si esto se extiende, crecerá la protesta y Zelaya regresará pero aupado por las multitudes y con un poder renovado
DIARIO CLARÍN (ARGENTINA)
Marcelo Cantelmi
La crisis en Honduras no se resolverá sin la participación del presidente constitucional Manuel Zelaya. Y, esencialmente de ningún modo si permanece en el poder el gobierno cívico-militar que lo derrocó el domingo pasado. De esa ecuación que no es lineal, depende el final de este drama con momentos de comedia patética.
Esta semana, desde el inicio de esta insurrección con aromas a naftalina, se verificó que no hay un solo país dispuesto a reconocer a los golpistas. Esa certeza es ácido en la estructura del gobierno de facto donde se multiplican las caras largas y los rumores de duros choques internos y pase de facturas.
Todo se traduce en que no hay cómo seguir. La presencia de Zelaya en una solución sería idealmente su regreso al poder, o bien como parte de una alternativa consensuada y que podría incluir un adelanto de las elecciones previstas para noviembre.
Cualquier espectro de reforma de la Constitución, o variación de los objetivos pactados, está hoy cancelada por la visibilidad que tiene esta crisis y los poderes que están involucrados.
Si no hay un acuerdo urgente, el desafío es que si esto se extiende, crecerá la protesta y Zelaya regresará pero aupado por las multitudes y con un poder renovado ignorando compromisos y compartiendo utilidades políticas con sus socios bolivarianos. Es un boomerang perfecto.
No es de clarividentes, a veces, adivinar el futuro. Las próximas horas pueden producir novedades graves debido a toda esta combinación de cuestiones simples que aparecen tan oscuras para los balbuceantes dueños del golpe.
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