Tito Pulsinelli
Frente a la caída de la Bolsa de Valores y de la economía de Estados Unidos, sobran los ciegos defensores de oficio y no desisten los apologetas que –desde 1992- han prosperado asumiendo la “globalización” como estadio supremo de la civilización. Ahora que este peculiar tipo de neocolonialismo ha fracasado rotundamente, se reciclan como “psicólogos de catástrofe” o avestruces minimizadoras.
En 1929, Estados Unidos era la mayor potencia industrial y productiva; estaba en el primer lugar de la lista de los exportadores y de los Países creedores.
En cambio, hoy es la nación más deindustrializada, endeudada, e importa como ninguna otra. Desde el lejano 1968 –tras la derrota militar en Vietnam- viven a crédito, a costa del mundo al que lograban trasladar el peso de sus problemas. Y la obligación de financiar un nivel de vida arriba de sus propios medios.
Ahora viven de las provisiones chinas, endeudándose inexorablemente y sin la palanca del dólar ya en apnea, ni el encanto embrujado de los papeles de Wall Street. Pese a lo que diga Toni Negri, “el imperio deterritorializado” tiene en su centro los faraónicos balances para la defensa inyectados en el Pentágono. Pero las artes marciales no son más decisivas en la modificación sustancial de los equilibrios globales.
El fracaso del dólar como utensilio que se interponía entre la demanda y el consumo en el mercado planetario es acompañado por el declino del poder del poder real de las armadas, que ya no logran ser resolutorias o decisivas. Hay que recordar que la tempestad de fuego contra Irak fue integralmente financiada por Europa y Japón, a quien Bush padre giró una factura muy cara.
La guerra en Afganistán la están combatiendo los aliados-subordinados de la OTAN, sin gloria y con perspectivas concretas de éxito cerca del cero. La huelga de los camioneros pakistaníes está poniendo en grave dificultad los abastecimientos logísticos a las tropas formadas. Camioneros, fíjense bien, no los feroces islamistas con la cimitarra entre los dientes. Misterios insondables de la privatización de la guerra.
Desde el inicio oficial de la crisis –es decir desde octubre- se han puesto a disposición de los banqueros 685 billones de dólares, manejados con total discrecionalidad por el ministro del Tesoro, casi como si se tratara de un secreto de Estado revelar los beneficiarios de las generosas donaciones.
Sucesivamente, Bush el Pequeño concedió ulteriores exenciones fiscales a los fracasados, que restan otros 140 billones de dólares al erario que va a recibir Obama.
Hasta ahora, la acción de la Casa Blanca ha socorrido el capital financiero en menoscabo del productivo; ha dado oxígeno al capital en menoscabo del trabajo, del consumo, de la demanda. ¿Dónde encontrará Obama los medios necesarios para el indispensable cambio? ¿Podrá tasar –como prometió- las rentas superiores a los 250 mil dólares? ¿Podrá otorgar –como prometió- facilidades fiscales a las compañías que repatriarán las instalaciones productivas?
Hay que vivir para verlo. Los problemas rebasan la esfera financiera y económica, conciernen el lugar y el papel que podrá tener Estados Unidos en el nuevo contexto multipolar. A su interior, los consumos de la plebe dependen más que nunca del crédito otorgado por China.
Por lo tanto, será decisivo si continuará a prevalecer la sumisión o la revuelta contra la oligarquía financiera WASP-israelí y las elites que dominan desde siempre la nación norteamericana.
Las rentas de posición que derivan del hegemonismo absoluto en el mercado-mundo se están esfumando, y con ellas la cantidad y la calidad de las migajas que sobrarán a los poderosos tras sus habituales banquetes, como el último servido por la Reserva Federal.
La plebe del ex imperio jamás ha conocido el Estado social y sigue adelante con las tarjetas de crédito.
Traducción de Clara Ferri
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