La insurgencia social se convierte en transformaciones políticas, económicas y culturales si la “izquierda política” se sintoniza concretamente con las realidades sociales
Fernando Dorado Como tenía que ser – al igual que los demás países de Sudamérica
– Colombia evoluciona hacia la conquista de verdadera democracia
con soberanía nacional y popular. Una serie de hechos anuncian
cambios trascendentales en la vida política y cultural de nuestro
país.
Un síntoma de ese punto de quiebre es la división política que se
presenta al interior de la oligarquía colombiana que enfrenta a dos
bandos sobre la manera cómo quieren mantener la dominación
oligárquica sobre nuestro pueblo.
Un bando, representado por Álvaro Uribe, aglutina a latifundistas
ganaderos de Antioquia y la Costa Atlántica, y algunos empresarios
del campo encabezados por un sector de industriales de la caña de
azúcar del Valle del Cauca con mentalidad esclavista. También están
en ese bloque, campesinos ricos que en algunas regiones fueron
fuertemente golpeados por la guerrilla. Su perfil político-cultural
es conservador, clerical, reaccionario.
El otro bando, personificado por el presidente Santos, es
hegemonizado por la burguesía “transnacionalizada” que domina el
sector financiero, subordina a los pocos industriales que quedan y
coopta a la burguesía burocrática que hace todos los esfuerzos por
amarrarse al aparato estatal para sobrevivir. La actual precaria
“unidad nacional” de Santos es la expresión política de éste
bloque, unida en torno al ponqué burocrático y a la entrega de la
riqueza nacional al capital imperialista. Su naturaleza política y
cultural es neoliberal, “modernizante”, aparenta ser
“progresista” y liberal, pero es profundamente reaccionaria.
Los “uribistas” ven a la insurgencia armada como el principal
peligro. Están obsesionados con su derrota militar y no ven más
allá. A los “santistas” lo que les preocupa es crear condiciones
políticas y materiales óptimas para continuar con su modelo
privatizador y entreguista de los intereses nacionales al gran
capital trans-nacionalizado. Confían en domesticar a las FARC
mediante un proceso de Paz e insertarlos en la vida política
concediéndoles algunas prerrogativas.
Su incapacidad manifiesta para enfrentar la creciente rebeldía
popular los obliga a buscar entre el pueblo a “cuadros preparados
en la lucha popular”. Cuando la oligarquía recurre a la “izquierda
domesticada y renegada”, ejemplificada por el vicepresidente
Angelino Garzón y el seudo-ministro “Lucho” Garzón, ambos
ex-militantes del Partido Comunista, y por los asesores de Uribe
(ex-militantes del “maoísmo” colombiano) para enfrentar la
insubordinación popular, es porque el punto de quiebre está a la
vista.
El pueblo colombiano ha acumulado una “masa crítica” de cultura
política que le permite ser superior a sus opresores. El
levantamiento popular que se ha manifestado en los últimos días en
regiones tradicionalmente conservadoras (Eje Cafetero, Boyacá,
Nariño) es otra señal de que las reservas y energías
revolucionarias que estaban ocultas y subterráneas, empiezan a
emerger a la superficie social.
Así ha sucedido en todas las revoluciones. La famosa frase de que
“cuando los de arriba ya no pueden dominar como antes y los de
abajo no están dispuestos a vivir como siempre”, se puede aplicar
a la situación colombiana. Vamos inevitablemente hacia una crisis de
tipo revolucionario. Es el aspecto cardinal que determina los demás
hechos de la vida nacional.
Es tan grave la situación para las clases dominantes que se han
visto obligadas a entablar un proceso de Paz entre el gobierno y la
guerrilla de las FARC. No se trata de que la insurgencia armada esté
a punto de “tomarse el poder”. Se trata ahora de que la burguesía
transnacionalizada – cabeza de la oligarquía –, quiere
aprovechar los anhelos de Paz del pueblo colombiano y convertir ese
proceso de Paz en una herramienta política e ideológica para
sobreaguar su crisis. En esa tarea no duda en querer utilizar a la
guerrilla para ese fin.
Por ello la dirigencia de las FARC se encuentra en una verdadera
encrucijada. Tienen que hilar muy delgado para no legitimar ante el
pueblo colombiano una “paz sucia”, “basura”, “express” o
“macdonalizada”1.
Tienen ante sí una gran responsabilidad política. No sólo deben
tener en cuenta la correlación de fuerzas en el terreno militar sino
ante todo deben evaluar la conveniencia o no de pactar una serie de
políticas que la burguesía quiere “encapsular” (aderezar,
hermosear) al lado de algunas medidas progresistas.
No olvidemos que ésta oligarquía colombiana es experta en engañar.
Hace 23 años pactó con las clases medias – representadas por el
M-19 – y logró aprobar una Constitución Política (1991)
aparentemente progresista y “garantista” que encapsuló la
semilla neoliberal en medio de una gran cantidad de derechos
fundamentales que se quedaron en la tinta y el papel. Hoy, a la
sombra de un nuevo proceso de Paz quiere meternos otro “embuchado”.
Para la guerrilla y para el pueblo colombiano sería mejor que ese
pacto de Paz – entre insurgencia y gobierno –, si no tiene
posibilidades para acordar transformaciones estructurales
trascendentales para la Nación, se limite a aspectos puntuales
respecto a las garantías para que la insurgencia pueda reintegrarse
a la vida civil, y no transar aspectos de política que puedan ir en
contravía del actual avance revolucionario que emerge de las
entrañas del pueblo.
En el acuerdo sobre el tema agrario se pueden leer entre líneas
aspectos de política agraria que le permiten a la oligarquía
entregar tierras a campesinos pero también legalizar y legitimar la
apropiación de extensas áreas del territorio nacional como las que
ya han adquirido ilegalmente importantes conglomerados capitalistas
en los Llanos Orientales y otras amplias comarcas que aspiran
“extranjerizar”. Ese acuerdo de ser revalidado en un referendo o
una Asamblea Constituyente podría ser un grave problema para nuestro
inmediato futuro. ¡Mucho ojo!
Nuestro pueblo está construyendo a pasos agigantados una dirigencia
popular, una “izquierda social”, que hoy está al frente de
nuevos sectores sociales que brotan en la vida política del país.
Lo que hoy ocurre en Boyacá, Cundinamarca y Nariño, lo que hace
poco afloró en el paro cafetero, lo que sucede actualmente en
numerosas regiones del país con el paro campesino, dentro de muy
poco tiempo va a florecer en las ciudades de Colombia.
Y para que esos momentos de insurgencia social se conviertan en
transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales, se
requiere que la “izquierda política” esté más sintonizada con
las realidades sociales. Nuestra juventud debe prepararse para ir más
allá de la protesta; los necesitamos pensando y construyendo el país
y la nación soberana y justa que todos queremos.
Nota: El Paro Nacional Agrario ya obtuvo un triunfo resonante. No
obstante que Santos afirma que “el tal paro no existe”, la
reacción popular a esas palabras los hizo rectificar. Ayer en la
tarde (25.08.13) salieron todos asustados a dar explicaciones ante
los medios de comunicación. Los campesinos ya obligaron al gobierno
a discutir sus problemas con un enfoque nacional. La acción
solidaria de la población de las ciudades debe incrementarse para
que el triunfo sea mucho más contundente. Lo de Tunja ha sido un
verdadero ejemplo
1
Término utilizado por Carlos Alberto Ruiz Socha. Ver: Lo común
constituyente vs. la McDonalización de la paz:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171077
Término utilizado por Carlos Alberto Ruiz Socha. Ver: Lo común
constituyente vs. la McDonalización de la paz:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171077
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