Fernando Dorado
Lo más difícil en la vida es poder pensar con libertad y actuar con coherencia. Se trata de ser nosotros mismos, de reconocernos en nuestra potencialidad. Es construir identidad como parte de nuestras luchas. Es un permanente reto, dado que los condicionamientos sociales y nuestros propios esquemas nos limitan. Colombia aún no se reconoce plenamente.
Es un país de regiones desarticuladas (caribeña, antioqueña, cundi-boyacense, caucana o suroccidental, llanera, pacífico-chocoana, del Tolima grande, y otras zonas de colonización interna), con poblaciones fronterizas abandonadas a su suerte, pueblos indígenas y afro-colombianos dispersos, en proceso de exterminio, discriminados social y racialmente.
Cuatro millones de desplazados en 20 años de violencia, lo dicen todo. Son más que una simple cifra.
Somos una “nación” sin construcción de patria y vivimos un verdadero desmadre. Un presidente vendió Panamá a los gringos (1903) y uno de los pocos intelectuales que no se calló ante tamaña afrenta (José María Vargas Vila), fue exiliado a la fuerza por las oligarquías entreguistas.
Nuestro principal caudillo popular, Jorge Eliécer Gaitán, fue asesinado en un complot yanqui y desde entonces nadamos en sangre.
Ahora, Uribe anexó nuestro territorio a USA sin ningún rubor y no pasa nada. Tenemos serios problemas de identidad. Aunque la mayoría somos gente trabajadora y esforzada, hay algo en nuestro interior que admira y aplaude a quién consigue “progresar” con base en la aventura, suerte y viveza.
“El vivo vive del bobo” es un chiste y una verdad aceptada y poco rechazada. El rastreo de guacas, entierros y tesoros – herencia española de la búsqueda de Eldorado – pareciera estar en nuestros genes. La economía del narcotráfico ha aprovechado ese aspecto de nuestra cultura. Los colombianos en general miramos hacia afuera con visión parroquial.
Los paisas (antioqueños) se creen el ombligo del mundo pero son migrantes por excelencia. Su sueño son los EE.UU. y Europa. Las gentes de la Costa Atlántica y de los Santanderes siempre tuvieron en la mira a Venezuela; hoy parece que no es así. En el sur se admira el proyecto indígena andino-amazónico de Ecuador y Bolivia. Brasil siempre ha sido una atracción para todos los colombianos, pero lejana y exótica.
Los “cachacos” del centro del país, especialmente en Bogotá (7 millones de habitantes, una sexta parte de la población), representan la diversidad nacional en proceso de mestizaje étnico-regional-cultural. Allí se inició hace 14 años un proceso político-cultural “propio”, inspirado por un profesor de origen lituano (Mockus), continuado por un tecnócrata neoliberal experto en urbanismo (Peñalosa) y parcialmente rematado por un líder sindical de izquierda de origen cartagenero (Lucho).
Sobre esa ola auténtica y positiva, el Polo ayudó a que ascendiera a la alcaldía Samuel Moreno, un heredero del general Rojas Pinilla, con aires de delfín y con sabor añejo de "rolo" aristócrata. Fue un grave error. Está visto que no representa el sentir de la mayoría capitalina y no es continuidad de lo avanzado. Es un bache en el proceso identitario y desnuda las debilidades de nuestro proyecto de izquierda.
Ojeando a nuestros vecinos
Colombia en fin, es una “nación” sin identidad pero en camino de construirla. A partir de esa constatación, a manera de búsqueda, me lanzo a ojear los procesos de construcción de las naciones, países y pueblos de América Latina. Sin contar a los cubanos de la isla - que llevan 50 años de lucha por su dignidad -, y dejando de lado a los mexicanos - que han perdido mucho de su nacionalismo -, me centro en los brasileños y bolivianos. Creo, nos llevan ciertas ventajas.
Los brasileños tienen “algo” que los unifica. Aunque no son los más mestizados o mezclados, tienen – por su extensión e historia – las más complejas revolturas. La mayoría de su población se identifica con esa mixtura. Su música, arte, futbol y formas festivas y folclóricas, así lo reflejan. Claro que existe mucha discriminación racial y social, hay grandes desigualdades e inequidades, pero, intuyo que esa gran nación ha ido generando condiciones para que el pueblo – los trabajadores urbanos y rurales – vayan ganando en forma sostenida más espacios en su sociedad.
La identidad brasilera se está construyendo como un gran “cozido” étnico y cultural, sin dejar de reconocer que algunas comunidades indígenas, especialmente amazónicas, defiendan y reconstruyan su propia identidad. Los afro-americanos, que son el alma y los músculos de Brasil, deberán en poco tiempo ser parte fundamental de su “cerebro”. Eso espero.
En contraste, los bolivianos son los menos mezclados. La población indígena en sus diversas nacionalidades (aymará y quechua, y la gran variedad de pueblos amazónicos y andinos) es la que - en proporción con la totalidad de cada nación -, ha mantenido con más fuerza su identidad, valorando su cosmovisión y fuerza comunitaria.
Han defendido desde el “ayllu” hasta la quinua, pasando por la diversidad de lenguas, dialectos, costumbres y riquezas ancestrales. Nunca abandonaron su ser y su sentir. La identidad boliviana no rechaza lo mestizo pero tampoco lo promueve. Están fundando una sociedad plurinacional que implica, generar condiciones para construir identidad para cada pueblo, etnia, cultura, forma de ser, sin que ello signifique negar la existencia de la nación boliviana en su conjunto.
La revolución del “buen vivir” está en esa dirección. Son dos formas diferentes de hacer la misma tarea. Ser nosotros mismos, encontrar nuestro camino, valorar lo que somos y explotar al máximo nuestras cualidades. Las debilidades, que las tenemos, en esa dinámica deben ser superadas con creatividad. Debemos encontrar nuestro sendero.
Estudiar, entender, recuperar y potenciar lo que venía construyendo el pueblo bogotano, nos puede aportar interesantes pistas. Hay que seguir jalando de esa cuerda.
Nota semi-picaresca: Uribe en su supuesta búsqueda del “patricio hidalgo antioqueño” que dice llevar adentro (puro teatro puro), nos hastió de paisas. Nos “mamó”, se dice aquí. Por ello se descarta en la carrera presidencial a Fajardo y a Nohemí. Pero lo más terrible sería tener que aguantarnos a J. M. Santos. Un “cursi-muñeco” manejado a control remoto por su patrón mafioso. Por eso y por mucho más, Petro es la solución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario