaño, una prueba de su ventaja cualitativa sobre las masas continentales mucho mayores de Asia y África. Prefirieron hacer otra cosa. No pudieron dejar pasar las oportunidades presentadas por los mapas para apropiarse de los símbolos de superioridad en el campo de la cartografía.


Los poderosos merecen estar arriba. El eurocentrismo exigía que la cartografía colocara a Europa en la cúspide del mundo. Esto se logró fácilmente orientando el globo de manera que el Norte apareciera arriba en el globo, o, en el caso de los mapas, en la parte de arriba de la página. Siempre causa una cierta confusión entre mis estudiantes cuando cuelgo el mapa del mundo cabeza debajo de modo que el Norte queda abajo. Es un poco perturbador saber que no existe una lógica –nada natural– en los globos y mapas con el Norte arriba.


Los mapas del mundo no se hicieron en todas partes con la orientación del Norte arriba. En su apogeo, los musulmanes –cuando sus imperios se extendían de España a Khurasan e India– hacían mapas del mundo que ubicaban al Sur arriba, aunque con esto colocaban África por encima de las tierras islámicas centrales que iban del Nilo al Oxus. En su caso, tal vez, la orientación de los mapas no importaba tanto, ya que siempre estaban en el centro.


Además, los europeos se basaron en mapas del mundo que utilizaban la proyección cilíndrica de Mercator. ¿Fue accidental esa decisión? Reconocidamente, el mapa de Mercator era útil para los marinos, ya que una línea que conectara dos puntos en ese mapa mostraba la verdadera dirección. ¿Pero se espera que creamos que los capitanes de barcos tuvieron interés en –y el poder también– para imponer al resto de la sociedad mapas útiles para ellos? Es más creíble que los mapas de Mercator fueron elegidos porque exageraban considerablemente el tamaño de Europa, haciéndola del mismo tamaño, o más grande que África.


Increíblemente, algunos mapas de Mercator publicados en EE.UU. se empeñan en la violencia cartográfica. A fin de centrar a EE.UU. en sus mapas, a los editores no les importa dividir Asia por la mitad, colocando sus dos mitades en los extremos izquierdo y derecho del mapa. Importa poco que la bisección de Asia disminuya considerablemente el valor cartográfico de ese mapa truncado del mundo. Es una excelente ilustración de la primera víctima del eurocentrismo, la que hace caso omiso de la realidad, y su disposición a involucrarse en la violencia epistemológica a fin de colocar a Europa al centro del mundo. (continuará)


Referencias

1. (Trad: Rafael Cansinos Assens. En: Johann Wolfgang Goethe, Obras completas, tomo II, ed. Aguilar)

2. E. C. Eze, Race and the Enlightenment: A Reader (Blackwell, 1997); M. Shahid Alam, “Articulating Group Differences: A Variety of Autocentrisms”,Science and Society (Summer 2003): 206-18.

3. Para estudiar esta literatura vea: Andre Gunder Frank, “East and West,” en: Arno Tausch and Peter Herrmann, eds., The West, Europe and the Muslim World ( Novinka, 2006).

4. Octave Mannoni, Prospero and Caliban: Psychology of Colonization (University of Michigan Press, 1990): 24.

M. Shahid Alam es profesor de economía en Northeastern University. Este texto forma parte de su próximo libro: Israeli Exceptionalism: The Destabilizing Logic of Zionism (Macmillan, November 2009).

Para contactos: alqalam02760@yahoo.com.

Fuente: http://www.counterpunch.org/shahid02102010.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Europa es superior, se ha demostrado en la historia. El resto de países salvajes sólo intenta aprovecharse.
De nosotros ha nacido todo, ordenadores, coches, alcantarillas, todo.

Anónimo dijo...

Todooo?¿estás seguro? No parece. También los numeros? ¿También en la astronomía? Porqué será la astronomía está repleta de termino9lgía árabe?
También la ciudad de Sevilla y Grenada?
Explíca porqué en la hablada castellana existe la "jota"?
Reflexionar ayudaa a evitar errores....

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