El cambio obligado en la cúpula de las FARC por el fallecimiento de su comandante histórico, las valientes intervenciones de Piedad Córdoba reivindicando la resistencia campesina encarnada en Manuel Marulanda, el supuesto reciente “viraje” del presidente Chávez frente a la lucha guerrillera, y los anuncios de nuevas liberaciones unilaterales de civiles secuestrados, han vuelto a caldear el ambiente en torno al tema del acuerdo humanitario, y la paz de Colombia y de la región.
Hemos venido planteando las siguientes tesis para la reflexión, el debate, y la acción política, sobre todo del Polo Democratico Alternativo y las fuerzas democráticas colombianas:
- Este conflicto armado, en la forma como se ha desarrollado, sólo le sirve al imperio para debilitar y arrinconar lo poco que queda de institucionalidad democrática en Colombia, y nos ha convertido en punta de lanza contra el proyecto de integración autónoma de América Latina, que es una amenaza real y potencial para el mantenimiento de la hegemonía imperial estadounidense en el continente americano.
- El conflicto colombiano también le sirve a las fuerzas económicas reaccionarias colombianas, especialmente a los grupos monopólicos herederos de los antiguos terratenientes reconvertidos en empresarios agroexportadores, para criminalizar la protesta y la organización social y popular, y neutralizar el avance de las fuerzas democráticas colombianas. Para ello utilizan hábilmente el miedo y la amenaza del “terrorismo” fariano y del comunismo disfrazado. Fruto de ello es Uribe.
- Igualmente, le sirve a otros actores menores como a las cúpulas del ejército que se lucran con los privilegios que les otorga la guerra, y a muchos otros agentes económicos que se benefician con el negocio de la droga, los insumos y las armas, y que utilizan las fuerzas irregulares para proteger la industria del narcotráfico y el despojo territorial.
- El gobierno actual, enredado en sus contradicciones internas, no tiene la capacidad ni la voluntad de afrontar con independencia y autonomía un verdadero proceso de paz. Por ello, su única aspiración es el exterminio total de las FARC o su claudicación política.
- Las FARC, por su propia dinámica económico-militar y por su aislamiento político, no está en condiciones – por sí solas - de impulsar una estrategia que les permita transformar su fuerza material y su capital simbólico de resistencia campesina y popular, en un capital político para continuar desarrollando la lucha por vías pacíficas y civilistas.
- El problema del narcotráfico está en el transfondo del conflicto, lo alimenta y utiliza, y su solución por la vía democrática (legalización de la producción de hoja de coca y de su procesamiento, regulación y control del comercio de la droga, y aplicación de política de salud pública al consumo), está íntimamente relacionada con el futuro del conflicto armado, y es una necesidad de la región y del mundo.
Teniendo en cuenta estas circunstancias, hemos afirmado que la solución al problema colombiano sólo puede conseguirse si las fuerzas democráticas colombianas (ojalá encabezadas por el Polo Democratico Alternativo) desarrollan una acción política interna clara, autónoma y sostenida en pro de la Paz[1], y mediante un serio trabajo diplomático (ojalá acompañado de otras fuerzas políticas y sociales) consiguen la conformación de un bloque de países interesados (Ecuador, Venezuela, Brasil, Panamá, Bolivia, etc., acompañados de Francia) que desarrollen una presión política internacional que neutralice al gobierno de los EE.UU., y obliguen a Uribe y a las FARC a concertar una salida negociada.
Es claro que la solución del conflicto armado en Colombia tiene dos grandes escenarios y beneficiarios: si es la derrota militar o la claudicación política de las FARC, este escenario se convierte en un trofeo del imperio y de la reacción mundial (encabezada por Aznar, la derecha latinoamericana que encabeza la oposición a Chávez, a Evo y a Correa, y que en Colombia la representan los Santos,
Ese hecho será presentado como un triunfo de la lucha contra el terrorismo y va a ser un golpe (mediático e ideológico) contra el avance revolucionario de los pueblos de América Latina. En este punto es donde se equivoca nuestro compañero Petro, cuando cree ilusamente que la derrota total de la guerrilla es una causa democrática del pueblo colombiano.
Si la solución es negociada, y en ella intervienen con fuerza y autonomía las fuerzas democráticas y populares de Colombia y de América Latina, representadas en actores políticos y gobiernos progresistas, el efecto es completamente contrario. Es una derrota política y militar para el imperio y para las fuerzas derechistas que desean ondear la bandera triunfante de la “pacificación anti-terrorista”.
Por ello Colombia, el Polo Democratico Aternativo, las fuerzas democráticas colombianas, estamos en el ojo del huracán. Chávez o Correa son importantes pero no determinantes en este conflicto.
Ellos a veces se equivocan, con sus opiniones o actuaciones pueden dar a interpretaciones erróneas, pero ello también depende de nosotros. He allí nuestra responsabilidad. O actuamos, o nos quejamos de lo que hagan otros en nuestro nombre.
No refugiándonos en posiciones humanitarias sino con convicción de que la paz es parte de nuestra estrategia política, sin sueños e ilusiones insurreccionales que todavía estorban nuestro imaginario.
Sólo así se gana credibilidad, y sólo así, podremos convocar con esa misma actitud a gobiernos vecinos o interesados.
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